Toda la doctrina dogmática sobre la Soberana nuestra esta expresado en sus dos nombres: la Madre de Dios (Theotokos) y la Virgen (aiparthenos). Ambos nombres recibieron su católico reconocimiento, ambos fueron aceptados por la Iglesia Universal. Sobre la inmaculada Concepción de Cristo habla directamente el Nuevo Testamento; este dogma es una parte indivisible de la Tradición eclesiástica. "Encarnado por el Espíritu Santo y la Virgen María" (o "nacido de la Virgen María"), — esto dice el Credo. Y esto no es siempre constatación de un hecho histórico. Es una aseveración de la enseñanza de la fe. El nombre "eterna Virgen" fue aceptado formalmente en el Quinto Concilio Universal (año 553). Mientras "la Madre de Dios" es algo superior, que un nombre o un simple título elogioso. Es la designación dogmática en una sola palabra. Hasta antes del Concilio de Efeso (año 431) el nombre Theotocos ha sido el criterio de la verdadera Fe, la señal distintiva de la Fe Ortodoxa.
Ya san Gregorio el Teólogo había prevenido a Clidonio: "Quien no confiesa a María como Madre de Dios, esta ajeno a Dios" (Epist. 101). Este nombre utilizan ampliamente los Padres del cuarto, y quizás hasta del tercer siglo, por ejemplo Origen — si vamos a creer a Sócrates Escolástico (Hist. ecclesias. 7, 32) y a los fragmentos, conservados en los catenes (In Luc. Hom. 6 y 7). Nestorio y sus seguidores rechazaban e infamaban esa tradición ya consolidada.
La expresión "Madre de Dios" (Theotokos) no se encuentra en los Escritos, y tampoco se encuentra allí la palabra "Hipostático" (omousios). Sin embargo, ni en los Concilios de Nicea, ni de Efeso la Iglesia no introdujo ninguna novedad inaudita. "Nuevas," "no bíblicas" expresiones fueron elegidas, precisamente, por ser interpretadoras y conservadoras de la antigua fe de la Iglesia. Es cierto, que el Tercer Concilio Universal, ocupado ante todo por la cristología, no había elaborado una especial doctrina "mariológica." Y por eso resulta aún más extraordinario ese rasgo distintivo, singular contraseña de la cristología ortodoxa, que se hizo precisamente la noción "mariológica." "La Madre de Dios" es la palabra clave de la cristología. "En este nombre" — dice san Juan Damasceno, — "se concluye todo el misterio de la Encarnación" (De fide orth. 3,12; PG 94,1029). Según la formulación acertada de Petavio: "Es tan utilizable y de primera orden la palabra "Hipostático" cuando se explica el dogma de la Santa Trinidad, como lo es la palabra "Madre de Dios" — durante la explicación de la "Encarnación" (De incarnacione V, 15). Cual es la causa de tan fija atención, nos parece evidente. La doctrina Cristológica, privada del dogma sobre la Madre de Dios, no permite una exposición justa y exacta. Todos los errores y discusiones mariológicas de tiempos actuales tienen sus raíces en la pérdida de la orientación Cristológica, descubriendo un agudo "conflicto cristológico."
En la " truncada cristología" no hay lugar para la Madre de Dios. Los teólogos protestantes no tienen nada que decir sobre Ella. Sin embargo, no reparar en la Madre es — no entender al Hijo. Y viceversa, acercarse a la comprensión de la personalidad de la Virgen Superbendita, comenzar a hablar correctamente de Ella, se puede solamente en el contexto cristológico. Mariología — no es una doctrina independiente, sino un capítulo del tratado sobre la Encarnación. Pero, evidentemente, no es un capítulo fortuito, ni un suplemento, que pudiera ser omitido. Ese capítulo representa la propia esencia de la doctrina. El Misterio de la Encarnación es inconcebible sin la Madre del Encarnado. Sin embargo, esta perspectiva cristológica a veces se encuentra ofuscada por una admiración desmedida, por un entusiasmo espiritualmente no sensatos. La piedad debe seguir el dogma. Existe una rama mariológica también en la enseñanza sobre la Iglesia. Pero de todos modos el propio dogma de la Iglesia representa la "cristología difundida," la doctrina sobre "todo Cristo — la Cabeza y el Cuerpo de la Iglesia."
Ya san Gregorio el Teólogo había prevenido a Clidonio: "Quien no confiesa a María como Madre de Dios, esta ajeno a Dios" (Epist. 101). Este nombre utilizan ampliamente los Padres del cuarto, y quizás hasta del tercer siglo, por ejemplo Origen — si vamos a creer a Sócrates Escolástico (Hist. ecclesias. 7, 32) y a los fragmentos, conservados en los catenes (In Luc. Hom. 6 y 7). Nestorio y sus seguidores rechazaban e infamaban esa tradición ya consolidada.
La expresión "Madre de Dios" (Theotokos) no se encuentra en los Escritos, y tampoco se encuentra allí la palabra "Hipostático" (omousios). Sin embargo, ni en los Concilios de Nicea, ni de Efeso la Iglesia no introdujo ninguna novedad inaudita. "Nuevas," "no bíblicas" expresiones fueron elegidas, precisamente, por ser interpretadoras y conservadoras de la antigua fe de la Iglesia. Es cierto, que el Tercer Concilio Universal, ocupado ante todo por la cristología, no había elaborado una especial doctrina "mariológica." Y por eso resulta aún más extraordinario ese rasgo distintivo, singular contraseña de la cristología ortodoxa, que se hizo precisamente la noción "mariológica." "La Madre de Dios" es la palabra clave de la cristología. "En este nombre" — dice san Juan Damasceno, — "se concluye todo el misterio de la Encarnación" (De fide orth. 3,12; PG 94,1029). Según la formulación acertada de Petavio: "Es tan utilizable y de primera orden la palabra "Hipostático" cuando se explica el dogma de la Santa Trinidad, como lo es la palabra "Madre de Dios" — durante la explicación de la "Encarnación" (De incarnacione V, 15). Cual es la causa de tan fija atención, nos parece evidente. La doctrina Cristológica, privada del dogma sobre la Madre de Dios, no permite una exposición justa y exacta. Todos los errores y discusiones mariológicas de tiempos actuales tienen sus raíces en la pérdida de la orientación Cristológica, descubriendo un agudo "conflicto cristológico."
En la " truncada cristología" no hay lugar para la Madre de Dios. Los teólogos protestantes no tienen nada que decir sobre Ella. Sin embargo, no reparar en la Madre es — no entender al Hijo. Y viceversa, acercarse a la comprensión de la personalidad de la Virgen Superbendita, comenzar a hablar correctamente de Ella, se puede solamente en el contexto cristológico. Mariología — no es una doctrina independiente, sino un capítulo del tratado sobre la Encarnación. Pero, evidentemente, no es un capítulo fortuito, ni un suplemento, que pudiera ser omitido. Ese capítulo representa la propia esencia de la doctrina. El Misterio de la Encarnación es inconcebible sin la Madre del Encarnado. Sin embargo, esta perspectiva cristológica a veces se encuentra ofuscada por una admiración desmedida, por un entusiasmo espiritualmente no sensatos. La piedad debe seguir el dogma. Existe una rama mariológica también en la enseñanza sobre la Iglesia. Pero de todos modos el propio dogma de la Iglesia representa la "cristología difundida," la doctrina sobre "todo Cristo — la Cabeza y el Cuerpo de la Iglesia."
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