Thursday, March 10, 2016

La veneración y prosternación ante los sagrados iconos ...


Christos krikonis, profesor de la facultad de teología de la universidad de salónica

La característica fundamental y esencial de la iglesia ortodoxa es el uso, la reverencia y la veneración de los sagrados iconos de jesucristo, la virgen y todos los santos. Porque por medio de ellos se expresa su carácter tanto mundano como sobrenatural. Esta realidad es la que quisieron poner de manifiesto aquellos santos padres de la iglesia que llamaron al primer domingo de la cuaresma "domingo de la ortodoxia". En él, se celebra el aniversario de la readmisión de los sagrados iconos decidida, en el 843, por resolución del vii concilio ecuménico.

Desde luego, la prosternación y veneración de los sagrados iconos viene impuesta por diversas razones.

La primera es la necesidad de fijar el pensamiento y el alma de los fieles a los receptores de sus oraciones, sus súplicas y sus plegarias, pero también de sus alabanzas y agradecimientos, es decir, a los santos representados. Los fieles, al rezar ante los sagrados iconos descansan el alma, viendo las figuras concretas de los santos representados, aunque sea, como dice el apóstol san pablo "en espejo y en enigma", y ello se debe a que de este modo sienten la presencia de aquéllos en su intercesión y embajada ante dios y depositan en ellos su confianza al orar y rogar.

La segunda razón fundamental es el gran valor didáctico de los iconos sagrados, por su ubicación en los templos sagrados y en el culto divino. Por medio de ellos todo cristiano aprende cómo premian dios y la iglesia a aquellos que permanecieron en la tierra fieles a su voluntad, y se mostraron dignos de la crucifixión y la obra redentora de dios hecho hombre. Este premio lo representan en los iconos especialmente las aureolas de los santos.

La tercera razón es la mútliple sacralidad de los sagrados iconos, que procede de diversos factores, entre los cuales los más importantes son la ubicación de los iconos en los templos sagrados y el culto divino, la enseñanza teológica de la iglesia de que toda prosternación y veneración de los iconos sagrados "pasa al original", y los diversos milagros históricos que se les han atribuido.

Quien reza ante los iconos siente que se encuentra en un diálogo personal directo con los santos de dios representados. El icono podría compararse a un intérprete e intermediario, amado por dios, de este diálogo, que deja fijado el ser del que reza.

Por ello el vii concilio ecuménico caracterizó la veneración y prosternación ante los iconos sagrados "institución y tradición de la iglesia, autorizada y grata a dios, justa reclamación y necesidad de todos los cristianos".

Mediante estos iconos no se transgrede ni desnuda la inefabilidad de la divinidad, sino que simplemente se describe la representación histórica de la presencia y vida de cristo en la tierra. Dado que todos los santos representados son plasmaciones "a imagen y semejanza de dios" de una sola divinidad, sus iconos sagrados son plasmación de su perfección espiritual en el mundo, siempre de acuerdo con la declaración de basilio el grande de que "la veneración y reverencia de los sagrados iconos pasa al original".

Los primeros iconoclastas, incitados sistemáticamente por las acusaciones, lanzadas por los judíos, de idolatría por parte de los critianos que veneraban y reverenciaban los iconos sagrados, exageraban ciertos desvíos y extremismos y aprovechaban, a fin de difamarlos, algunos casos aislados de simples analfabetos, y a veces de cristianos muy devotos que se daban a exageraciones y desvíos en la veneración de los iconos. La iglesia, con su enseñanza ortodoxa elaborada para la veneración y reverencia de los iconos sagrados, afrontó a tiempo estos fenómenos de casos aislados de abuso. Su línea correcta había sido ya formulada por basilio el grande. Según el espíritu de las resoluciones del vii concilio ecuménico, los iconos enseñan cómo se asemejan, por la gracia, los santos representados a dios, por medio de la santidad de sus vidas, y por ello es apropiado que se les depare veneración y reverencia. Al respecto, san juan damasceno escribe: "el que no (los) reverencia es enemigo de cristo y de la santa virgen y de los santos, vengador del diablo y de los demonios, y muestra de hecho su pesar porque los santos de dios sean venerados y glorificados, y el diablo despreciado. Pues el icono es un triunfo y mostración e inscripción en memoria de la victoria de los virtuosos y de la vergüenza de los vencidos y derrotados".

Los fieles "al ver las pinturas", es decir, los iconos, son remitidos "al sentido y veneración del representado". Por tanto, el icono no es un fin en sí mismo, sino un medio mediante el cual el creyente es remitido al sentido, la memoria de la vida, grata a dios, del santo representado, y de esta manera es invitado a imitarlo, lo cual constituye la veneración del santo o mártir representado.

De todo esto se desprende que la semejanza, relativa o absoluta, entre la apariencia histórica, real, del modelo y la representada en el icono, es algo secundario en los iconos eclesiásticos. Lo primero y principal en ellos es su cualidad y capacidad de remitir a sus modelos, y a ello contribuye de modo importante la inscripción, es decir, la escritura sobre ellos del nombre del representado. Y, desde luego, la figura de cada representado no es invención de los pintores, sino, como observa el sagrado focio "la prédica divina e ininterrumpida de la larguísima tradición apostólica y patriarcal, trabajándola y elaborándola según unos mismos y sagrados principios, no representa ni da forma a nada de la indecencia material o de la curiosidad humana al presentar las figuras de los santos. Mostrando y revelando toda su labor, nos ofrece puras e incontaminadas en los sagrados iconos las formas de los prototipos de un modo adecuado a la santidad".

El icono es, según el sagrado focio, "arquetipo exacto" en cuanto a la figura, la inclinación, las representaciones del modelo, pero especialmente en cuanto a su más profundo contenido teológico y a la gracia santificadora y bendición del representado, que alienta ininterrumpidamente en ellos, como en el modelo, y con la cual comulgan absolutamente cuantos veneran y reverencian, honrándolo, su icono. 


                               Catecismo Ortodoxo 

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"PADRE NUESTRO..."


Archimandrita Basilio, Abad del Monasterio de los Iberos

He elegido un breve pasaje del Evangelio, de las Sagradas Escrituras, y especialmente el "Padre nuestro", porque creo que es la oración más característica, en cuanto es una oración "del Señor", la oración que nos dio el Señor.

Y creo que el Señor nos enseñó la oración que Él hizo, nos dio la vida que Él vivió y nos mostró Su propio ser. Y ésta es la verdad de Jesucristo. Y como nos dijo en otra ocasión: "Yo soy la vid, vosotros los sarmientos" (Jn. 15, 5). Al igual que la relación de la vid y el sarmiento es una relación orgánica y silenciosamente pasa la savia de la vid a los sarmientos, del mismo modo el Señor nos dio todo Su ser, de modo que, por medio de esta oración -si la rezamos conscientemente y la vivimos- creo que vivimos en Jesucristo.

Pero empecemos a leer esta oración siguiéndola frase a frase.

La primera frase reza:

"P a d r e  n u e s t r o, q u e  e s t á s  e n  l o s  

c i e l o s".

Pienso que nuestro gran pecado es uno: a menudo nos desengañamos y olvidamos una cosa, no que somos débiles, sino que Dios nos ama. Si nosotros los débiles tenemos un capital, es que Dios nos ama y que Dios es nuestro Padre.

Decimos que el padre, la madre, aman a su hijo no porque sea bueno, sino porque es hijo suyo. Así que es algo importante que adoptemos esta conciencia y sintamos que podemos nosotros llamar a Dios Padre nuestro. Porque esta palabra lo dice todo. Inmediatamente nos introduce al clima de la Iglesia. Puede ser que uno sea huérfano, puede ser que lo hayan abandonado sus padres, puede ser que lo haya perdido todo y se sienta solo. Desde el momento en que Dios es su Padre, se siente protegido, seguro, y el mundo entero se convierte en su hogar.

Me atrevería a añadir lo siguiente: ¿no sería, acaso, mejor que nos abandonaran todos, para sentir este amor de Dios? Creo que esto puede decirse. Por ello, veis cómo el Señor en sus Bienaventuranzas, dice: "Bienaventurados los que sufren, bienaventurados los que tienen sed, bienaventurados los que tienen hambre, bienaventurados los que lloran...". Es decir, ojalá nos viéramos privados del cariño de los hombres, y lo perdiéramos todo, para sentir que Dios es nuestro Padre.

Recuerdo una vez que habíamos preguntado a una anciana en París, rusa, qué es el monje, y ella nos dijo espontáneamente que monje es un hombre colgado de una cuerda, y que esta cuerda es el amor de Dios. Creo que esto podemos decirlo, en el fondo, de todos los hombres: que el hombre tiene una fuerza en su vida, y que esta fuerza es que Dios lo ama. Hemos venido a la vida y tenemos esperanza, porque alguien nos ama. Y este alguien es fuerte independientemente de que nosotros seamos débiles.

"P a d r e  n u e s t r o,  q u e  e s t á s  e n  l o s 

 c i e l o s".

Padre nuestro, pues, no es simplemente alguien que puede localizarse aquí o allá, sino que es el que está en los cielos, Padre celestial, de modo que todo el mundo, todo el cielo, se convierte en nuestro hogar. De este modo, pues, podemos sentirnos cómodos y libres. Por ello, se cuenta que cuando dijeron a Evagrio Póntico, uno de los primeros ascetas de Nitria, que su padre había muerto, él reaccionó diciendo: "¡No blasfeméis! Mi Padre no ha muerto nunca!".

Así pues, con esta primera frase el Señor nos da valor, nos hace hermanos Suyos, y nos dice que llamemos a Su Padre Padre Nuestro. Y también dicen los Padres de la Iglesia: llamamos a Dios "Padre nuestro" -no decimos simplemente Padre mío-, de modo que Dios es Padre de todos nosotros y, así, todos somos hermanos entre nosotros.

La siguiente frase dice,

"s a n t i f i c a d o s e a t u n o m b r e,  v e n g a a n o s o t r o s t u r e i n o...".


En estas dos frases los Padres de nuestra Iglesia ven la presencia del Hijo y del Espíritu Santo. Y de este modo, pues, en estas tres frases "Padre nuestro... venga a nosotros tu reino", está presente entera la Santísima Trinidad. El Nombre de Dios Padre es el verbo de Dios Padre, el Hijo de Dios, y el reino de Dios es el Espíritu Santo. (Hay precisamente una escritura más antigua del Evangelio, donde en lugar de decir "venga a nosotros tu reino" dice "venga a nosotros tu Espíritu Santo y purifíquenos"). De modo que aquí tenemos presente a la Santísima Trinidad. Es lo que decimos: "Creo en un solo Dios Padre todopoderoso..., y en un solo Señor Jesucristo..., y en el Espíritu Santo...".

"Santificado sea tu nombre...". Rogamos nosotros que sea santificado el nombre de Dios. Aquí, si observamos lo que dicen los Padres, que el nombre de Dios es el Hijo y el Verbo Dios, este "santificado sea tu nombre" podemos conectarlo con aquello que dice el Señor: "Yo me consagro a mí mismo, a fin de que también ellos sean consagrados en la verdad" (Jn. 17, 19). Y el "me consagro a mí mismo" del Señor significa que, yo me sacrifico a mí mismo para que sean consagrados en la verdad, en la realidad, los creyentes. De este modo, pues, cuando nosotros decimos "santificado sea tu nombre", es como si dijéramos: santificado sea el sacrificio del Hijo y Verbo de Dios. Por ello el Señor es nuestra santificación, redención y justicia. Y, "venga a nosotros tu reino", que venga el Espíritu Santo en Pentecostés; y siempre viene el Espíritu Santo, y la Iglesia es un Pentecostés permanente.

En estas tres frases, pues, vemos presente a toda la Santísima Trinidad. Pero podemos ver también en estas tres frases la realidad de la invocación de la oración central de la Santa Misa: Aquello que el sacerdote ruega al Padre Celestial, es decir, que envíe al Espíritu Santo y que haga del pan y el vino Cuerpo y Sangre de Cristo.

Y llegamos a la tercera frase, que es la frase central del "Padre nuestro", y el punto central de la vida del Señor y de nuestra propia vida:

es el "h á g a s e t u v o l u n t a d".

Tal vez esta frase, "hágase tu voluntad", pueda compararse al "amén" de la invocación. Y este "hágase tu voluntad" es la conclusión y resumen de las frases anteriores; en las frases precedentes decimos, "santificado sea tu Nombre", "venga a nosotros tu reino", "hágase tu voluntad".

Nos referimos a Dios, decimos que Su nombre sea santificado, que venga Su reino, que se haga su voluntad. Le damos todo a Dios, y esto viene refrendado y resumido en esta frase, "hágase tu voluntad".

Para entender mejor el significado que encierra el "hágase tu voluntad", será conveniente recordar lo que dijo el Señor sobre por qué bajó del cielo: "Yo he descendido del cielo para hacer la voluntad del Padre que me envió y para llevar a cabo su obra". Y también aquello que dice de que "mi juicio es justo...". Mi juicio es justo y correcto porque "no busco mi voluntad, sino la voluntad del Padre que me envió". Y algo más aún: recordáis que el Señor se encontró con la Samaritana; al llegar los discípulos, le dijeron al Señor: "Maestro, come", y él les respondió que "yo tengo para comer un manjar que vosotros no sabéis...". "Mi manjar es cumplir la voluntad de quien me envió y llevar a cabo su obra".

Aquello, quiere decir, que a mí me alimenta es hacer la voluntad del Padre que me envía. Y creo que esto es el punto básico que determina la vida del Señor y nuestra propia vida. Por ello vemos al Señor a continuación, en el huerto de Getsemaní, es decir, en el momento de la verdadera agonía -podría decirse en el momento del fuerte terremoto en que todo se pone a prueba, y el Señor "entrando en agonía rezaba más fervientemente"-, decir "Padre mío, si no puede este cáliz ser alejado de mí sin que yo lo beba, hágase tu voluntad". (Mt. 26, 42). Lo que el Señor nos mandó decir, él lo dijo en el difícil trance, y el Señor avanza con calma, pero omnipotentemente, a su pasión precisamente porque al decir, "no mi voluntad, sino la tuya sea", inmediatamente se vuelve a su interior, toma otras fuerzas y sigue adelante.

No estaría de más referirnos ahora por un instante a nuestra propia vida. Luchamos en nuestra vida, emprendemos, tenemos planes, nos organizamos, progresamos, pero en cierto momento podemos pasar dificultades. Creo que no hay hombre que no pase su Getsemaní. Y en el momento en que todo se derrumba, sólo entonces todo resucita, y sólo entonces se entiende aquello que dijo el Señor de que hacer la voluntad del Padre que me envía y no la mía, es lo que me alimenta. En el momento en que todo se derrumba y no hay esperanza ni luz alguna, y todo está cubierto de oscuridad, si el hombre dice -Dios mío, hágase tu voluntad, al instante recobra fuerzas, resucita y avanza todopoderosa y modestamente hacia el camino, hacia el paso, hacia la Pascua que es Cristo, en una evolución que no cesa jamás. Y entonces, a posteriori, se darán gracias a Dios no por las facilidades, sino por las dificultades de su vida y por su propio Getsemaní, que lo obligó, en la desmembración de sí mismo, a decir libremente su pensamiento, y concluir en el "Dios mío, hágase tu voluntad".

Creo que este "hágase tu voluntad" se parece al "hágase" creacional (lo que dice el Señor, "Así dijo y se hizo, nació y se creó"), y al hágase litúrgico (cuando el sacerdote oficia el sacramento de la Santa Eucaristía y ruega al Padre que envíe al Espíritu Santo y haga del pan Cuerpo de Cristo y del contenido del Cáliz Sangre del Cristo y dice Amén, Amén, cuando ya se ha realizado el sacramento). Hay una relación entre el hágase creacional y el litúrgico. Cuando el hombre dice conscientemente, Dios mío, hágase tu voluntad también en mí, se parece a lo que dice la Virgen al Arcángel Gabriel: "hágase en mí según tu palabra"; hágase en mí, en mi ser, en mi interior, según tu palabra; Dios mío, hágase tu voluntad. De modo que el hombre es santificado y cobra nuevas fuerzas.

Dice el abad Isaac en cierto pasaje que el hombre puede, obedeciendo a Dios, convertirse en Dios según la gracia, y crear del no ser nuevos mundos: el hombre se hace completamente nuevo, el débil cobra nuevas fuerzas y el muerto cobra nueva vida y sigue adelante. Entonces comprende que, realmente, es un verdadero manjar llegar a decir con calma, "Dios mío, hágase tu voluntad y no la mía".

Por ello veis que el verdadero teólogo no es aquél que va a la universidad y saca sobresalientes porque recuerda algunas fechas y algunos nombres o redacta un buen trabajo; sino que el verdadero teólogo que conoce cuál es la fuerza y la verdad de la doctrina del Señor es aquél que en el momento difícil dice: no la mía, sino tu voluntad hágase. Entonces Dios entero entra en su interior, y al mismo hombre lo hace teólogo, lo hace dios según la gracia y sigue adelante en Jesucristo de una manera nueva. Y como el Señor resucitado siguió adelante con las puertas cerradas, igualmente el hombre, el débil pero todopoderoso por la gracia de Dios, sigue adelante ya estén los problemas resueltos o aún abiertos. Por ello si llegamos a encontrarnos en dificultades, digamos libremente nuestro pensamiento: exprésese cada uno como quiera expresarse, porque Dios es nuestro Padre. Pero a continuación, digamos, Dios mío, yo no sé, tú sabes, tú me amas más de lo que yo los amo, y más te pertenecen todos a ti de lo que a mí me pertenecen. De modo que hágase tu voluntad. Si acaso tu voluntad parece exteriormente una ruina, sea la ruina. Mejor una ruina querida por Dios que cualquier éxito con la voluntad humana, que es una auténtica sima y una verdadera ruina. Así que el "hágase tu voluntad" es la frase que nos alimenta y nos resucita en otro ámbito.

La siguiente frase es, "así  en  la  tierra  

como en  el  cielo".
Aquí, dice San Juan Crisóstomo, Dios nos hace a cada uno responsable de la salvación del mundo entero. No dice, "Dios mío, hágase tu voluntad en mi vida", sino hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo, que se haga en la tierra entera. Recuerdo que en una isla, en Cos, adonde había ido una vez, vi a una viejecita. Me dijo: "Yo no sé leer ni hacer ninguna oración, y no sé decir siquiera el Credo ni el Padrenuestro. Por eso, por la noche, al irme a acostar, me santiguo y le pido a Dios que dé un buen amanecer a todo el mundo". Me pregunta: "¿Hago bien?". Y le dije: "Haces bien".

Ya veis, la viejecita había concebido el secreto de esta oración; y como vivía en el seno de la Iglesia, y teniendo la gracia de Cristo que corría por su existencia silenciosamente, igual que la savia de la vid va al sarmiento, por ello, sin saber leer, hacía lo verdadero: rogaba a Dios que diera un buen amanecer a todo el mundo. Así pues, digamos "así en la tierra como en el cielo".

Más adelante decimos:"el pan  nuestro decadadía".
Cuando llegamos al punto de pasar el Getsemaní y de decir en el momento de la dificultad "Dios mío, hágase tu voluntad" sin protestar ni indignarnos, sino aceptándolo con resignación y calma, entonces pienso que nuestro estómago espiritual es capaz de digerir el verdadero alimento. Y el verdadero alimento es por su parte el propio Señor, Jesucristo. Habéis visto que dijo: "Yo soy el pan viviente bajado del cielo. Quien coma de este pan vivirá por siempre" (Jn. 6, 51). Yo soy el pan verdadero, el viviente, que ha bajado del cielo, y si uno come de este pan vivirá y no habrá de morir. Es decir, recibe desde ahora una fuerza y una gracia que lo ayuda a superar la muerte. Desde ahora, mientras se encuentra en la carne, se halla dentro de la vida eterna.

Por eso cuando dice el Señor, "el pan nuestro de cada día dánosle hoy", ¿qué quiere decir exactamente?. Y los Padres dicen que " Epiousios " ("de cada día") quiere decir el pan relativo a la esencia del hombre o el pan del día siguiente ( Epiouse Hemera ). Y el día siguiente es el tiempo que ha de venir, es el reino de los cielos. Así pues, rogamos a Dios Padre que nos conceda "el día siguiente", el pan celestial, a Jesucristo, que nos Lo dé como alimento verdadero desde hoy. Y mientras estamos en la carne, mientras nos hallamos en este mundo, el pan verdadero que nos alimente sea el pan de los ángeles, el pan del "día siguiente", el pan de la vida y el reino futuro.

"Y  pe r d ó n a n o s n u e s t r a s d e u d a s a s í c o m o n o s o t r o s p e r d o n a m o s a n u e s t r o s d e u d o r e s".

Aquí recordamos la oración que el Señor dijo sobre los que le crucificaban: "Padre, perdónalos, pues no saben lo que hacen" (Lc. 23, 34). El Señor los perdonó y, no habiendo ninguna justificación para su acción, el Señor les encontró una excusa, que no sabían lo que hacían.

"Y perdónanos..., así como nosotros perdonamos...". esta frase contiene algo más exigente. No nos dice el Señor que roguemos a Dios Padre que nos ayude a perdonar a los demás, sino que decimos que nosotros necesariamente perdonamos. Y dice Gregorio de Nisa que aquí, es como si dijéramos a Dios Padre que nos tome como ejemplo y nos perdone también a nosotros.

Pero si acaso nosotros no perdonáramos, entonces no puede hacerse nada, lo dijo claramente el Señor: "Mas si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro padre celestial os perdonará vuestros pecados" (Mt. 6, 15). Podemos acudir a la catequesis, asistir a las homilías, a la iglesia, comulgar y avanzar en la vida espiritual, podemos hacer milagros, y sin embargo no perdonar a alguien. Pero si no perdonamos no puede hacerse nada en absoluto.

En este punto querría que recordáramos algo que decía San Cosme de Etolia a los hombres con los que hablaba: "Me duele no tener tiempo de veros a todos y cada uno por separado para que os confeséis y me contéis vuestras quejas y deciros yo lo que Dios me quiera dar a entender. Pero como no puedo veros a todos, os diré algunas cosas que debéis aplicar. Y si las aplicáis avanzaréis por el buen camino. Lo primero es que perdonéis a vuestros enemigos". Y para hacerles entender lo que quería decir, les da un ejemplo: "Vinieron dos a confesarse, Pedro y Pablo. Pedro me dijo: "Santo de Dios, yo desde pequeño tomé el buen camino. Vivo en el seno de la Iglesia, he hecho todo el bien, rezo, doy limosna, he construido iglesias, he construido monasterios, pero tengo un pequeño defecto, que no perdono a mis enemigos". Y dice San Cosme que "Yo, éste decidí que iba al infierno, y dije "cuando muera lo tirarán a la calle para que se lo coman los perros". Después de un rato viene Pablo, que se confesó y me dice: "Yo desde pequeño tomé el mal camino, he robado, he deshonrado, he matado, he quemado iglesias, monasterios, es decir, soy como un endemoniado; sólo tengo una cosa buena, que perdono a mi enemigo". Y dice San Cosme: "yo bajé, lo abracé, lo besé y le dije que en tres días comulgaría".

El que tenía todo lo bueno, con la maldad de no perdonar a su enemigo, todo lo contaminaba, como cuando tenemos 100 medidas de masa y añadimos un poco de levadura y ahueca toda la masa. Por otra parte, el otro que ha cometido todos los males, perdonaba a su enemigo: esto actuó dentro de todo ello como la llama de una vela y lo quemó todo. Creo que esto es fundamental. Y a menudo toda nuestra vida expele un hedor en lugar de ser aroma de Cristo, y no sabemos por qué ocurre esto. Perdonemos, pues. No guardemos rencor a nadie. Y entonces nuestra vida seguirá adelante. Si no lo hacemos, entonces todas nuestras teologías y todas nuestras santidades serán en vano. Por eso precisamente dice el Señor, "perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores". Algo mínimo basta para darte paso al reino de los cielos, y algo mínimo puede ensuciar toda nuestra vida.

"Y n o n o s d e j e s c a e r e n t e n t a c i ó n, m a s l í b r a n o s d e l m a l".

Decimos "no nos dejes caer en tentación", y por otra parte el Apóstol Santiago dice "Hermanos míos, considerad una suprema dicha el veros envueltos en todo género de pruebas" (Sant. 1, 2). La confusión nos la resuelven los Padres. San Máximo el Confesor dice que hay dos tipos de tentaciones: por una parte tenemos las placenteras y voluntarias que engendran el pecado; en ellas pedimos al Señor que no nos permita entrar y dejarnos arrastrar por ellas. Por otra parte, hay otras tentaciones y pruebas, las tentaciones involuntarias y dolorosas, que castigan la tendencia pecaminosa, y que detienen el pecado. De este modo, pues, rogamos no caer en las primeras tentaciones, pero si acaso caemos en las otras pruebas debemos aceptarlas con plena alegría, porque estas tentaciones traen el conocimiento, la humildad, la gracia del Espíritu Santo. Y recordad lo que dice el Gerontikon : "quita las tentaciones y ninguno habrá de salvarse". Si se quitan de nuestra vida las tentaciones, estas pruebas, nadie se salvará.

"...mas líbranos del mal". La última frase de esta oración es el mal. La primera frase de la oración es el "Padre nuestro". Dios es la primera palabra, la primera realidad, y la última el maligno. Nuestra vida se mueve entre el maligno y Dios. El maligno no ha dejado a nadie tranquilo: ni al primer Adán en el Paraíso, ni al segundo Adán, a nuestro Señor Jesucristo, cuando salió al desierto. Y dice el Señor que "este linaje sólo puede ser expulsado con la oración y el ayuno" (Mc. 9, 29). No podemos liberarnos del mal sino mediante la oración y el ayuno. El maligno no se retira con la razón, como no se retira el cáncer con aspirinas. El diablo no se marcha con palabras inteligentes. Dice un monje que el mejor de los abogados no es capaz de habérselas con el menor de los diablos. Por ello no debemos entablar discusión con el maligno. Dejémoslo y marchémonos.

La cuestión en la vida espiritual es alcanzar el discernimiento espiritual, distinguir las cosas, si algo viene de Dios o del diablo. Pero podemos decir: "Yo soy un hombre débil, ¿cómo puedo alcanzar este discernimiento?" Creo que las cosas son sencillas si acaso hacemos conscientemente esta oración que el Señor nos enseñó. Podemos ahora comenzar desde atrás: si perdonamos a nuestros enemigos sin vacilación, si nos alimentamos con el pan del cielo, si en el momento de la dificultad decimos "Dios mío, hágase tu voluntad" y si sentimos a Dios como nuestro Padre, entonces, aunque seamos muy débiles, seremos al mismo tiempo fortísimos. Si, por el contrario, hacemos nuestra voluntad y no perdonamos al otro, entonces al diablo lo convertimos de hormiga en león, y no podemos remediarlo con fuerza ninguna. Por el contrario, si decimos: hágase la voluntad de Dios, yo no sé nada; si perdonamos sin vacilación, si en el momento en que nos han matado, nosotros, matados, podemos decir que no guardamos ningún rencor a quien nos mató, y decimos, hay Dios, no importa, entonces el hombre, este ser débil, es todopoderoso y puede salir adelante y el diablo es ante él una hormiga. Y sigue adelante libremente.

Recordáis, en Getsemaní, cuando el Señor "entrando en agonía rezaba más fervientemente" y dijo "no se haga mi voluntad", se refiere allí en las Sagradas Escrituras que "entonces se le apareció un ángel del cielo que le confortaba" (Lc. 22, 43). Y también cuando, en el desierto, dijo "vete de aquí Satanás; pues escrito está: al Señor tu Dios adorarás y a él solo rendirás culto". Entonces le dejó el diablo "y vinieron los ángeles, y le servían" (Mt. 4, 10-11). Así, pues, sucede también con nosotros: si decimos esta oración, si vivimos esta vida, el maligno se va, el discernimiento espiritual llega a nuestro interior y los ángeles nos sirven. Y podemos sentir esta compañía de los ángeles, y podemos desde ahora vivir en el Cielo, y podremos utilizar estas frases del Señor y decir que nuestra vida se hace entonces "edificada por los ángeles", "cubierta por Dios". Y entonces el hombre, pequeño, se hace todopoderoso por la gracia de Dios... 


                                   Catecismo Ortodoxo 

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El Sacramento del Bautismo


Cristo y la Iglesia son un organismo humano-divino, un cuerpo humano-divino, cuya cabeza es Cristo, y su cuerpo "toda la Iglesia". La caracterización de la Iglesia como "cuerpo de Cristo" no es simplemente una imagen metafórica, sino que significa "el propio cuerpo de Cristo ontológica y absolutamente entendido". Porque, como dice San Juan Crisóstomo, Cristo "remite su propio ser a nosotros; y no solo por la fe, sino en la propia realidad hace de nosotros su cuerpo". Los creyentes quedan "incorporados a él y operan en su carne y como el cuerpo a la cabeza, así se unen" y de este modo a partir de todos se conforma "un solo cristo". "Todos sois un solo Cristo, siendo su cuerpo".

Para expresar más profundamente la unidad humano-divina de Cristo y la Iglesia, el Apóstol San Pablo llamará a la Iglesia plenitud de Cristo. "La plenitud de Cristo es la Iglesia. Pues la plenitud de la cabeza es el cuerpo y del cuerpo la cabeza; plenitud, es decir, como la cabeza es complementada por el cuerpo. Pues por todos está compuesto su cuerpo. Entonces se completa la cabeza, entonces se hace un cuerpo perfecto, cuando todos estamos por igual unidos y cohesionados".

El sentido de la plenitud comprende la caracterización de la Iglesia como "pueblo de Dios". A la plenitud de la Iglesia de Cristo pertenece todo el pueblo de Dios, "los fieles de todo el mundo que existen, han existido y existirán". Plenitud de Cristo significa también la unidad "en Él" del reino terrenal y celestial, que se manifiesta en la Santa Eucaristía.

De Cristo se inviste toda la Iglesia y cada uno de sus miembros mediante el Bautismo y a través de éste vive, porque Él "vive en Su cuerpo y el cuerpo vive por Él". "Pues él es nuestra plenitud, y camino y varón y esposo; y raíz y bebida y alimento y vida; y apóstol y jerarca y maestro, y padre y hermano y co-heredero, y compañero en la tumba y en la cruz; e intercesor y abogado nuestro ante el Padre; y casa e inquilino y amigo; y cimiento y piedra angular; y nosotros somos Sus miembros y cultivo y edificio y ramas y colaboradores".

Esta nueva relación de los hombres con Dios es vivida como una experiencia común en la unidad orgánica y el funcionamiento armónico de un solo cuerpo, -"Todos nosotros, en efecto, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para constituir un solo cuerpo... Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo y miembros cada uno en particular" (Cor. I 12, 12 y ss.)- en el cual se renueva el "tiempo antiguo", y es celebrada y vivida por los fieles la nueva realidad en Cristo del mundo y se une el "ahora" con el "tiempo futuro" en la historia de la salvación (Rom. 5, 12-21).

De este modo, el Bautismo no es una cuestión entre el sacerdote y el bautizado, el comienzo de un camino personal, sino de toda la Iglesia, de toda la comunidad eucarística. "Cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús, en su muerte hemos sido bautizados... y hemos sido injertados en él reproduciendo en nosotros su muerte" (Rom. 6, 3-5). Los Santos Sacramentos son oficios y expresiones orgánicos del Cuerpo de la Iglesia, como las partes del corazón, como las ramas del árbol, como los sarmientos de la vid, según señala expresivamente San Nicolás Cavasilas. Mediante el culto divino, en los santos sacramentos y las ceremonias sagradas, se celebra realmente el encuentro del hombre con Dios, la gracia no creada abraza y hace incorrupta a la naturaleza creada. Por ello el servicio cultual no es sencillamente una hermosa tradición ritual, sino la manifestación y realización de la vida verdadera a través de la dinámica de los "signos" del simbolismo realista de nuestra Iglesia.
Que Dios nos conceda que nuestra participación en los sacramentos de la Iglesia sea una participación de vida.


El Nombre

Los nombres desde siempre han tenido una especial importancia para la comunicación y el entendimiento humano, dado que han desempeñado el papel de aquellos elementos mediante los cuales se daba a conocer la mostración de personas, animales y objetos. El nombre se convirtió rápidamente en un medio por el cual se pone de manifiesto una persona o cosa. Si esto tiene importancia para el mundo animal y vegetal, cuánto más para el hombre, en el cual el carácter personal es más marcado, y sus características peculiares aparecen en diversos hombres de modo diferente e irrepetible. El nombre y el acto de dar el nombre no se han desarrollado separadamente de la vida y los avatares históricos de los pueblos. A través de los nombres podemos seguir el rumbo histórico de una entera nación. A menudo los nombres ejercen sobre nosotros atractivo y poder, pero también repulsión. Esto ocurre porque las personas que llevan estos nombres se conectan con buenos recuerdos del pasado, en el primer caso, y con experiencias y situaciones negativas, en el segundo. A menudo los nombres son distintivos de la religión de la persona que los lleva y se conectan con las convicciones filosóficas y sociales de los hombres.

El Nombre en los Gentiles

Los griegos se distinguieron mas que ningún otro pueblo por la riqueza de los nombres propios. La alegría y el orgullo de los griegos era su nombre propio, nunca su profesión o su título. La ausencia de nombres o del acto de dar el nombre por parte de algún pueblo se consideraba desde siempre ausencia de civilización. Contrariamente a lo que ocurría en los pueblos prehistóricos, en los pueblos civilizados los hombres llevan nombres propios, que reciben en un acto en que se les otorga. Entre los antiguos griegos el nombre era dado al bebé bien al nacer, bien al octavo día de su nacimiento.

El Nombre en el Antiguo Testamento

En el antiguo Testamento vemos que el hombre, como la más perfecta de la criaturas, desde el primer momento tiene su nombre propio, que manifiesta su individualidad y su carácter único, y por medio de él se distingue de las demás personas que se hallan con él. El Creador llama al primer hombre ADÁN por su nombre, mientras que éste da nombre a los animales y a su mujer.

Los judíos daban el nombre al bebé inmediatamente después de nacer, mientras que más tarde lo hacían al octavo día de su nacimiento. Precisamente, el hecho de dar el nombre al octavo día se conectó con la circuncisión. Este acto era practicado en la Antigüedad por los egipcios y los etíopes. De ellos lo tomaron los hebreos. La circuncisión es una práctica religiosa ordenada por el propio Dios, para que fuera señal visible de todo el que pertenece a Dios, así como de la alianza establecida por Dios con Abraham. La conexión de la circuncisión judía con el acto de dar el nombre muestra tal vez la enorme relevancia que los judíos atribuían al nombre y su importancia para la vida del hombre.

El Nombre en la doctrina cristiana


La importancia del nombre humano fue asumida también por el cristianismo, que la puso de realce y elevó, al liberarla de las asfixiantes ataduras espacio-temporales del mundo presente, situándola en la dimensión ultraterrena.

¿Cuándo se da el Nombre?

El nombre, según la norma de la Iglesia Ortodoxa, se da el octavo día a partir del nacimiento del bebé. ¿Por qué? En la revelación bíblica el número "siete" es el símbolo del mundo creado por Dios "todo bueno", del mundo que ha sido corrompido por el pecado y entregado a la muerte. El séptimo es el día en el que el Creador descansó y lo bendijo, es el día que expresa la alegría y el regocijo del hombre por la creación como comunión con Dios. Pero este día es un descanso del trabajo, no su auténtico fin. Es el día de la aspiración, de la esperanza del mundo y del hombre en la redención, en el día que está más allá del "siete", más allá de la permanente repetición del tiempo. Esta situación sin salida vino a abolir el nuevo día inaugurado por Cristo con Su Resurrección. A partir de "el único de los sábados" comenzó un nuevo tiempo, que aunque exteriormente permanece dentro del tiempo antiguo de este mundo y sigue midiéndose en base al número "siete", el creyente siente que es nuevo. El "ocho" se convierte ya en símbolo de este nuevo tiempo.

¿Por qué se da el Nombre al octavo día?


La Iglesia, al colocar el acto de dar el nombre al octavo día, quiere hacer al recién nacido participar y comulgar de esta nueva realidad, e indicarle el rumbo dinámico de la vida humana reconocida, cuya meta es el Reino de los Cielos. Vemos aquí que la Iglesia considera al niño recién nacido una persona ya íntegra, lo trata con la misma atención con la que trata a toda persona. El nombre del hombre le da identidad como persona y certifica su unicidad. Por ello se preocupa de darle nombre. No considera al bebé simplemente un hombre, general e indefinidamente, ni como portador de una naturaleza abstracta e impersonal. Es realmente impresionante el hecho de que mucho antes de que se les reconocieran a los niños los derechos humanos, incluso antes de que se fundaran las organizaciones internacionales para la protección de la infancia, la Iglesia, aplicando desde hace siglos su filantrópica, por más que ignorada, práctica para con todos los hombres con la bendición del acto de dar el nombre, confesara la unicidad del niño en concreto y reconociera el don divino de su personalidad.

La bendición del acto de dar el Nombre


La Bendición recibe este nombre porque con la bendición que la Iglesia concede al niño, ocho días después de su nacimiento, lo llama por primera vez por su nombre propio. Esto ocurre no porque sea la primera vez que la Iglesia lo bendiga -pues esto ya ha tenido lugar el primer día-, sino porque las bendiciones del primer día están dirigidas principalmente a la madre, y al niño en segundo lugar. Éste será el nombre que llevará durante toda su vida y con este nombre entrará por fin en el esperado Reino de Dios, prefiguración del cual es este día en que lo recibe.

Lo que hace esta bendición es señalar el objetivo del hombre, que es su unión con Dios. Por ello no olvida expresar la solicitud de su acceso a la Iglesia y su culminación por medio de los santos Sacramentos de Cristo. Sólo como miembro de la Iglesia, que llegará a ser mediante el Bautismo, el niño superará la ruptura del pecado. De este modo se hace evidente que la bendición del acto de dar el nombre apunta a los Sacramentos del Bautismo y de la Crismación (Confirmación) y a la participación del hombre en la Santa Eucaristía.

El Oficio del Nombre


La bendición se incluye en el marco del Oficio del nombre, que se celebra en el templo o en la casa. El niño es recibido por el sacerdote no en el Templo, sino en el pórtico. Allí tiene lugar el Oficio. El origen de esta disposición puede buscarse en la práctica de la antigua Iglesia, según la cual las ceremonias prebautismales tenían lugar no en el templo principal sino en el patio del baptisterio. Tras la lectura de la bendición del acto de dar el nombre que hemos examinado, el sacerdote bendice la boca, la frente y el corazón del niño. Esto se hace no sólo para bendecir esas partes del cuerpo en concreto, sino especialmente sus correspondientes funciones: la de la palabra (boca), la intelectual (frente) y la vivificadora (corazón). De este modo el niño, como entidad psicosomática conjunta, es literalmente entregado a Cristo. Esta es la razón por la cual a continuación se canta el apolytikio (canto religioso) de la fiesta de la Purificación "Salve, Llena de Gracia, Virgen Madre de Dios...".

Hoy, a menudo, y por diversos motivos, como la ignorancia o por no decidir los padres a tiempo el nombre que se dará al niño, u otras razones prácticas, el acto de dar el nombre se ha conectado con la Ceremonia del Bautismo.

¿Por qué celebramos las fiestas?


El hombre creado a imagen de Dios está por su naturaleza destinado a celebrar las fiestas, a recordar a Dios. San Gregorio el Teólogo dice expresivamente "capital de la fiesta es el recuerdo de Dios". De este modo la fiesta cristiana no es una situación teórica, abstracta e irresponsable. Por el contrario, constituye el realmente agotador camino del hombre de vuelta a Dios, al Arquetipo no creado del cual procede. Por ello la fiesta cristiana, como vivencia de alegría y regocijo, no puede entenderse fuera de la glorificación de las obras de Dios y la experiencia de la gloria divina, fuera de la nueva realidad creada en el mundo por los hechos de la Economía Divina, de la Encarnación del Verbo, de la Cruz, de la Pasión y de la Resurrección de Cristo. Hechos que dieron un nuevo sentido al tiempo, al espacio, al hombre, al mundo, a la propia vida.

El contenido de la fiesta cristiana dentro de la Iglesia

El hombre celebra porque celebra Cristo. San Juan Damasceno dice que "Cristo ha instituido las fiestas para nosotros". El contenido de la fiesta es la alegría del hombre. La alegría de la salvación. Una experiencia vivida dentro del Cuerpo de Cristo, la Iglesia, que es caracterizada por los Padres como "Iglesia (=reunión) de los que celebran de modo digno del Espíritu". Una experiencia que adquiere dimensiones eternas, se convierte en "copia de la alegría de arriba", ya que Cristo, Iglesia y vida ultraterrena, es decir, el Reino de Dios, son inseparables. Dios no es honrado ya en determinados grandes acontecimientos, sino que es punto de referencia y recuerdo para el hombre a cada momento, a cada hora, cada día, cada fiesta. El tiempo en la vida eclesiástica es el marco en el que se desarrolla la revelación, se realiza la salvación del hombre y cobra valor mediante el misterio de la Humanización del Hijo y Verbo de Dios. El hombre puede ya superar la barrera del tiempo y vivir lo eterno y verdadero. Podemos todos hacer de nuestra vida una Pascua continua. Las fiestas repartidas a lo largo del año eclesiástico constituyen precisamente centros que organizan el tiempo en una nueva dimensión. La Pascua, la Navidad, la Asunción, la fiesta de los Santos Apóstoles, las memorias diarias de Mártires y Santos, el ciclo semanal y anual de los Oficios, las demás fiestas, con las vigilias y sus oficios, dan al tiempo una nueva dirección y dimensión. La fiesta, pues, es la propia existencia de la Iglesia, donde la Resurrección sigue activándose como realidad histórica y sitúa sacramentalmente al creyente en el mundo de la vida divina. Es la sensación ontológica del octavo día, el hecho universal, por excelencia, de la Iglesia.

La dimensión eucarística de la fiesta


La Transfiguración del tiempo, la renovación del mundo, la alegría que da Cristo al hombre, pero también la imitación de la vida de Cristo, la nueva vida exigida por la fiesta cristiana, se viven por medio de la Iglesia, la Eucaristía y la vida sacramental. La Iglesia, dice San Nicolás Cavasilas, "es significada por los sacramentos", es decir, vive en los Sacramentos. Esto significa que las fiestas y las ceremonias de la Iglesia emanan del único misterio de Cristo.

En la Santa Eucaristía, dentro de la Santa Misa, la fiesta por excelencia, está presente toda la Iglesia. Cristo está presente revelando al hombre la verdad de Dios. Los santos están también presentes en la Santa Eucaristía. La Santa Misa se ofrece también "a favor de los que reposaron en la fe, los ancestros, los padres, patriarcas, profetas, apóstoles... mártires, confesores... y especialmente de la bendita Inmaculada Virgen". Pero no como súplica nuestra a Dios por los santos, sino como acción de gracias. La Santa Eucaristía no se ofrece como agradecimiento al santo por el triunfo conseguido, sino que se ofrece porque los fieles se regocijan y esperan en su intercesión durante su fiesta. Por ello, cuando celebramos vamos a la Iglesia. Celebrar significa ir a la Iglesia, participar en la Santa Eucaristía, comulgar del Cuerpo y la Sangre de Cristo, comulgar con Dios. Celebrar significa no estar solo, sino con Dios y mis hermanos.

¿Por qué Honramos a Los Santos?


Honramos a los santos no como héroes religiosos, porque ello sería idolatría, sino como ejemplos vivos de la vivencia de la renovación en Cristo del hombre, como "luces teúrgicas", como verdaderos amigos de Dios, como copartícipes de la pasión y la gloria de Cristo, pero también como guías de los fieles "a toda la verdad en el Espíritu Santo".

Los Iconos de Nuestros Santos


La prosternación reverencial ante los Santos emana del hecho de que fueron ellos mismos honrados por Dios. Los iconos de los Santos testimonian este honor que les fue rendido por Dios, y de este modo nos incitan a nosotros a la imitación y a una fe semejante. San Basilio el Grande dice que "la reverencia de los iconos pasa al modelo". El honor que rendimos al icono, pasa a la persona representada y, finalmente, se remite a Dios.

"Siguiendo la doctrina, dictada por Dios, de nuestros Santos Padres y la tradición de la iglesia católica, pues la reconocemos como doctrina del Espíritu Santo que en ella habita, determinamos con toda exactitud y unanimidad que se pongan junto a la santa y vivificante Cruz también los venerables y sagrados iconos, elaborados con colores y teselas o cualquier otro material adecuado, en los sagrados templos de Dios, en los enseres y hábitos eclesiásticos, en las paredes y en las tablas, en las casas y en las calles, a saber, las imágenes del Señor y Dios y Salvador nuestro Jesucristo, de nuestra Inmaculada Señora, la Santa Madre de Dios, de los santos ángeles y de todos los santos y hombres venerables".

(VII Concilio Ecuménico)

Bibliografía

Georgios Ch. Chrysostomos, El acto de dar el nombre, ed. Pournará, Salónica 1991

S. Demoiros, La forma de otorgar nombre al hombre entre los antiguos griegos y los griegos cristianos, Atenas 1976. K. Montzouranis, Los principales nombres de los griegos y las griegas con su breve historia y su etimología y valor simbólico, Atenas 1951. 


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Sunday, March 6, 2016

Sobre cómo los santos son puestos aparte y santificados gracias a la inhabitación del Espíritu Santo. ( San Isaac el Sirio )


Del mismo mar Isaac. Sobre cómo los santos son puestos aparte y santificados gracias a la inhabitación del Espíritu Santo.

1. Templo de Dios es una casa de oración . Casa de oración es pues el alma en la cual la memoria de Dios es santificada continuamente. Si todos los santos son santificados por el Espíritu para que sean templos de la adorable Trinidad , [esto significa que] el Espíritu Santo les santifica manteniendo vivo [en ellos] el recuerdo de Dios. En efecto, la oración continua consiste en el recuerdo continuo de Dios. Entonces, por medio de una oración continua, los santos son santificados volviéndose morada de la acción del Espíritu Santo, como dice uno de los santos: “Acuérdate siempre de Dios y tu inteligencia estará en el cielo”.

2. Si, por tanto, nuestra alma, gracias a la oración continua, se convierte en otro cielo, en el cielo no hay bien que falte, ni es atravesado por ningún mal, ni se le acerca la tentación, ni las pasiones del cuerpo y del alma, ni el recuerdo de los males, ni ninguna cosa que aflige al cuerpo, ni las tinieblas ni las vejaciones del alma. Si, en cambio, todas estas tentaciones [se abaten sobre nosotros, deducimos de esto], que esto nos sucede porque vagamos y nos alejamos del recuerdo de Dios, y es por esto que nosotros erramos cayendo en toda clase de mal. La oración, en efecto, es el resultado del recuerdo de Dios que hace cesar las causas del errar. Aquel errar por el cual nosotros sufrimos todos los males.

3. Perseveremos pues en la oración, que es la forma luminosa del recuerdo del Señor, nuestro Dios: [entonces] nos abandonarán todas las tentaciones –que la providencia, en vista de la [oración], permite que sean mandadas para estropear en nosotros el recuerdo de Dios- gracias a la vehemencia de la intercesión y a la crucifixión del intelecto que esta [se realiza]. En efecto, estos carceleros –que son las tentaciones- nos empujan necesariamente a infringir la [oración]. Uno de los santos ha dicho: “Ora constantemente y el espíritu del error huirá lejos de ti” .



4. Cuando por tanto nos aplicamos a la [oración] y hacemos espacio en nosotros al recuerdo del Señor por medio de nuestra oración continua dirigida a él, entonces las tentaciones se alejan, las pasiones se aquietan, Satanás es enviado lejos, las penas no encuentran espacio en nosotros, las aflicciones se marchitan; y todas las realidades adversas ceden el lugar al recuerdo de Dios del cual [gozamos] en precedencia, éstas se van y huyen ante su Señor. 5. Mientras tanto los ángeles celebran continuamente el misterio de su Señor en la casa en la cual se encuentra el altar del Santo. El recuerdo continuo de Dios es, en efecto, un altar establecido en el corazón por el cual todos los misterios son elevados hacia el Santo del Señor , y donde ninguna realidad contraria que hemos enumerado llega. Éstas se atemorizan ante el fulgor de la luz divina que se inflama en medio de los misterios. Y sucede así, naturalmente, que todos los adversarios son vencidos allí donde Dios es nombrado.

6. Si en efecto sucediese que, también cuando nos aplicamos a la [oración], algunas de aquellas realidades salieran todavía a perturbarnos y a mostrar su impudencia siendo ocasión de molestia, [esto sería signo] de que el recuerdo continuo del Señor no lo hemos custodiado como conviene. Y así, con motivo de nuestra falta, éstas han encontrado el modo de asaltarnos. La insidia de los enemigos, en efecto, no puede acercarse a la casa del rey cuando éste está presente.

7. La divinidad, sin embargo, habita en el hombre no con la [propia] naturaleza, desde el momento que su naturaleza no es circunscribible, y no puede ser ni circunscripta ni encerrada en un lugar. De ella están llenos el cielo y la tierra y no hay lugar que pueda contenerla . Está en efecto en todo lugar y de cada lugar está lejos: [es lejana] por la incircunscribilidad y la excelencia de su naturaleza, pero [está en cada lugar] por las realidades incomprensibles realizadas para nosotros. Se afirma que Dios habita en un lugar mediante la voluntad y el actuar de su fuerza, como está escrito: Habitaré en ellos y en estos caminaré ; es decir: “Mostraré en ellos la fuerza de mi actuar”. Como también está escrito que [Dios] cubrió el templo de Jerusalén o la tienda erigida por Moisés..



8. Cuando la casa de [Dios] fue edificada y llevada a cumplimiento por Salomón, se afirma que su Shekinah la cubrió y llenó la casa con su magnificencia, y los sacerdotes salieron del Santo, ante la Shekinah del Señor, ya que no podían prestar servicio en cuanto la casa entera estaba llena de la nube de la magnificencia del Señor . Este fue el signo de que Dios se complació de aquella [casa] y la tomó por morada. Así sucede también en el alma, que ha sido edificada mediante lo que es excelente, cuando al momento de la oración siente esta nube que cubre el intelecto en oración.

9. Esto sucede de manera invisible, y [el orante] no es capaz de terminar la recitación de su oración. Por esto él se aquieta ante la magnificencia del Señor que a través de la intuición se revela al intelecto y es reducido al silencio en el asombro: ¡esto es entonces el signo que el Señor se ha complacido de él y lo cubre! Lo mismo vio Ezequiel cuando le fue mostrado en revelación la construcción del templo: tan pronto aquella casa que fue construida ante él -que le era mostrada como revelación divina- fue llevada a cumplimiento, ve también la Shekinah divina que cubre la casa y era llena de ella.

10. En la visión que veía estaba cómo la obra divina que era impresa en él, por medio de aquella admirable vista que, antes que fuese realizada, le fue dado ver. E, incluso estando él físicamente en Babilonia, veía la revelación en Jerusalén, que estaba alejada alrededor de trecientas parsahe de camino. Le fue así mostrado a Aquel que entró [en la] casa y la Shekinah de Dios que la cubría. Como [él mismo] dice: Me condujo a la puerta que miraba al oriente ; había en efecto un hombre que le mostraba todas estas cosas por revelación: era un ángel que le hablaba. [Este] dijo: Pon en tu corazón todo lo que yo te muestro, ya que es para mostrártelo que he venido .

11. Mediante estos [ejemplos] se nos dan a conocer dos cosas: que todas las revelaciones de los santos les han sido concedidas mediante la mediación de los ángeles y que éstos, [es decir los ángeles], les instruían hasta que uno no se había acercado a la revelación de la visión divina; y lo segundo es que las revelaciones angélicas preceden a la revelación divina y la condición realizada en los [santos] gracias a la acción del Espíritu Santo, como también aquí se nos da a conocer . Por esto [Ezequiel] dice: Me condujo a la puerta que mira al oriente y he aquí la gloria del Dios de Israel que venía del camino del oriente y su voz era como la voz de muchas aguas . 12. También aquella revelación que [Dios] le mostró es según el orden de aquí abajo. Dice en efecto: la tierra ha resplandecido de la gloria; y continúa: yo caí sobre mi rostro y la gloria del Señor entró en la casa . Y también, en otro lugar, dice: el patio interno fue colmado por la nube, la gloria de Dios se elevó por encima de los querubines y la casa fue colmada por la nube . Y también: el patio interno fue colmado por la gloria del Señor ; y otras cosas semejantes, que las Escrituras dan a conocer acerca de cuanto es obrado según el orden de la Shekinah, cuya fuerza cubre el [lugar] reservado al Nombre de la santidad de [Dios] y en la cual su memoria es santificada en todo tiempo. Así [las Escrituras], con el fin de instruir, muestran mediante una visión clara esto que la gloria de [Dios] obra.

13. En cuanto a aquellas expresiones [en las cuales se dice que Dios] “mora” y “habita” , no [debe entenderse que esto suceda] con su naturaleza, sino es con su gloria y su obrar que Él habita en el lugar reservado a su santidad. [Es así que], sea [que habite] en un edificio hecho por manos [de hombre] y [en] realidades no dotado de razón, llamadas utensilios de su santuario, sea [que habite] en los templos racionales que son las almas. Son, en efecto, la fuerza y el obrar [de Dios] que santifican y separan de las otras almas a aquella alma en la cual el Señor es santificado por medio del recuerdo de Él. Por tanto, es gracias a la manifestación de una revelación y del conocimiento de los misterios en ésta revelados, y no por medio de la inhabitación de la naturaleza [de Dios en nosotros], que nosotros deseamos este bien y en todo tiempo santificamos nuestros miembros, junto a nuestra alma, en las alabanzas de Dios.

14. ¡Nos santificamos por tanto a nosotros mismos con el recuerdo continuo de Él, que nos es posible mediante la oración! Nos volvemos templos santos por medio de la oración, para acoger en nosotros mismos la adorable acción del Espíritu, como dice el Apóstol: Todo es purificado y santificado por medio de la palabra de Dios y de la oración ; en efecto, el recuerdo de Dios, que es custodiado aquí abajo y la invocación del Nombre del Señor santifican [todo] y alejan toda mancha y toda fuerza extraña. 15. Se ha dicho también: En todo lugar te acordarás de mi Nombre, vendré a ti y te bendeciré . Nosotros nos acordaremos por tanto continuamente de Dios y nuestra boca será bendecida, como dijo hace un tiempo un santo a algunos seglares que estaban sentados: “¡Levantaos y saludad a los solitarios para que seáis bendecidos! Sus bocas, en efecto, son santas, desde el momento en que hablan continuamente con Dios” .

16. ¡Ved, por tanto, como es hecha digna de santidad la boca que en todo momento habla con Dios [como] es santificado el corazón en el cual continuamente el Nombre del Señor es bendecido! ¡Bendice continuamente a Dios en tu corazón para ser bendecido y no dejes de bendecirlo! Santifica tu alma y todos tus miembros bendiciéndolo, diciendo: Bendice al Señor, alma mía; y todos mis huesos, su Nombre santo ; y también: Te alabo, mi Señor, mi Rey, etc. .

17. Pronuncia con tu boca su alabanza y no te canses jamás de glorificarlo, y [así] su magnificencia y su gloria llenarán tu alma. Sea exaltado Dios en tu corazón en todo momento y no seas jamás saciado de su magnificencia y de sus bendiciones, y tampoco de aquella gloria que el Profeta ve morar sobre Jerusalén, y [así] tu alma será colmada. Dice [Ezequiel]: La tierra ha resplandecido de su gloria . Y también [alguien ha dicho]: “Acuérdate siempre de Dios y tu inteligencia será un cielo” .

18. Aspiremos por tanto a esta magnificencia, para [ser] templos de Dios, por medio del recuerdo continuo de Él, en las oraciones y las alabanzas, como dice el santo obispo Basilio: “La oración pura es la que realiza en el alma el recuerdo continuo de Dios. Así nosotros seremos templos para Dios, porque él mora en nosotros por medio del recuerdo continuo con el cual nosotros nos acordamos de Él” . De esta gloria celeste son hechos dignos los que son casa de oración ; y el templo en el cual mora la memoria continua del Señor resplandece hasta el punto en que los rayos que por él [emanan] irradian y resplandecen también a lo lejos.

19. ¡El recuerdo continuo de Dios es el misterio del mundo futuro en el cual nosotros recibimos plenamente aquí abajo la gracia entera del Espíritu y [de tal modo] el recuerdo de Dios no se alejará más de nosotros aquí abajo, porque así nosotros somos su templo en plenitud! Los santos sobre la tierra han deseado ardientemente este misterio de la alegría futura, con aquella avidez persistente, típica de la oración; [han deseado] ser hechos dignos de ella, por medio de la gracia y de la misericordia de Cristo, nuestra esperanza , junto a todos sus santos, por los siglos de los siglos. Amén.

San Isaac el Sirio


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Un Solo Dios Adorado en la Trinidad. ( Obispo Alexander Mileant )




La grandeza de Dios

y el deseo humano de conocerlo.

Dios es un Ser sublime y perfectísimo, Creador y Rector del universo, Espíritu eterno, omnipresente, omnisciente y todopoderoso.


La esencia de Dios es incomprensible tanto para la mente humana, como para la de los ángeles. Él habita en una luz inaccesible; a Él nadie le ha visto ni le puede ver. (I Tim 6:16).


San Basilio el Grande, escribe:

"Si quieres hablar acerca de Dios, renuncia a tu cuerpo y a los sentidos físicos, abandona la tierra y el mar. Haz que el aire quede debajo de ti. Deja de lado la cronología de los años, su orden preciso, y el ornamento de la tierra. Sitúate sobre el éter, deja a tras las estrellas, su belleza y tamaño, la utilidad que brindan al universo, su organización, luminosidad, posición, movimiento y todo cuanto próximo o distante haya entre ellas. Sobrepasando todo esto con la mente, circunda el cielo y situándote por encima de él imagínate la belleza del lugar. Desestima las huestes de los ángeles, la autoridad de los arcángeles, la gloria de los señoríos, la presencia de los tronos, las virtudes, los principados y las potestades. Desestimándolos a todos ellos cruza los límites de la creación dejándola por debajo de tus pensamientos. Imagínate la naturaleza divina, firme inmutable, desapasionada, simple e indivisible, Imagina la luz inaccesible, la grandeza ilimitada, el poder inefable, la gloria resplandeciente, la bondad ansiada y la belleza inconmensurable que impresiona fuertemente las almas sensibles y que no puede describirse dignamente con palabras."


(N de T: Señoríos, Tronos, Principados, Virtudes, Querubines y Serafines, son los nombres de las jerarquías de los ángeles. El mundo espiritual de los ángeles es mucho más numeroso que el nuestro).

Semejante elevación espiritual es necesaria para meditar acerca de Dios.


Es paradójico que el hombre desde temprana edad, y a pesar de sus limitaciones mentales y espirituales, desee conocer a Dios. La tendencia instintiva de la mente humana de conocer al Ser Supremo y al mundo espiritual, se advierte en personas de cualquier que raza, cultura o de desarrollo. Evidentemente, hay algo misterioso en la naturaleza del hombre, que como un imán lo atrae hacia la esfera de lo invisible y lo perfecto. Las Sagradas Escrituras definen a este "algo" como "imagen y semejanza de Dios" en el hombre, grabada por el Creador en los cimientos de nuestra naturaleza espiritual. (génesis 1:27).


Sólo la presencia de este vínculo entre el alma y su Creador, puede explicar que ante las más adversas circunstancias, aún las personas sin formación religiosa alguna pueden tener una idea más o menos correcta acerca de Dios. Lo extraordinario es que Dios siempre va al encuentro de la persona que lo busca, manifestándose ante ella misteriosamente.


Las Sagradas Escrituras conservan el recuerdo de un breve pero muy valioso tiempo en el que en los albores de la humanidad, Dios aparecía y hablaba con Adán y Eva, como un padre con sus hijos. En aquellos días no había siquiera un atisbo de temor entre los primeros hombres ante la presencia del Ser Supremo. Sobre esto, los ateos pretenden convencernos de que la surgió como consecuencia del temor inconsciente que experimentaba el hombre primitivo frente a las fuerzas de la naturaleza. Por el contrario, de acuerdo al Génesis, el primer encuentro del Creador al hombre estuvo pleno de confianza y beatitud. Fue la caída en el pecado lo que privó realmente al hombre del sentimiento de proximidad y bienaventuranza de Dios.




La noción de Dios entre

los filósofos y las civilizaciones antiguas

Luego de la caída de Adán y Eva en el pecado, la mayoría de sus descendientes fueron alejándose de Dios y volviéndose cada vez más rudos, y entregándose a los vicios cayeron en la superstición. Lentamente fue desarrollándose la idolatría. Pero a pesar de esto, la tendencia instintiva de buscar a Dios permaneció en el hombre


Toda la historia antigua de la humanidad testimonia que el hombre, a diferencia de los animales, no puede limitarse solo a satisfacer sus requerimientos físicos. Inconscientemente, su pensamiento es atraído hacia niveles más altos, hacia el mundo trascendental, hacia su Creador. El hombre anhela conocer: ¿cómo y por qué apareció este mundo que lo rodea? ¿Tiene su vida un significado más importante? ¿Qué le espera detrás del umbral de la muerte? Existe otro más perfecto? ¿ Existe la justicia absoluta y excelsa? ¿Habrá una recompensa por las obras buenas y un castigo por los crímenes? Al Contemplar la grandeza, la armonía y la hermosura del mundo, el hombre llega al convencimiento de que debe existir un Creador. Su sentido moral le dicta sobre la existencia de un Legislador recto que dará a cada uno según sus obras. De esta manera, bajo la influencia de motivos internos y externos, paulatinamente comenzó a gestarse en el hombre un sentimiento religioso, una necesidad de conocer y acercarse a su Creador.


Por esta razón, nunca existió un pueblo totalmente privado de la noción de un Dios.


"Observen la faz de la tierra - dice Plutarco (siglo I AC) - ustedes encontrarán ciudades sin fortalezas, sin ciencias, sin autoridades, verán personas sin hogar, personas que desconocen el uso del dinero o que ignoran totalmente la hermosura del arte, sin embargo, nunca encontrarán una sociedad que viva sin fe en una Divinidad."


Debido a que no existe una información detallada sobre las diferentes creencias y la vida de los pueblos antiguos, es difícil establecer puntualmente como surgieron y se desarrollaron sus diferentes conceptos religiosos. Sin embargo muchos religiosos de las religiones comparadas afirman que en las religiones primitivas existió la idea del monoteísmo (un solo Dios); en tanto que la deificación de las fuerzas naturales y diferentes dioses (politeísmo) apareció mucho más tarde. * Los primeros capítulos del Génesis relatan el desarrollo del politeísmo entre "los hijos del hombre" como el resultado del entorpecimiento moral. También nos enseña como "los hijos de Dios" (los descendientes de Set) conservaron su fe en un solo Dios. Además debemos aclarar, que en las religiones politeístas, siempre existió un dios supremo por encima de otras divinidades. Por ello al margen de las imperfecciones de las religiones paganas el reconocimiento de la existencia de un Ser Supremo, nos indica que el hombre en su naturaleza interna es religioso. El ateísmo es un estado anormal y patológico del alma humana surgido de un estilo de vida pecaminoso y que con los años se fortalece aún más con la penetración de los conceptos ateos.


En Grecia, donde 600 años AC, el politeísmo desplazó al monoteísmo, advertimos una saludable oposición por parte de los filósofos. Uno de los primeros filósofos en oponerse al politeísmo, fue Xenofonte (570 – 466 AC) quien luchó contra los adoradores de animales y héroes legendarios. Él dijo "Entre los dioses y los hombres existe un Dios supremo, el cual no se parece a ellos, ni mentalmente, ni en su apariencia externa. El es toda visión, todo pensamiento y oído. Él habita, eterno e inamoviblemente, en un solo lugar y con su mente dirige todo sin esfuerzo"


Heráclito habla sobre el Logos de quien todo recibió su existencia. El llama Logos a la Sabiduría Divina (1) Anaxagoras llama Dios "Razón purísima" omnisciente y omnipotente. Esta Razón, siendo de naturaleza espiritual, todopoderosa y omnipresente mantiene todo en un orden. Ella formó al mundo a partir de un caos primitivo.


Sócrates reconoce que Dios solo hay uno. Él es el principio moral del mundo y es la "Providencia," que se preocupa del mundo y la gente.


Platón, combatiendo las supersticiones paganas, exige que se excluyan del concepto de Dios, ciertas cualidades imperfectas como la envidia o la metamórfosis. "Dios, y no el hombre, es la última palabra en todo." Para Platón, Dios — "Demiurgo" es el creador de todo, el Pintor. Del Universo. Él es un espíritu inmortal, que cambia y da forma a la materia según Su idea. Existe un mundo eterno y real de ideas, al que se atribuye la auténtica realidad. Al frente de este reino de ideas se encuentra la Idea del Bien, el Dios Creador del universo.


Aristóteles sostiene que Dio está sobre todas las cosas, y es el Principio motor del universo "el Inmóvil Primer Motor," fuente del movimiento universal. Él es un ser eterno y perfecto, centro de toda actividad y energía, autónomo e inaccesible. Él, es pura razón "mente de las mente" y ajeno a cualquier materialidad vive en un intenso estado de acción intelectual y de autocontemplación: "La realidad del pensamiento es la vida, y Dios es esta realidad." De acuerdo con Aristóteles, todo el mundo busca a Dios porque Dios es amado por su perfección.


Artaus de Cilicia, (escritor del siglo III a. de Cristo), elevándose mentalmente llegó a la idea de una "imagen de Dios en el hombre" diciendo: "nosotros somos Su generación."(2) Tal vez influencia influenciados por los filósofos, que insistieron sobre la existencia un Ser sapientísimo que está sobre todas las cosas, los atenienses hayan construido un altar al "Dios Desconocido," como menciona el Apóstol San Pablo al principio de su famoso sermón en Atenas. (Hechos 17:23).


De esta manera, los conceptos que algunos filósofos tuvieron sobre Dios fueron correctos y profundos. Los filósofos más destacados entendieron que debe existir sólo un Dios verdadero. Dios es todo pensamiento y es el poseedor de la suprema sabiduría. Él es eterno, absoluto, transcendente, la Primer causa de toda acción y movimiento en el mundo. Algunos filósofos llegaron a una opinión tan elevada sobre Dios, que lo consideraban como el "Demiurgo," conductor del universo. Sin embargo, carecieron de una clara noción de Dios Creador que hizo el mundo de la nada, como leemos en la Biblia. La principal falla en la opinión es considerar que Dios es un Ser "frío," distante al mundo, como encerrado en Su vida introspectiva. La causa de esta opinión tan alejada del Dios verdadero, reside, en que los filósofos carecieron de una experiencia espiritual personal. No experimentaron la viva unión con el Dios bondadosísimo, que es alcanzada durante la oración ferviente y atenta.


A pesar de esto, muchos Santos Padres estimaron a los filósofos antiguos hasta el punto de llamarlos "cristianos antes de Cristo." Su principal mérito fue el desarrollo de un entendimiento religioso – moral. Acuñaron una terminología que permitió a los primeros apologetas cristianos y Padres de la Iglesia confesar y defender las verdades cristianas.


Las opiniones filosóficas aquí presentadas sobre el Ser Supremo, son interesantes, porque demuestran el límite del conocimiento sobre Dios al que puede llegar el hombre a través de su esfuerzo natural. Pero mucho más puro y perfecto aún es el testimonio que hallamos sobre Dios en las Sagradas Escrituras. Mediante ellas sabemos que Dios se ha revelado ante quienes lo han buscado como los (Rectos/ Justos) del Antiguo y Nuevo Testamento. Aquí no se trata de un producto de ideas abstractas o de posibles adivinanzas, sino de una espontánea iluminación desde lo alto, recibida por los santos como una viva experiencia espiritual. Los santos escribieron sobre Dios según lo revelado por el Espíritu Santo. Por esta razón en las Sagradas Escrituras, y en las obras de los santos cristianos, no hay adivinanzas ni contradicciones sino una completa unanimidad.


 


* (Confrontar W. Schmidt " Der Ursprung der gottesidee).


(1) (la enseñanza sobre el Logos fue desarrollada por Filón en el siglo I AC).


(2) (una idea similar fue expresada por su contemporáneo estoico, Cleanfas).


Los atributos de Dios


según las Sagradas Escrituras


y los Santos Padres


Las Sagradas Escrituras nos dan una sublime y completa información sobre Dios. Ellas nos enseñan que Dios es Uno, Él es un ser personal, supremo, que está sobre todas las cosas. Dios es Espíritu eterno, bondadosísimo, omnisciente, fidelisimo, todopoderoso, omnipresente, perfectísimo y muy bienaventurado. Sin tener necesidad alguna, Dios todopoderoso, por su bondad creó de la nada al mundo visible e invisible, y también nos creó. Hasta la creación del mundo no existían ni el espacio ni el tiempo. Ambos surgieron con el mundo. Dios, como un Padre amoroso, se preocupa por todo el mundo, por cada ser creado por Él, aún el más pequeño. Por sus sendas misteriosas. Él conduce a cada hombre hacia la salvación eterna pero sin forzarlo, sino iluminándolo y ayudándolo a realizar sus buenas intenciones.


Contemplaremos ahora, atentamente, algunas cualidades divinas que han sido reveladas por las Sagradas Escrituras y los Santos Padres de la Iglesia. Dios se manifiesta al hombre como un Ser absolutamente distinto del mundo físico, es decir como Espíritu. "Dios es Espíritu," — dicen las Escrituras, — "donde está el Espíritu de Dios — allí esta la libertad" (Ju: 4:24 II Cor 3:17) En otras palabras, Dios es ajeno a cualquier materialidad o corporeidad, propias de los seres humanos e incluso de los ángeles, quienes aparecen tan solo como "imagen" de la espiritualidad de Dios. Dios es Espíritu excelso, purísimo y perfectísimo. El se manifestó ante el profeta Moisés como " El que Es " un Ser Supremo, puro y espiritual. (1).


Es inusual que las mentes contemporáneas imaginen a Dios como Espíritu puro. Por su parte el panteísmo (2), tan difundido en nuestros tiempos, también contradice esta verdad. Por esta razón, en el " rito de la Ortodoxia," celebrado el primer Domingo de la Gran Cuaresma escuchamos que: " Sean anatemas aquellos que dicen que Dios no es Espíritu, que es sólo cuerpo."


Dios es eterno — Dios existe fuera del tiempo, pues el tiempo es finito y variable (el tiempo se considera como la cuarta dimensión en la teoría física de la relatividad. De acuerdo con la cosmología actual, el espacio y el tiempo no son eternos. Ellos aparecieron y desaparecerán con el mundo). Para Dios no existen ni el pasado, ni el futuro, solo existe el presente. "En el principio Tú, Señor, fundaste la tierra, y los cielos son obra de Tus manos. Ellos van pasando, más Tú permanecerás; Todo en ellos envejece como una vestidura. Tú los mudarás, y quedarán cambiados; más Tú eres el mismo, y Tus años no tienen fin"(salmo 101, 26-28). Algunos Santos Padres señalan la diferencia conceptual entre la "eternidad " y la "inmortalidad." La eternidad es vitalidad, que no tiene principio ni fin. El entendimiento de la eternidad puede aplicarse únicamente a la esencia de Dios que es sin principio y en quien todo es siempre igual y tiene el mismo aspecto.


El entendimiento de la inmortalidad se atribuye a aquellos seres a los que se les dio la existencia y son inmortales como los ángeles y el alma humana. La eternidad es algo que pertenece únicamente a la Esencia Divina (San Isidro Pelusiota).


Dios — es bondadosísima — es decir, infinitamente bueno. Las escrituras testifican: "Generoso y clemente es el Señor Dios, paciente en exceso y grande en misericordia" (Salmo 102:8).


Dios es amor. La bondad de Dios se extiende sobre todo el mundo y sobre cada ser que habita en él. Es decir, no se restringe a una determinada región, pues un amor así es propio de seres limitados. Él se preocupa con amor por la vida y las necesidades de cada criatura, por más pequeña e insignificante que pueda parecer.


San Gregorio el Teólogo dice: "Si alguien nos pregunta a quién honramos y a quien adoramos, debemos contestar: "adoramos al amor."


Dios concede tantos bienes a su creación en la medida en que cada uno puede recibirlos de acuerdo a su naturaleza y estado, y en correspondencia con la armonía del mundo. Dios manifiesta al ser humano una bondad especial. San Clemente de Alejandría dice: "Él, como un ave-madre, al ver a su pichón caer fuera del nido, acude en su ayuda para levantarlo, y cuando ve que su pichón puede ser devorado por una serpiente, con un penoso graznido, vuela alrededor de él y de sus otros pichones sin mostrar indiferencia ante la pérdida de alguno de ellos."


Dios nos ama mucho más de lo que nos aman nuestros padres, nuestros amigos, e incluso de lo que nos amamos nosotros mismos. Él, se preocupa más por nuestra salvación, que por su propia gloria, como lo demuestra el hecho de que envió a Su Hijo Unigénito encarnado al mundo para que con sus padecimientos y su muerte nos sea revelado el camino de la salvación y la vida eterna.


Si el hombre muchas veces no entiende toda la fuerza de la bondad de Dios, es porque concentra su mente y sus deseos en la prosperidad terrenal. La Providencia Divina, en cambio relaciona la concesión de bienes temporales y terrenales con el llamado a la conquista para sí y para nuestras almas de los bienes eternos.


Ciertamente, hay pasajes de las Sagradas Escrituras en los que de manera simbólica son adjudicados a Dios órganos o miembros humanos: oídos, ojos, manos y otros, que reciben el nombre de "antropomorfísmos." Estas expresiones son usadas en sentido demostrativo y son halladas con frecuencia entre los libros poéticos de la Biblia. Con ellos, las Escrituras establecen una correspondencia con los atributos espirituales de


Dios. Así, por ejemplo, los oídos y ojos simbolizan la omnisciencia divina, la mano su omnipotencia y el corazón, su Amor.


(2) Pamteismo: creencia en una divinidad irracional e impersonal esparcida por toda la naturaleza.... (FALTA NO SALIO LA FOTOCOPIA).


Dios es omnisciente." Todo está desnudo y descubierto ante sus ojos" (Heb. 4:13) El rey David escribió: "Tus ojos han visto mi origen" (Salmos 138:16).


La ciencia de Dios es visión y conocimiento de todas las cosas existentes y posibles, del presente, del pasado y del futuro. La previsión del futuro es una visión espiritual, porque para Dios el futuro es presente. La previsión de Dios no altera la libre voluntad de la creación, así como la libertad de nuestro prójimo no es alterada a pesar de que nosotros podemos ver sus acciones. La previsión de Dios, con respecto al mal en el mundo y las acciones de los seres libres, se coronan con la previsión de la salvación del mundo cuando "Dios sea todo en todos" (1 Cor. 15:28).


Otro aspecto de la omnisciencia de Dios es Su sabiduría. "Grande es nuestro Señor, grande es su fortaleza y su sabiduría es infinita" (Salm. 146:5).


Los Santos Padres de la Iglesia, siguiendo la palabra de Dios, siempre han enseñado con profunda piedad la grandeza de la Sabiduría de Dios en la economía del mundo visible, dedicando a este tema una gran cantidad de obras como por ejemplo: "el Hexameron" es decir el proceso de la creación de mundo (San Basilio Magno, San Juan Crisóstomo, San Gregorio de Niza). San Basilio magno dice: "Un pequeño tallo, una hierbezuela es suficiente para ocupar toda la atención de tu mente en examinar el arte de su creación."


Dios es absolutamente recto. El entendimiento del vocablo rectitud tanto en la Palabra de Dios, como en el uso corriente del término comprende dos significados: la santidad y la justicia. La santidad no solo consiste en la ausencia del mal o del pecado, es además la presencia de elevados valores espirituales unidos a la pureza. La santidad es semejante a la luz, y la santidad de Dios es luz purísima. Dios es "el único Santo" en esencia, por su naturaleza. Él es la Fuente de santidad para los ángeles y los seres mismos. El justo juicio de Dios es otro aspecto de su rectitud. Él juzgará al mundo según la verdad, y a los pueblos con rectitud" (Salmo 9:8)."El retribuirá a cada uno conforme a sus obras, porque Dios no hace acepción de personas" (Rom. 2:6-11).


¿Cómo concuerdan el amor Divino y la rectitud de Dios con el juicio severo por los pecados y el castigo del culpable? Con respecto a esta pregunta muchos Santos Padres expresan su opinión. Ellos comparan la ira de Dios con la ira de un padre, que para hacer entrar en razón al hijo desobediente, acude a métodos paternales de castigo. Al mismo tiempo, se apena por el hijo insensato, compadeciéndose por la aflicción que le causa. Por eso la justicia de Dios es siempre la misericordia y la misericordia es siempre la verdad, como está escrito: "La misericordia y la verdad se encontraron; se darán el ósculo" (Salm. 84:10).


La santidad y la verdad de Dios están estrechamente vinculadas entre sí. Dios llama a todos a la vida eterna en Su Reino. Pero al Reino de Dios no puede ingresar nada impuro. Por esa razón, Dios nos purifica mediante el castigo como método de corrección a causa del gran amor que nos tiene. Nos espera el juicio justo, el juicio terrible, ¿cómo podríamos entrar en el Reino de la santidad y la luz, y cómo nos sentiríamos estando allí, siendo impuros, oscuros, sin ninguna santidad y sin tener ningún valor espiritual o moral positivo?


Dios es Todopoderoso. "Porque Él habló y todo fue hecho, Él ordenó y todo apareció" (Salm. 32:9). Así se expresa el salmista sobre la omnipotencia de Dios. Dios es el Creador y sustentador del mundo.


El es omnipotente, "El único que hace maravillas" (Sal. 71:18). Si Dios tolera el mal y a los malvados en el mundo, no es porque El no pueda eliminarlos. Es porque Él da libertad a los seres espirituales y los guía, de tal forma, que ellos por su propia voluntad rechazan el mal y se dirigen hacia el bien (sobre las cuestiones casuística, de que hay ciertas cosas que Dios "no puede realizar," responderemos que la Omnipotencia de Dios se extiende sobre todo aquello que le place a su mente, a su benevolencia y a su voluntad).


Dios es Omnipresente. "¿Adónde iré que me sustraiga a tu Espíritu? ¿Adónde huiré de tu rostro? Si subieres a los cielos allí estas Tú. Y descendiere al abismo, allí estás Tú. Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, también allí me guiaría Tú mano, y me asirá Tu diestra" (Salm. 138:7-10) .


Dios no esta limitado espacialmente. Él impregna todo con su Ser. Siendo de naturaleza simple (indivisible), está presente en todo lugar pero no parcialmente ni con su fuerza, sino con todo su Ser y sin mezclarse con nada. Dios impregna todo, sin mezclarse con nada y nada puede penetrar en Él. (San Juan Damasceno).


Dios es inmutable. "En e Padre de las luces no hay cambio, ni sombra de variación" (Stg. 1:17). Dios es perfección. Un cambio es signo de imperfección, por esa razón, la mutabilidad es inconcebible en un Ser perfecto. Cuando se habla de Dios no se puede decir que en Él existe un proceso de desarrollo, cambio, evolución, progreso o algo parecido. Pero el hecho de que Dios es invariable, no significa de que El se encuentre en un estado inmóvil o este encerrado en sí. Todo lo contrario, a pesar de que Dios es invariable, Él es vida, y se encuentra siempre en un estado activo y energético. Dios por sí mismo es vida, y esta vida es el estado de Su existencia.


Dios es muy bienaventurado y perfectísimo. Estos dos conceptos son muy parecidos. Perfectisimo significa que posee todo, que tiene plena riqueza, plenitud de bienes, y su significado no es estar contento consigo mismo. Dios no tiene necesidad de nada pero, "es el que da a todos la vida y el aliento, y todas las cosas" (Hech.17:25). De esta manera, Dios es la fuente de toda existencia y de todos los bienes. Los seres creados reciben la perfección de esa Fuente. El apóstol San Pablo se refiere dos veces en sus epístolas a Dios como Bienaventurado en 1 Timot. 1:11 dice "del evangelio que me ha sido confiado y que nos revela la gloria del Bienaventurado," y en 1 Timot. 1:15 dice "a su tiempo mostrará el Bienaventurado y único soberano, Rey de reinantes y Señor de señoreadores." No debe entenderse la palabra "Bienaventurado" en el sentido que Dios, siendo perfecto y teniendo todo en Sí Mismo, es indiferente a Su creación y a sus sufrimientos; si no que de Él y en El todos sus seres reciben la bienaventuranza. Dios no sufre, pero es misericordioso. "Jesucristo sufre como un mortal" (canon de la Pascua) no como Dios, sino, por su naturaleza humana. Dios es la fuente de la bienaventuranza, en Él habitan la plena felicidad, la dulzura, y la alegría para aquellos que lo aman; Como dice en el salmo: "plenitud de gozo; a la vista de tu rostro, las eternas delicias de Tú diestra" (Salm.15:11).


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(1) Ciertamente hay pasajes de las Sagradas Escrituras en los que de manera simbólica son adjudicados a Dios órganos y miembros humanos: oídos, ojos, manos y otros, que reciben el nombre de "antropomórfisimos." Estas expresiones son usadas en sentido demostrativo y son hallados con frecuencia entre los libros poéticos de la Biblia. Con ellos, las Escrituras establecen una concordancia con los atributos espirituales de Dios. Así, por ejemplo, los oídos y ojos simbolizan la omnisciencia Divina, la mano su Omnipotencia y el corazón, su Amor.


(2) (Panteísmo = creencia en una divinidad irracional e impersonal esparcida por toda la naturaleza. El Budismo y otras creencias orientales se fundamentan en el panteísmo).


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Es importante tener en cuenta que, la Sagradas Escritura y los Santos Padres hablan predominantemente de las cualidades divinas, y no de la naturaleza de Dios. Los Santos Padres rara vez hablan de la naturaleza de Dios, y cuando lo hacen, lo hacen tangensialmente, explicando que "su naturaleza es simple, única y sencilla." Pero esta sencillez y simplicidad no son un todo indiferente o insubstancial, por el contrario, contienen en sí, la plenitud de Sus cualidades. "Dios es un mar de esencia, ilimitado e incalculable" (San Gregorio el Teólogo). "Dios es la plenitud de todas las cualidades y perfecciones en su aspecto más sublime e infinito (San Basilio Magno). "Dios es simple. Él es todo sentido, todo espíritu, todo pensamiento y toda fuente de bienes" (San Irineo, Obispo de Lyon).


Refiriéndose a los atributos de Dios, los Santos Padres señalan que su multitud, en comparación con la naturaleza simple de Dios, es resultado de nuestra incapacidad de encontrar una sola forma de apreciar la naturaleza divina. En Dios un atributo es aspecto de otro atributo. Dios es recto, esto significa que Él es omnisciente, omnipotente, bondadoso y bienaventurado. Esta multiplicidad de la simpleza de Dios puede compararse con la luz del sol que se evidencia en los colores del arco iris.


Nuestros pensamientos sobre Dios se refieren en primer lugar a Su distinción del mundo (por ejemplo: Dios - es "sin Principio," mientras que el mundo tiene un origen, Dios es eterno, mientras que el mundo es finito; y en segundo lugar a sus acciones en el mundo y la relación del Creador con la creación (Creador, Sustentador, Misericordioso, Juez recto).


Al referirnos a las cualidades divinas, nosotros no definimos con precisión lo que es Dios pues, Su naturaleza hace imposible una definición. Cualquier definición establece límites, marca una restricción, una imperfección. Dios no tiene límites, por ello, no es posible precisar un concepto sobra la Divinidad porque "incluso el entendimiento es una forma de limitación."


 


El Misterio de la


Santísima Trinidad


La comprensión de la unidad y de las excelsas cualidades divinas no agotan la plenitud de la enseñanza cristiana sobre Dios. La fe cristiana nos consagra al profundísimo misterio de la vida interna de Dios; ella presenta a Dios como uno en esencia y trino personas. Así como Dios en su esencia es Uno, todas sus cualidades - eternidad, omnipotencia, omnipresencia y demás, pertenecen igualmente a las tres Personas de la Santísima Trinidad. En otras palabras, el Hijo de Dios y el Espíritu Santo, son eternos y todopoderosos como Dios Padre.


La verdad acerca de la trinidad de Dios constituye la sobresaliente herencia del cristianismo. Las religiones naturales ignoran esta verdad, e inclusive en la enseñanza del Antiguo Testamento no existe una revelación clara y directa sobre el tema. Allí hay rudimentos, indicaciones alegóricas u oscuras sobre este misterio, que solo puede entenderse, en su plenitud con la luz del nuevo testamento que revela la enseñanza sobre Dios uno y trino con total claridad. Hay fragmentos del Antiguo Testamento que se refieren a la pluralidad de personas en la divinidad "Hagamos al hombre en nuestra imagen y semejanza" (Gen. 1:26), "He aquí el hombre es como uno de nosotros" (Gen. 3:22).


"Ahora, pues, descendamos y confundamos allí su lengua" (Gen. 11:7). En estos ejemplos podemos ver que Dios usa el plural cuando habla de Su propia Persona. Hay otro ejemplo bíblico en el que la narración dice que Dios se manifiesta como Uno en Tres Personas Es la teofanía ante Abraham en la forma de tres peregrinos (ángeles). Abraham conversa con los tres usando el singular. Esta manifestación de Dios ante Abraham sirvió de inspiración a Andrés Rublev, para escribir el icono de la Santísima Trinidad.


La enseñanza sobre la Trinidad es el cimiento sobre el cual se fundamenta la fe cristiana. Todas las verdades felices y saludables del cristianismo sobre la salvación, la santificación y la bienaventuranza del hombre, pueden ser adquirirse únicamente con la condición de crecer en el Dios Trinitario, porque todos estos magníficos bienes nos son dados por la acción conjunta y común de las Personas Divinas. San Gregorio el Teólogo dice: "El diseño de nuestra enseñanza es uno y breve. Es como un letrero sobre un poste que hace entrar en razón a todos y que dice: Estas personas adoran sinceramente a la Trinidad."


La gran importancia y el principal significado del dogma de la Santísima Trinidad encuentra su explicación en la constante preocupación con la que la Iglesia siempre ha guardado este Dogma. Esa vigilancia y tensa labor del pensamiento con las que defendió su fe ante los herejes estableciendo la exacta definición: "Dios es uno en esencia y trino en personas, unisubstancial e indivisible." Con estas palabras se expresa la naturaleza de la enseñanza cristiana sobre la Santísima Trinidad. Pero a pesar de esta evidente síntesis y simpleza, el dogma de la Trinidad es el más profundo, incomprensible y desconocido misterio de la divina revelación. Sin importar el esfuerzo de nuestras mentes nos es imposible imaginar de qué manera Tres Personas Divinas, independientes, completamente iguales en dignidad divina pueden constituir un solo e independiente Ser.


Los Santos Padres de la Iglesia, cuyas mentes fueron iluminadas por Dios, más de una vez se acercaban a esta verdad sublime e incomprensiblemente profunda. En sus esfuerzos por explicarla y aproximarla al entendimiento de nuestras mentes limitadas, acudían a diferentes ejemplos tomados de las manifestaciones de la naturaleza o de la formación espiritual del hombre. Por ejemplo: 1) sol, luz y calor, (de aquí surge luz verdadera de luz verdadera en el Credo); 2) manantial, llave y corriente; 3) raíz, tronco y ramas; 4) mente, sentimiento y voluntad... San Cirilo, el equiapóstol instructor de los eslavos año 869 durante una conversación con los musulmanes sobre la Santísima Trinidad, indicando al sol, dijo: "Ven Ustedes en el cielo un círculo brillante del cual nace la luz y el calor? Dios Padre, como este círculo solar, es sin principio ni fin. De Él nace el Hijo de Dios como del sol nace la luz, y como del sol, juntamente con los rayos luminosos, sale también el calor, así procede el Espíritu Santo de Dios Padre. Todos nosotros diferenciamos en el sol él circulo, la luz y el calor, pero el sol es uno solo en el cielo. Así es la Santísima Trinidad: en ella hay tres Personas, pero Dios es Uno e Indivisible." Todas estas y otras semejanzas que facilitan un poco el entendimiento del misterio de la Santísima Trinidad, no son más que una débil insinuación sobre la naturaleza de un Ser excelso. Ellas dejan la sensación de insuficiencia, de falta de correspondencia con aquel concepto sublime para cuya explicación fueron elegidas. No pueden quitar de la enseñanza sobre Dios Uno y Trino, el velo de lo incomprensible y e lo misterioso con el que se cubre esta enseñanza para la mente humana.


Existe un relato muy instructivo sobre San Agustín, famoso maestro de la iglesia occidental. Sumido en la contemplación del misterio de la Trinidad, y planeando una composición sobre el tema, fue a pasear a la orilla del mar. Allí vio a un niño que jugaba excavando un hoyo en la arena. Acercándose al niño, San Agustín le preguntó: "¿Qué estas haciendo?" – "Quiero pasar todo el mar a este hoyo" le contestó el niño, sonriendo. En ese momento San Agustín entendió y se dijo: Acaso no estoy yo haciendo lo mismo que esta haciendo este niño cuando trato de entender al infinito mar, que es Dios, con mi mente?


De la misma manera, San Gregorio Nacianceno, el gran jerarca universal llamado el Teólogo por su capacidad de penetrar mentalmente hasta los más profundos misterios de la fe, escribía que él hablaba más de la Santísima Trinidad de lo que respiraba, admitiendo que no existe un término satisfactorio para el entendimiento del dogma de la Trinidad. Él decía, que todo cuanto estudiaba escudriñadora, y empeñándose en enriquecerla con analogías era insuficiente para explicar la esencia de Dios.


Así la enseñanza sobre la Santísima Trinidad, es el más profundo e incomprensible misterio de la fe. Todos los esfuerzos por hacerla entendible, introduciéndola en el marco de nuestra manera de pensar, son vanos. San Atanasio el Grande dice: "Aquí se encuentra el límite de todo aquello que los querubines cubren con sus alas."


Sin embargo, a pesar de toda su incomprensibilidad, la enseñanza sobre la Santísima Trinidad tiene para nosotros un importante significado moral, y por esta causa este misterio fue revelado a los hombres. En realidad, ésta enseñanza eleva la idea del monoteísmo, la establece sobre un cimiento sólido y aleja aquellas dificultades importantes e insuperables que aparecieron tempranamente en la mente humana. Algunos filósofos de la antigüedad pre-cristiana, elevándose al entendimiento de la Unidad del Ser Supremo, no pudieron resolver la cuestión de, como se manifiesta la vida y la actividad de este Ser por sí mismo fuera de Su relación con el mundo. Entonces la Divinidad se identificaba con el mundo (panteísmo), o bien tenía vida, estaba encerrada en sí misma, era inmóvil constituyendo un principio aislado (deísmo), o se convertía en un terrible e inexorable destino que gobernaba el mundo (fatalismo). La enseñanza cristiana sobre la Santísima Trinidad revela que en las Tres-Hipóstasis del Ser Supremo, además de su relación con el mundo, se manifiesta la infinita plenitud de una misteriosa vida interior. Dios, según la expresión de uno de los más antiguos Padres de la Iglesia, Pedro Crisologo: "es Uno, pero no solitario." En Él hay distinción de Personas que permanecen ininterrumpidamente en comunicación la una con la otra. "Dios Padre no nace ni procede de otra Persona, el Hijo de Dios es engendrado eternamente del Padre, el Espíritu Santo eternamente procede del Padre." Esta relación recíproca de las Personas Divinas, desde siempre consistió la vida interior y mística de Dios, que antes de Cristo estaba oculta para nosotros por una impenetrable cortina.


Gracias al misterio de la Trinidad, el cristianismo, no solo nos enseñó como adorar a Dios y ser piadosos ante su presencia, también nos enseñó a amarlo. Justamente por este misterio, el mundo adquirió la feliz y significante idea, que Dios es amor perfecto e ilimitado. El estricto y seco monoteísmo de estas enseñanzas religiosas, Judaísmo, Islamismo, les impide elevarse hasta la revelación espiritual de la Trinidad de Dios, y por lo tanto no pueden alcanzar el verdadero entendimiento del amor como cualidad soberana de Dios. El amor, en su esencia, no tiene ningún sentido sin una alianza y una comunión. Si Dios fuera unipersonal, entonces ¿con respecto a quién se manifestaría su amor?, ¿Con respecto al mundo? Pero el mundo no es eterno. Entonces, ¿En qué podría revelarse el amor divino en la eternidad antes de la creación del mundo? Al mismo tiempo el mundo es limitado, y el amor de Dios no puede manifestarse en toda su infinita dimensión. El amor sublime para su completa revelación necesita de alguien igualmente sublime. Pero ¿dónde encontrarlo? Unicamente el misterio del Dios Uno y Trino nos ofrece la solución al dilema ya presentado. Este misterio nos revela que el amor de Dios nunca permaneció inactivo o sin manifestarse: Las Personas de la Santísima Trinidad permanecen desde la eternidad en una comunión de amor mutuo e ininterrumpido. El Padre ama al Hijo y lo llama amadísimo. El Hijo dice de sí mismo: "Yo amo al Padre" (Ju 14:31) Son de profundamente ciertas las palabras de San Agustín: "El misterio cristiano de la Trinidad es el misterio del amor Divino. Tu ves la Trinidad, cuando ves el amor."


Sobre la doctrina de la Santísima Trinidad se basa todo el entendimiento de qué es Amor. Sobre esta enseñanza se basa toda la enseñanza moral cristiana, cuya esencia reside en el mandamiento del amor.


Humildemente conscientes de nuestra incapacidad de entender los misterios de la Santísima Trinidad, debemos recibirla con plena fe y hacerlo de tal forma que esta verdad no quede como algo superficial y ajeno a nosotros, sino, que penetre hasta los más profundos rincones de nuestro espíritu y sea parte de nuestras almas y guíe nuestras vidas. Así debe ser nuestro entendimiento de todas las verdades cristianas, porque el cristianismo no es una teoría abstracta sino, la vida nueva y renaciente.


Notas: La antigua enseñanza ortodoxa sobre los atributos del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo fue tergiversada por la Iglesia Católica Romana con la formulación de un nuevo dogma que sostiene la procedencia del Espíritu Santo, del Padre y del Hijo (filioque). Las primeras menciones sobre este agregado surgieron en el siglo VI en España. En el siglo IX el Papa León III aprobó personalmente esta enseñanza, sin embargo, prohibió su inclusión en el Credo Niceo-Constantinopolitano, el cual dice que el Espíritu Santo procede únicamente del Padre. Pero unos cuantos siglos más tarde, el "filoque" fue incluido en el Credo de la Iglesia Romana. La Iglesia Ortodoxa nunca aprobó este agregado en el Símbolo de la Fe, porque esta enseñanza no existe en las Sagradas Escrituras, ni en la iglesia cristiana de los primeros tiempos, y es tan solo una invención de la mente humana. Esta tergiversación de la fe cristiana es uno de los obstáculos más grandes que impiden la unión de la Iglesia Ortodoxa y la Iglesia Romana. Los Protestantes, que se separaron en el siglo XVI de la Iglesia Romana, heredaron esta falsa teoría.


 


La perfección de Dios


manifestada en nuestro


Señor Jesucristo


Hace dos mil años ocurrió un gran milagro: se reveló el misterio de piedad: Dios excelso, que habita en la gloria inaccesible, en la Persona del Unigénito Hijo de Dios, descendió a nuestro mundo y se hizo hombre. Para no reducirnos a cenizas ante la presencia de Su Gloria y naturaleza Divina, el Hijo de Dios la ocultó en un cuerpo humano. De esta forma, el invisible, se hizo visible, el intangible, tangible, y el desconocido, se dio a conocer.


"El que me ha visto a mí, ha visto al Padre," dice Jesucristo a sus contemporáneos (San Juan 14:9). ¿Cuáles son las perfecciones divinas que se manifestaron a aquellos que lo vieron y tuvieron contacto con el Hijo de Dios? Ellos vieron aquello, que es característica de Dios: Su omnipotencia, y omnisciencia. La vida de Jesucristo sobre la tierra se acompañó de milagros. Para El no existe enfermedad incurable, y la naturaleza irracional obedecía maravillosamente a su palabra Divina. Los ángeles le sirven con temor, como al gran Soberano. Los demonios malignos huyen de El temerosos, como esclavos llenos de culpa; Hasta la muerte despiadada y el infierno tenebroso se sometieron a Él, dejando ir hacia el Paraíso a sus rehenes. Todas las obras de su Divinidad Todopoderosa se llevan a cabo ante la vista de todos. Estas obras dejaron una huella imborrable en la historia de la humanidad. La conciencia sobre la realidad del encuentro con el Creador fue tan firme en los discípulos de Cristo, que todos ellos consagraron sus vidas a la enseñanza de la feliz noticia de la venida de Dios a la tierra "Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocantes al Verbo de vida. Porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó" escribe San Juan (1 Juan 1:1-2).


Además de la Omnipotencia Divina, la gente percibió en Jesucristo algo muy valioso en el sentido moral Sus cualidades espirituales y su santidad. Durante su vida terrenal el Salvador manifestó la grandeza de su virtud: su sensibilidad, su misericordia, su humildad, su mansedumbre, su obediencia al Padre, su aspiración hacia la verdad, su total pureza y santidad, su desinterés, valentía, paciencia y especialmente su amor sin límite. Los apóstoles nos recuerdan constantemente la misericordia de Jesucristo y su compasión por el hombre en "En esto hemos conocido el amor, en que Él dio su vida por nosotros: También nosotros debemos dar nuestras vidas por los hermanos" (1 Juan 3:16).


San Pablo, que sintió la fuerza del amor de Cristo, describe las cualidades de esta virtud: "El amor es paciente, es benigno; el amor no envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no busca mal; no se regocija en la injusticia, mas goza de la verdad. Todo lo sobrelleva, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca se acaba; en cambio, las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia tendrá su fin" (1 Cor 13:4-8).


Así, Jesucristo con Su vida y Su obra manifestó al mundo la perfección moral de Dios y nos otorgó la posibilidad de entender en qué consiste la imagen y semejanza de Dios en el hombre y hacia qué debemos dirigir nuestras aspiraciones.


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Dios es el Ser Espiritual excelso, de quién todo procede y sin el que nada es posible. El no tiene principio y nunca tendrá fin. Él esta sobre todo tiempo y espacio. Él es omnipresente, se encuentra en todos los lugares al mismo tiempo e impregna todo, pero El no puede ser impregnado por nada. El es el Principio, la continuación y la vida y de todo cuanto existe. Él es infinitamente bondadoso y justo. Sin tener necesidad alguna Él, por Su bondad, se preocupa de todo el mundo visible e invisible y dirige la vida de cada ser humano hacia la salvación. El camino del conocimiento de Dios y la eterna bienaventuranza se manifiesta a las personas por medio del Hijo Unigénito de Dios.


El hombre contemporáneo, a pesar de sus conocimientos, sabe muy poco y no piensa casi en Dios. Parece que a propósito, todo está destinado a desviar la mente del hombre de lo más importante que es Dios y la eternidad, privando al hombre de una viva comunión con su Creador. El resultado es la lúgubre vanidad, la pena constante y la oscuridad espiritual. Es imprescindible realizar un esfuerzo de voluntad para desplazar la vanidad en un segundo plano y dirigir nuestra mirada hacia Dios y percibir su luz. De esta manera, en comunión con Dios, sentiremos su proximidad y bondad, veremos su diestra rectora en nuestras vidas, y aprenderemos a obedecer su voluntad. Así, paulatinamente, Dios se convertirá para nosotros en lo más importante de nuestras vidas la fuente de nuestra energía, paz y alegría y la razón de nuestra existencia. Él será nuestro Padre, y nosotros, sus hijos.


Obispo Alexander Mileant

                                   Catecismo Ortodoxo 

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