Saturday, February 10, 2018

Sábado de la conmemoración universal de los difuntos (de la abstinencia de carne)


 Lecturas: 1ª Tesalonicenses 4:13-17; Juan 5:24-30 
Contaquio, tono 8
 
 “Oh Tú, que en tu profunda sabiduría dispones todas las cosas con amor por los hombres y distribuyes a cada uno lo que le es necesario, oh único Autor de la creación, da el reposo, oh Señor, a las almas de Tus siervos. Pues en Ti han puesto su esperanza, Tú, el Creador, el Artesano de la creación y nuestro Dios”. 
 
Litúrgica 
 
La Iglesia considera a los difuntos como sus miembros del mismo modo que a los vivos, y ve en la oración por los difuntos una forma de comunicación entre los vivos y los muertos, así como una obra de amor, que “no pasa nunca” (1ª Corintios 13:8). Estima esta oración como la deuda constante e inmutable de los vivos hacia los muertos. También, regula con cuidado la conmemoración de los difuntos, como también, la conducta del cristiano con respecto a esto. Se considera a menudo los sábados de la abstinencia de carne y de Pentecostés simplemente como “sábados de los ancestros”, destinados ante todo, si no exclusivamente, a recordar a nuestros ancestros cercanos y lejanos, así como a nuestros amigos. Esta actitud denota el desconocimiento del contenido excepcional del oficio de estos dos días. El amor a los prójimos y el deseo que surge de orar con un fervor particular y frecuentemente por ellos, son alabados y alentados por la Iglesia, como naturales y plenamente comprensibles. Pero en estos sábados, la Iglesia nos recuerda que además de nuestros ancestros y amigos, tenemos una multitud de hermanos en Cristo, a los que debemos amar, incluso si no los hemos visto nunca, por los cuales debemos rezar, incluso si no conocemos sus nombres, incluso si su nombre ha caído en el olvido. Así, la oración por ellos constituirá una elevación hasta la consumación de los siglos: es la conmemoración universal de los difuntos. Durante el oficio de los maitines del sábado de la abstinencia de carne, la cuarta Estíquera de Laudes es particularmente expresiva. Comienza por la aclamación: “Cristo ha resucitado”. ´¡Cuán sorprendente es escuchar por primera vez esta aclamación mucho tiempo antes de Pascua, y precisamente el día de la conmemoración de los difuntos! Es como el fundamento de nuestra oración por los muertos. Y al mismo tiempo es la jubilosa noticia dirigida a aquellos por quienes hacemos memoria y a los cuales la Iglesia se apresura (pues tal es su amor) a dirigirse, a los que están dormidos. “Cristo ha resucitado... tened valor todos los muertos”. El sábado de la abstinencia de carne, en razón de la conmemoración inminente del Juicio final, la Iglesia quiere aliviar un poco la agonía de este día temible, quiere, de algún modo, reconfortar a los difuntos, y al mismo tiempo, a los vivos. “Cristo ha resucitado....tened valor”.
 
 Sinaxario del Tríodo 
 
 “Este mismo día, los divinos padres prescribieron hacer memoria de todos los fieles que desde todos los siglos pasados se durmieron piadosamente en la esperanza de la resurrección para una vida eterna. “Olvida las transgresiones de los muertos, oh Verbo, y no hagas parecer muerta Tu misericordia”. Sucede a menudo que algunas personas mueren prematuramente en tierra extranjera, en el mar, en cimas inaccesibles, en grutas de las montañas o en los precipicios, o son alcanzadas por el hambre, las guerras, los incendios, los grandes fríos; otros, pobres y sin recursos, han sido privados de la lectura de los Salmos y de los oficios de difuntos. Por eso los divinos padres, movidos por su amor por los hombres, decretaron (según habían recibido de los apóstoles), que la Iglesia conmemorara su memoria en común. Los que no hubieran recibido individualmente los oficios habituales, serían incluidos en esta conmemoración común, una forma de mostrar que los oficios celebrados por ellos les confieren una gran utilidad. Existe otra razón por la que la Iglesia de Dios hace memoria de estas almas. Los padres querían que el día siguiente fuera dedicado a la Segunda Venida de Cristo. Conviene, pues, conmemorar todas las almas, a fin de que el Juez temible e incorruptible les sea favorable, que utilice su habitual compasión con ellas y les dé acceso al paraíso de las delicias. Así, los santos padres que debían consagrar el domingo siguiente al destierro de Adán, concibieron esta conmemoración, en este día de reposo, como un respiro y un término a todas las cosas humanas, a fin de comenzar por el principio, a saber, el destierro de Adán, pues, al final, para los que hayamos vivido, llegará el juicio del Juez imparcial. Los hombres prueban un temor que les hace inclinarse a los regocijos de la Cuaresma. El sábado es siempre el día en el que hacemos memoria de las almas, porque el “sabbat” es sinónimo de reposo en hebreo. Y puesto que los muertos han descansado de los asuntos y de las preocupaciones de la vida, nosotros ofrecemos igualmente súplicas en este día de reposo. Esto se ha convertido en un hecho habitual cada sábado. Ahora, hacemos memoria de forma universal, orando por todos los hombres piadosos. Pues los santos padres, sabiendo que los actos de benevolencia y los oficios litúrgicos en memoria de los difuntos les procuran un gran alivio y les son útiles, han pedido a la Iglesia hacerlo de forma individual y común, según la Tradición recibida de los santos apóstoles, como lo dice San Dionisio el Areopagita. Numerosos testimonios muestran la utilidad de lo que se hace por las almas, en particular la historia de San Macario que, encontrando en su camino el cráneo seco de un pagano impío, preguntó: “En el Hades, ¿ha sentido alguien algún consuelo?”. Y el cráneo le respondió: “Cuando rezas a Dios por los difuntos, oh Padre, estos prueban un gran alivio”. El que actuaba así era grande, y oraba a Dios, ansioso por saber si los difuntos sacan algún provecho de las oraciones que se hacen por ellos. San Gregorio, el autor de los diálogos, salvó incluso por su oración al emperador Trajano, pero Dios le hizo saber que ya no rezara más por un impío. Ciertamente, la emperatriz Teodora arrebató de los tormentos y salvó al maldito Teófilo gracias a las oraciones de los santos confesores. Gregorio el Teólogo muestra también, en la oración fúnebre que pronunció por su hermano Cesáreo, que las oraciones son provechosas para los difuntos. Y el gran Crisóstomo afirma en su comentario a los Filipenses: “Consideremos lo que es útil a los que nos han abandonado; concedámosles el socorro del que tienen necesidad, quiero decir, las limosnas y las ofrendas, pues esto les es de gran provecho, ventaja y utilidad. Así, durante los temibles Misterios, el sacerdote hace memoria de los fieles difuntos. Esta decisión no fue tomada en vano ni fortuitamente, y fue transmitida a la Iglesia de Dios por los tres sabios Apóstoles de Cristo”. Dice incluso: “En las instrucciones que das a tus hijos y a otros herederos de tu familia, que haya un escrito tuyo, con el nombre del juez, y que no falte la memoria de los pobres, y yo seré el testigo”. Atanasio el Grande dice a su vez: “Incluso si alguien que ha muerto piadosamente, se ha disuelto en el aire, no rechaces quemar aceite y cirios ante su tumba, invocando a Cristo nuestro Dios. Pues esto es agradable a Dios y procura una gran recompensa. Si el difunto era un pecador, obtendrás para él la remisión de sus pecados; si era un justo, su recompensa se verá acrecentada. Si por casualidad, era un extranjero sin descendencia y sin nadie para ocuparse de él, entonces Dios, que es justo y ama a los hombres, sostendrá sus necesidades, pues Él ajusta su misericordia a cada situación. El que hace una ofrenda por tales personas, comparte la recompensa, porque ha mostrado caridad por la salvación de su prójimo, así como el que debe cubrir a otro de perfume, se impregna él en primer lugar. El que no cumpla esto, será expuesto al juicio”. Así pues, con la esperanza de la Segunda Venida de Cristo, toda obra por los difuntos comporta una utilidad, como lo afirman los santos padres, particularmente para los que hayan hecho algún bien mientras estaban entre los vivos. Si la Santa Escritura dice algunas cosas (sobre el tema del castigo) para razonar a la multitud (y esto es necesario), el amor de Dios por los hombres triunfa en una gran medida, pues si la balanza de las buenas y malas acciones está en equilibro, es el amor por los hombres la que vence, si la balanza cuelga un poco más del lado del mal, y así, es la suprema bondad la que la equilibra de nuevo. Allí todos se encontrarán juntos, ya sea que se conozcan o ya sea que no se hayan visto nunca, como lo dice San Juan Crisóstomo según la parábola del rico y Lázaro. No se reconocerán físicamente, pues todos tendrán la misma apariencia, y los rastros que les son característicos desde el nacimiento desaparecerán. Sin embargo, se reconocerán por el ojo clarividente del alma, como dice San Gregorio el Teólogo en su oración fúnebre por Cesáreo: “Entonces te veré, Cesáreo, amado luminoso”. El gran y célebre Atanasio no habla así en sus enseñanzas al prefecto Antíoco, sino que, en su homilía sobre los difuntos, afirma que hasta la resurrección universal, los santos pueden conocerse mutuamente y regocijarse juntos, contrariamente a los pecadores. Por lo que respecta a los santos mártires, les es concedido ver y observar nuestras acciones. Todos los demás se reconocerán mutuamente cuando sean reveladas las acciones secretas de cada uno. Las almas de los justos se encontrarán en lugares apropiados; en cuanto a las de los pecadores, están más allá: los primeros se regocijan en la esperanza y los últimos se entristecen en la espera de las desgracias. Pues los santos mismos no han recibido aún los bienes prometidos, como lo dice el santo apóstol: “Porque Dios tenía previsto para nosotros algo mejor, a fin de que no llegasen a la consumación sin nosotros” (Hebreos 11:40). No son todos los que han perecido en los precipicios, el fuego o el mar, o las víctimas de accidentes mortales, del frío o del hambre, los que sufrieron esto por mandato divino; se trata ahí de los juicios de Dios, de los cuales unos se producen por Su benevolencia y otros por Su permiso; otros incluso tienen por fin instruir, amonestar, hacer volver a la razón. Por su providencia, Dios lo sabe todo, lo conoce todo, y todo sucede según Su voluntad, como lo dice el santo Evangelio a propósito de los perezosos. No es que lo determine todo, salvo en algunos casos, como que uno se ahogue, otro muera, o incluso que uno sea un anciano, mientras que otro sea un niño, pero ha determinado de una vez por todas que habrá un tiempo (limitado) para todos los hombres, así como múltiples tipos de muerte. En el interior del tiempo, se producen diferentes muertes, pero Dios no las determina desde el principio, aunque tenga conocimiento. Según la vida de cada uno, la Providencia divina bosqueja el tiempo y el género de muerte. Aunque San Basilio afirma que existe un plan de vida establecido con antelación, se refiere ahí a las palabras: “Tú eres polvo, y volverás al polvo”. El apóstol, en efecto, escribe a los corintios: “Porque el que come y bebe, no haciendo distinción del Cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación. Por eso hay entre vosotros muchos débiles y enfermos, y muchos que mueren” (1ª Corintios 11:29-30), es decir, que muchos fallecen. Y David: “No te acuerdes de mí en medio de mis días”, y “de la largura de una mano hiciste Tú mis días”; Salomón dice: “Hijo mío, honra a tu padre, a fin de que vivas largamente”, o incluso: “a fin de que no mueras cuando no sea tu momento”. Y en el libro de Job, Dios dice a Elifaz: “Te haría morir si no fuera a causa de mi siervo Job”. Lo cual muestra que no existe límite (predeterminado) en la vida. Si alguien afirma que hay tal límite, conviene comprender que se trata ahí de la voluntad de Dios. Pues según Su voluntad, añade (años) a uno, recortándolos a otro, dispensando todas las cosas para la utilidad (de cada uno). Y cuando Dios quiere, decide tanto el momento como la forma de la muerte. También “el límite de la vida de cada uno es”, como lo dice el Gran Atanasio, “la voluntad y el deseo de Dios en cierta manera”: “Oh Cristo, tú concedes la sanación en la profundidad de Tus juicios”. Y Basilio el Grande: “Cada muerte sobreviene cuando los límites de la vida son alcanzados, y llamamos límites de la vida a la voluntad de Dios”. Si hay un límite a la vida, ¿por qué razón imploramos a Dios y a los médicos, y rezamos por los hijos? El alma salida del cuerpo no se preocupa de las cosas de aquí abajo, sino para siempre, de las de allí arriba. Hacemos memoria de los difuntos al tercer día, porque en este día el hombre cambia de aspecto; el noveno día, porque todo se descompone a excepción del corazón; y al cuadragésimo día, porque el corazón se descompone también. Es justo lo inverso de lo que se observa en el nacimiento, puesto que al tercer día aparece el corazón, al noveno día toma conciencia de la carne y al cuadragésimo día se modela una forma completa. “Concede, oh Señor, a las almas de los difuntos, un lugar en los tabernáculos de los justos, y ten piedad de nosotros, Tú que eres el único inmortal. Amén”.  
 
Extractos del oficio del día 
 
Maitines, canon tono 8, 1ª oda, tropario 2º 
 
En la profundidad de Tus juicios, oh Cristo, has determinado sabiamente para cada uno el término de su vida, la hora y la forma; a aquellos que en todo lugar ya ha cubierto la tumba, sálvalos, Tú que eres sublime en misericordia.
 
 Maitines, canon tono 8, 1ª oda, tropario 4º 
 
A los que engulleron las aguas, a los que arrebató la guerra, a los que se llevaron los temblores de tierra, a los que mataron los asesinos, a los que quemó el fuego, concédeles, oh Misericordioso, tener parte en la herencia de los justos.
 
 Maitines, canon tono 8, 2ª oda, tropario 2º 
 
De los cuatro extremos del universo, Tú has recibido a los que han muerto en la fe; en la tierra, en el mar, en los ríos, en las fuentes, en los lagos, los pozos, o en los pastos a causa del ataque de las fieras, de los pájaros, de los reptiles; concédeles a todos el reposo. 
 
Maitines, canon tono 8, 3ª oda, tropario 2º  
 
A los que repentinamente fueron arrancados de la vida, golpeados por el relámpago, o helados por el frío, llevados por toda clase de aguas, concédeles, oh Señor, el descanso, cuando pruebes a los hombres por el fuego. 
 
Maitines, canon tono 8, 3ª oda, tropario 3º 
 
A los que han atravesado el océano de esta vida turbulenta sin cesar, oh Cristo, hazlos dignos de alcanzar el puerto de Tu vida sin corrupción, ellos que fueron dirigidos por una vida ortodoxa.  
 
Maitines, canon tono 8, 4ª oda, tropario 1º 
 
 De nuestros padres y de nuestros ancestros, de nuestros abuelos, y de nuestros familiares que desde el comienzo hasta estos tiempos han muerto en la justicia y en la recta fe, dígnate acordarte de todos ellos, oh Salvador nuestro.  
 
Maitines, canon tono 8, 4ª oda, tropario 2º
 
  A los que perecieron con fe en las montañas, en los caminos, en los cementerios, en los desiertos, monjes y laicos, jóvenes y ancianos, oh Cristo, concédeles habitar con los santos.  
 
Maitines, canon tono 8, 4ª oda, tropario 3º 
 
Todos los fieles que repentinamente abandonaron esta vida por el golpe de un dolor o de un gozo inadecuado, en un día de bienaventuranza o desgracia, oh Salvador, concédeles a todos el reposo.
 
 Maitines, canon tono 8, 4ª oda, tropario 4º
 
 A todos los fieles que has llevado contigo, de toda edad, en la vejez o en la juventud, adolescentes y niños, recién nacidos y prematuros, masculinos y femeninos, concédeles, oh Señor, el descanso eterno.  
 
Laudes, 4ª Estíquera 
 
Cristo ha resucitado, rompiendo las ataduras de Adán, el primer creado, y ha destruido el poder del infierno. Tened valor, todos los muertos, pues la muerte ha vencido a la muerte, y con ella el infierno ha sido despojado, Cristo reina crucificado y resucitado. Da a nuestra carne la incorruptibilidad, nos levanta y nos concede la resurrección; hace dignos de tal gloria a todos los que con fe inquebrantable creyeron con fervor en Él.  
 
Homilía
 
 San Teófano el Recluso Procuremos preparar nuestro paso al otro mundo 
 
La iglesia atrae nuestra atención sobre nuestros padres y hermanos que han pasado de aquí al otro mundo. Nos recuerda el estado en el que se encuentran y del que nadie podrá escapar, y quiere incitarnos a vivir como conviene la semana de los Lácteos y de la Gran Cuaresma. Escuchemos a nuestra madre la Iglesia y, conmemorando a nuestros padres y hermanos, procuremos preparar nuestro paso al otro mundo. Pensemos en nuestros pecados y llorémoslos, decidamos guardarnos puros y limpios de toda mancha. Pues lo que es impuro no entrará en el Reino de Dios, y toda persona impura no será justificada ante el tribunal. Después de la muerte, no esperes la purificación. Así como mueras, así permanecerás. Aquí es donde hay que preparar la purificación. Apresurémonos, pues, porque ¿quién puede prever cuánto tiempo vivirá? La vida puede ser interrumpida en cualquier momento. ¿Cómo podemos presentarnos impuros en el otro mundo? ¿Con qué ojos miraremos a nuestros padres y hermanos? ¿Qué responderemos a su pregunta: qué es este mal que hay en ti? ¿Qué es esto? ¿Y esto otro? ¡Qué vergüenza nos cubrirá! Apresurémonos a reparar todo lo que debe ser reparado, a fin de que en el otro mundo podamos presentarnos, al menos, un tanto mejores y aceptables. 
 
Catecismo Ortodoxo
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Thursday, February 8, 2018

San Gregorio Nacianceno el Teólogo ( Febrero 7 )

 San Gregorio, El Teólogo (Años 326-389) era el hijo de Gregorio (posteriormente el Obispo de Nacianzo) y de Nonna, una mujer de altas reglas morales. Antes de su nacimiento, ella prometió que dedicará a su hijo al Dios. Hizo todo el esfuerzo posible para inclinar su voluntad al servicio de Dios. San Gregorio consideraba que la educación dada por su madre a él como la más importante. Siendo muy inteligente, San Gregorio recibió una excelente educación. Él había estudiado en las escuelas de Cesarea, en Palestina, donde había una biblioteca recopilada por el santo mártir Pánfilo. En Alejandría estudiaba las obras de Orígenes y finalmente en Atenas donde se amigó con San Basilio El Grande, al cual conocía anteriormente y cuya amistad apreciaba como la más provechosa que cualquier escuela superior. En Atenas los santos amigos compartían una pieza y tenían el mismo modo de vida, ellos conocían solamente dos caminos, uno llevaba a la iglesia de Dios y el otro a la escuela. En Atenas San Gregorio conoció a Julián (El Apóstata), el mismo que al subir al trono renegó del cristianismo e intentó hacer renacer el paganismo en el imperio romano (años 361-363) y dejó un vivo retrato de este perverso y astuto enemigo de la iglesia. Al cumplir 26 años, San Gregorio fue bautizado. Al regresar a su patria, San Gregorio se apartó por mucho tiempo de cualquier cargo público. Reflexión sobre el Dios, la oración, la lectura de las palabras de Dios, composición de las inspiradas palabras y cánticos y el cuidado de sus ancianos padres eran sus ocupaciones. Pasó un tiempo en el desierto con su amigo Basilio. Este tiempo fue considerado por San Gregorio como el más feliz de su vida. Su padre, siendo ya obispo, necesitaba un ayudante, lo hizo llamar del monasterio Basiliense a Nacianzo y lo ordenó como presbítero. Esta dignidad y el peso de las obligaciones atemorizaron tanto a San Gregorio que se alejó al desierto para estar en soledad. Al tranquilizar su espíritu, regresó y aceptó las obligaciones sacerdotales, consolándose que sirviendo al Dios también ayuda a su anciano padre en sus preocupaciones por los parroquianos.
Mientras tanto, su amigo Basilio El Grande llegó a ser arzobispo. Deseando tener un fiel e instruido ayudante para dirigir una amplia región, San Basilio ofreció a Gregorio el cargo del principal presbítero de su catedral. Pero San Gregorio rechazó este honorable e influyente cargo. Poco tiempo después se realizó su ordenamiento como obispo de la ciudad Sasima, por el acuerdo secreto entre el arzobispo y el padre de Gregorio. Viendo en todo esto la voluntad de Dios Gregorio aceptó el santo ordenamiento pero rechazó el cargo. Como vicario seguía sirviendo a la parroquia de Nacianzo, ayudando a su padre. En el año 374 falleció su anciano padre y poco tiempo después su madre. San Gregorio siguió trabajando ocupando el cargo de su padre, dirigiendo la iglesia en Nacianzo. Se enfermó gravemente y después de recuperarse se alejó a un monasterio aislado, donde en ayuno y oración vivió cerca de tres años. Pero una persona como él no se podría esconder en la celda de un monje. Fue elegido por los obispos ortodoxos y los seglares como arzobispo de Constantinopla. Él vino en la época cuando los arrianos tenían mucho poder y se habían apoderado de todas las iglesias de la capital. San Gregorio se alojó en la casa de sus conocidos. Convirtió a una de las piezas a la iglesia y la llamó Anastasia (que significa resurrección), creyendo que ahí se va a resucitar la Ortodoxia y comenzó a predicar. Los arrianos se burlaban de él, le tiraban piedras y enviaban secretamente a los asesinos. Pero el pueblo reconoció a su verdadero pastor y comenzó acercándose a su cátedra, como el hierro se aprieta al imán (según lo dicho por San Gregorio). Con su palabra fuerte, ejemplo de su vida y diligencia como pastor, él vencía a los enemigos de la Iglesia. Muchísima gente venía de todas partes para escuchar sus inspiradas prédicas. El público presente parecía un mar atormentado, aplaudían y gritaban con gran entusiasmo expresando su acuerdo y los escribas anotaban todas sus palabras inmortalizándolas. Cada semana miles de personas volvían de la herejía a la Iglesia Ortodoxa.
Y finalmente, cuando al trono subió el emperador ortodoxo.
 
Catecismo Ortodoxo 
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Tuesday, February 6, 2018

Oraciones del Sacramento de la Confesión


Es mejor confesarse el día Anterior de la Comunión, durante el servicio Vespertino. Para confesarse el mismo día de la Comunión hay que venir temprano, antes de la Misa, porque el Sacerdote no puede dejar el servicio ya comenzado. La confesión durante la Misa alarga el servicio y hace esperar a los demás fieles. Ese tipo de confesión apurada no corresponde al gran Sacramento y lo denigra, como si fuera una simple ceremonia.
El penitente se persigna, besa la Cruz y el Evangelio, se arrodilla (si es posible) y confiesa con arrepentimiento sus pecados ante el Sacerdote. Este da unas indicaciones y a veces le dice hacer una correspondiente penitencia. El sacerdote cubre después la cabeza del penitente con el "Epitrajil" y lee la Oracion de Absolución.

Troparios

Ten piedad de Nosotros, Señor, ten piedad de Nosotros; porque pecadores como somos no podemos presentarte ninguna excusa, sólo ofrecemos a nuestro Soberano esta Oración: ¡Ten piedad de Bosotros!
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

Ten piedad de Nosotros, Señor, porque en Ti ponemos nuestra esperanza; no levantes tu ira contra nosotros, no te acuerdes de nuestras iniquidades; míranos con misericordia y líbranos de nuestros enemigos, porque Tú eres nuestro Dios y Nosotros somos tu pueblo, somos todos obra de tus manos e invocamos tu nombre.
Ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

¡Bendita Madre de Dios! Ábrenos las puertas de la misericordia para que nosotros, que ponemos en Ti toda nuestra esperanza no perezcamos, sino que por tu intercesión seamos libres de toda calamidad, porque Tú eres la Salvación del pueblo cristiano.

Señor ten Piedad (12 veces).


Dios nuestro Salvador, que por medio del profeta Natan, perdonaste a David sus pecados; que recibiste la súplica de Manases para el perdón de los pecados, recibe a tus siervos que se arrepienten de los pecados que han cometido. Por tu amor a la humanidad, acepta su arrepentimiento, y perdónales los pecados y faltas. Señor, Tu has dicho que no quieres la muerte del pecador, sino que deseas que se convierta y viva y nos has mandado perdonar los pecados hasta setenta veces siete, pues tu misericordia es tan inmensa con tu majestad. ¿Y si tuvieses en cuenta los pecados, Señor, quien podría resistir? Tú eres el Dios de los arrepentidos y te glorificamos, oh Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.

Señor Jesucristo, Hijo del Dios vivo, Pastor y Cordero, que tomaste los pecados del mundo, y que perdonaste a los dos deudores, y has dado el perdón de sus pecados a la pecadora. Tu mismo Soberano, apacigua, perdona los pecados y transgresiones voluntarias e involuntarias, las cometidas con conocimiento o por ignorancia, en incumplimiento o desobediencia, de éstos, tus siervos. Y lo que fue pecado como hombre, por la carne y viviendo en el mundo y siendo seducidos por el diablo. Lo pecado de palabra, en acción, a sabiendas o por ignorancia. Si rompieron con la palabra sacerdotal, o una promesa o se encontraban bajo juramento sacerdotal, o cayeron en anatema o incumplimiento de su promesa. Tu mismo, oh Dios bueno e inocente Soberano, bendice desatar por la palabra a tus siervos, perdonándoles por tu gran misericordia sus propios juramentos y maldiciones. Soberano y Señor amante de la humanidad, escúchanos a los que rogamos a tu bondad por estos tus siervos, perdona todos sus pecados, pues eres muy misericordioso y libéralos del tormento eterno. Tú has dicho, oh Soberano, lo que ates en la tierra, será atado en los cielos y lo que desates en la tierra será desatado en los cielos.
Pues Tú eres el Único sin pecado y a Ti te elevamos gloria, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amen.

He aquí, hijo, Cristo invisiblemente esta parado y recibe tu confesión, no te avergüences ni temas, y no me ocultes nada. Sin titubear dime todo lo que cometiste, para recibir el perdón de nuestro Señor Jesucristo. He aquí, su icono está ante nosotros. Yo soy solo un testigo, que atestiguaré ante Él, todo lo que me digas. Y si me ocultas algo, estarás pecando gravemente. Pon atención, pues has venido a un lugar de curación, no sea que salgas sin haber sido sanado.

La confesión se lleva a cabo ante un atril que contiene el Evangelio y una cruz. El que viene a confesarse besa el santo Evangelio y la cruz y confiesa sus pecados ante el sacerdote (si es posible de rodillas). El sacerdote le aconseja, puede darle alguna "epitimia" y colocando el epitrajil sobre la cabeza del arrepentido reza:


Roguemos al Señor. Señor ten piedad.
Señor Dios Salvación de tus siervos, misericordioso y generoso y muy paciente, que te arrepientes de nuestras maldades y no deseas la muerte del pecador, sino que se arrepienta y viva. Tu mismo ahora ten misericordia de tu siervo (Nombre) y otórgale la forma del arrepentimiento, el perdón de los pecados y la absolución, perdonándole todo pecado voluntario e involuntario. Recíbelo y reintégralo a tu Santa Iglesia, en Cristo Jesús Señor nuestro. Junto con Él, te pertenece el poder y la magnificencia, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amen.

Que el Señor y Dios nuestra Jesucristo, por la gracia y las generosidades de su amor a la humanidad, te perdone a ti (Nombre) todos tus pecados y yo, indigno Sacerdote, por la autoridad que me fue conferida, te perdono y desato todos tus pecados, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amen.

Después de la última Oración, el arrepentido besa la Cruz y el Evangelio, pide la bendición al sacerdote y se retira agradeciendo a Dios.


Notas.
Epitimías — Penitencia con Piadosa Obediencia (2 Cor. 2:6), que por las reglas de la iglesia, el Sacerdote, como Médico Espiritual. Indica a algunos Cristianos para sanarlos de sus enfermedades espirituales, por ejemplo, Ayuno complementario, Oraciones de Penitencia con genuflexiones en numero indicado, limosnas, lecturas de Sagradas Escrituras y otros ejercicios Piadosos.
Las Penitencias no tienen carácter de castigo, son acciones correctivas, curadoras, pedagógicas. Su finalidad es profundizar la tristeza por los pecados cometidos y sostener la decisión de corregirse. El Apóstol dice: "La tristeza que es según Dios Produce Arrepentimiento para Salvación… la tristeza del mundo Produce Muerte" (2 Cor. 7:10). La regla del 6-o Concilio Universal dice: "Los que tienen el poder de Dios de atar y desatar, deben ver la calidad del pecado y la voluntad del pecador para conversión y así usar los remedios adecuados a la enfermedad. Al no considerar correctamente la medida, se puede perder la salvación del enfermo. La enfermedad del pecado no es uniforme, sino diversa y polifacética y puede producir muchas clases de daños, donde el mal se desarrolla y se extiende hasta que lo pare la fuerza del curador.
En la iglesia antigua la confesión transcurría en forma diferente a la practica actual. Ya que los Cristianos comulgaban cada domingo, o a menudo, — la confesión no era obligatoria. Para confesarse, venían según la necesidad. A veces, en el caso de pecados graves, que podían servir de tentación a otros fieles, la confesión se hacia a viva voz, en presencia del sacerdote y los feligreses. En la iglesia Irtodoxa Griega, no se confiesa antes de cada comunión y se hace en tiempo especial, indicado por el Padre confesor, en el confesionario, en tiempo, no vinculado con la Liturgia. El Santo Padre Juan de Kronstadt, casi nuestro contemporáneo, no tenía posibilidad de hacer confesiones individuales (debido a la gran cantidad de Penitentes), él realizaba a menudo confesiones generales, donde tomaban parte miles de personas. Muchos se confesaban en voz alta y públicamente se arrepentían. Estas confesiones generales transcurrían con un gran entusiasmo espiritual y dejaban una imborrable huella en los participantes.
Sin depender de las condiciones externas en que se realice, la confesión es un gran sacramento y esto exige una seria y piadosa atención. Su fin es realizar una curación del alma por la Gracia. Una confesión apurada unos minutos antes de la Comunión, no es un tratamiento correcto de este Sacramento. Hay que venir con tiempo, con el corazón arrepentido y la fe en la fuerza curadora de la Gracia Divina.
Así en el Sacramento de la Confesión, el Señor nos dio un medio poderoso para luchar con el pecado. Preparándonos para la confesión, aprendemos a seguir con atención nuestra vida interior, entender mejor nuestras debilidades y las astucias de nuestro tentador — el diablo. La confesión sincera ante el sacerdote nos ayuda a vencer nuestro orgullo y cortar los hilos de las pasiones, con los cuales nos envolvió el diablo.
Después de una sincera penitencia y purificación en la confesión, cae una piedra pesada de nuestro corazón y nos sentimos aliviados, renovados e iluminados. De nuevo renacen nuestros sentimientos buenos, el deseo de amar a Dios y al prójimo. Así, habiendo hecho una profunda penitencia, por la experiencia personal nos convencemos cuan misericordioso es hacia nosotros el Señor y cuan activa es Su Gracia. ¡Valoremos ese enorme medio de curación espiritual y pidamos a Dios de darnos la conciencia para vivir piadosamente, para que todos nuestros pensamientos, palabras y actos se dirijan hacia la gloria de Su Santo Nombre!. 
 
Catecismo Ortodoxo
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Oraciones de Penitencia en Casa.

Te ofrezco, oh Señor misericordioso, la pesada carga de mis innumerables pecados, con los cuales peque ante Ti, comenzando desde mi juventud hasta el día de hoy.
Pecados del pensamiento y sentimentales. He pecado ante Ti, oh Señor, siendo desagradecido a Ti y tu misericordia, con el olvido de tus mandamientos e indiferencia para contigo. He pecado por mi poca fe, dudando en temas de la fe y con libertinaje en los pensamientos. He pecado con superstición, apatía hacia la Verdad y con el interés a enseñanzas no ortodoxas. He pecado con pensamientos blasfemos e inmundos, sospechosos y aprecivos. He pecado con atadura al dinero y a los elementos de lujo, diversiones pasionales, celos y envidia. Perdóname y ten piedad de mí, oh Señor.
He pecado deleitándome con pensamientos pecaminosos, ansiedad por los placeres y debilidad espiritual. He pecado con ilusiones, vanagloria y vergüenza falsa. He pecado con el orgullo, menosprecio a las personas y esperanza en mi mismo. He pecado con el desaliento, pena mundana, desesperación y quejas.
He pecado irritándome, siendo rencoroso y malvado. Perdóname y ten piedad de mi, oh Señor.
Pecados de palabra. He pecado con palabras vacías, risa vana y burlas. He pecado conversando en el templo, mencionando el nombre de Dios en vano y juzgando a mis prójimos. He pecado utilizando palabras cortantes, siendo pendenciero y haciendo indicaciones mordaces. He pecado con espíritu cicatero, ofendiendo al prójimo y con fanfarronería. Perdóname y ten piedad de mi, oh Señor.
He pecado bromeando indecorosamente participando en cuentos y conversaciones indecentes. He pecado quejándome, con el incumplimiento de mis promesas y con falsedad. He pecado utilizando palabras injuriosas, insultando al prójimo y maldiciendo. He pecado divulgando rumores depravados, calumnias y denuncias.
Pecados de hecho. He pecado con la pereza, perdiendo el tiempo en vano y faltando a los oficios religiosos. He pecado llegando tarde frecuentemente a los oficios religiosos, con negligencia y distracción en la oración y con falta de entusiasmo espiritual. He pecado desdeñando las necesidades de mi familia, desdeñando la educación de mis hijos y con el incumplimiento de mis obligaciones. Perdóname y ten piedad de mi, oh Señor.
He pecado con la gula, comiendo de mas y faltando a los ayunos. He pecado fumando, abusando de las bebidas alcohólicas y utilizando métodos para exitarme. He pecado ocupándome demasiado de mi imagen exterior, fijándome con deseo, observando cuadros y fotografías obscenas. He pecado escuchando música ruidosa, conversaciones pecaminosas y cuentos indecentes. He pecado con comportamiento seductor, masturbándome y fornicando. He pecado con diferentes distorsiones sexuales y con infidelidad. (Aquí hay que arrepentirse y confesar los pecados que son vergonzosos para enumerarlos en voz alta). He pecado aceptando el aborto o participando en él. Perdóname y ten piedad de mí, oh Señor.
He pecado con amor al dinero, con afición a los juegos de azar y deseo de enriquecimiento. He pecado con pasión por mi carrera y el éxito, codicia y prodigalidad. He pecado negando a ayuda a los necesitados, avidez y avaricia. He pecado siendo cruel, duro, seco y falto de amor. He pecado con el engaño, robo y concusión. He pecado visitando adivinadoras, con la invocación de malos espíritus y con costumbres supersticiosas. Perdóname y ten piedad de mí, oh Señor.
He pecado con explosiones de ira, maldad y tratando groseramente al prójimo. He pecado con la irreconciabilidad, venganza, insolencia e impertinencia. He pecado: fui caprichoso, antojadizo y puntilloso. He pecado con la desobediencia, terquedad e hipocresía. He pecado tratando con descuido los objetos sagrados, cometiendo sacrilegio e blasfemando. Perdóname y ten piedad de mí, oh Señor.
También he pecado en palabras, pensamientos, obras y con todos mis sentidos, a veces involuntariamente, pero más frecuente en forma consciente y por mi terquedad y costumbre pecaminosa. Perdóname y ten piedad de mí, oh Señor. Recuerdo algunos pecados, pero por mi indolencia y desatención espiritual, he olvidado la mayoría por completo. ¡Ay de mí, si me presentare con ellos ante el Terrible Tribunal de Dios!
Ahora, sinceramente y con lagrimas, me arrepiento de todos mis pecados realizados conscientemente o por ignorancia. Caigo ante Ti, Misericordioso Señor Jesús, mi Salvador y Pastor, y te ruego que me perdones como aquella vez al ladrón crucificado junto a Ti. Te pido, oh Señor, que me limpies y me hagas digno y sin condenación de ser participe de tus Purismos Sacramentos para la renovación de mi alma. También te ruego que me ayudes a odiar todo mal y todo pecado, por completo dejar de pecar, y en los días que le restan a mi vida, fortalecerme en el firme deseo de vivir cristianamente, para el bien, la verdad y para gloria de tu Santo nombre. Amen.

Salmo 50
 Ten piedad de mí, ¡oh, Dios conforme con tu gran misericordia! Según la multitud de tus piedades, borra mi iniquidad. Lávame más y más de mi maldad y límpiame de mi pecado. Porque yo reconozco mi iniquidad y mi pecado está siempre ante mí. Sólo contra Ti he pecado y lo malo hice delante de Ti. A fin de que perdonándome aparezcas justo en tus palabras y quedes victorioso cuando juzgues. En iniquidad he sido concebido y en pecado me dio a luz mi madre. Tú amas la verdad, Tú me revelaste los secretos y recónditos misterios de tu sabiduría. Rocíame con hisopo y seré purificado; me lavarás y quedaré más blanco que la nieve. A mi oído darás gozo y alegría y se regocijarán mis huesos abatidos. Aparta tu rostro de mis pecados y borra todas mis iniquidades. Crea en mí, ¡oh, Dios! Un corazón puro y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me apartes de tu rostro y no quites de mí tu Espíritu Santo. Devuélveme la alegría de tu salvación y confórtame con Espíritu Soberano. Enseñaré a los prevaricadores tus caminos y los pecadores se convertirán a Ti. Líbrame de la sangre, ¡oh, Dios, Dios de mi salvación! Y proclamará gozosa mi lengua tu verdad. Señor, abre mis labios y mi boca publicará tu alabanza. Porque si hubieras querido sacrificio, los hubiese ofrecido; no quieres holocausto. El espíritu compungido es el sacrificio para Dios; un corazón contrito y humillado Dios no lo despreciará. Haz bien, Señor, con tu benevolencia a Sión, edifica los muros de Jerusalem. Entonces te agradarán los sacrificios de verdad, las ofrendas y los holocaustos; entonces ofrecerán becerros sobre tu altar.

Piensa hermano o hermana, que no hay pecado que sobrepase la misericordia de Dios. Él mismo pues, prometio a los arrepentidos: "...si vuestros pecados fueran como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana." (Isaías 1; 18).
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El Triodo (Pre-Cuaresma).

La temporada pascual de la Iglesia está precedida por la temporada de la Gran Cuaresma, que a su vez está precedida por su propia preparación litúrgica. El primer signo de la aproximación de la Gran Cuaresma se produce cinco domingos antes de su inicio. En este Domingo, la lectura del Evangelio trata sobre Zaqueo, el recaudador de impuestos. Cuenta cómo Cristo trajo la salvación a este hombre pecador y cómo cambió profundamente su vida simplemente porque “buscaba ver a Jesús para conocerlo” (Lucas 19:3). El deseo y esfuerzo por ver a Jesús inicia todo el movimiento a través de la cuaresma hacia la Pascua. Es el primer movimiento de salvación.

El siguiente domingo es el del Publicano y el Fariseo. La atención se centra aquí sobre los dos hombres que fueron al templo a orar: uno, un fariseo que era un hombre de religión decente y justo, el otro, un publicano que era un verdadero pecador y recaudador de impuestos que estaba engañando a la gente. El primero, aunque realmente justo, se jactó ante Dios y fue condenado, según Cristo. El segundo, aunque realmente pecador, suplicó misericordia, la recibió, y fue justificado por Dios (Lucas 18:9). Aquí, la meditación es que ni tenemos la religiosa piedad del fariseo ni el arrepentimiento del publicano por el que podamos ser salvados. Somos llamados a vernos como somos realmente a la luz de la enseñanza de Cristo, y suplicar Su misericordia.

El siguiente domingo en la preparación para la Gran Cuaresma es el domingo del Hijo Pródigo. Al escuchar la parábola de Cristo sobre el amoroso perdón de Dios, somos llamados a volver nosotros mismos, como hizo el hijo pródigo, a vernos como seres “en un país lejano”, lejos de la casa del Padre, y a hacer el movimiento de regreso a Dios. El Maestro nos da toda la seguridad de que el Padre nos recibirá con gozo y alegría. Sólo debemos “levantarnos e ir”, confesando nuestra auto infligida y pecadora separación de aquel “hogar” al que verdaderamente pertenecemos (Lucas 15:11-24).

El siguiente domingo es llamado el domingo de la Abstinencia de Carne, pues es oficialmente el último día antes de Pascua, para comer carne. Conmemora la parábola de Cristo sobre el Juicio Final (Mateo 25:31-46). En este día se nos recuerda que no nos es suficiente con ver a Jesús, vernos como somos, y volver a la casa de Dios como sus hijos pródigos. También debemos ser sus hijos siguiendo a Cristo, Su Divino Hijo Unigénito, viendo a Cristo en todo hombre y sirviendo a Cristo a través de ellos. Nuestra salvación y juicio final dependerá de nuestras obras, no sólo de nuestras intenciones o de las misericordias que Dios nos conceda por nuestra propia cooperación y obediencia personal.

“Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis; estaba enfermo y me visitasteis; estaba preso, y vinisteis a verme. En verdad os digo: en cuando lo hicisteis a uno solo, el más pequeño de estos mis hermanos, a Mí lo hicisteis” (Mateo 25:35-36, 40).

No somos salvados principalmente por la oración y el ayuno, no sólo por “las obras religiosas”. Somos salvados por servir a Cristo a través de su pueblo, el fin hacia el que toda piedad y oración se dirige en definitiva.

Finalmente, en la víspera de la Gran Cuaresma, el día llamado domingo de los lácteos y Domingo del Perdón, cantamos el exilio de Adán del paraíso. Nos identificamos con Adán, lamentando nuestra pérdida de la belleza, dignidad y delicia de nuestra creación original, y lamentándonos por nuestra corrupción en el pecado. También escuchamos en este día la enseñanza del Señor sobre el ayuno y el perdón, y entramos en la temporada del ayuno perdonándonos unos a otros para que Dios nos perdone.

“Si, pues, vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, vuestro Padre celestial os perdonará también; pero si vosotros no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestros pecados” (Mateo 6:14-16).
 
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Saturday, February 3, 2018

Presentación del Señor al Templo.

La ley de Moisés disponía que todo niño primogénito de sexo masculino fuera llevado al templo en el día 40 después del nacimiento para ser presentado y ofrecer por él el rescate que estaba establecido. En cumplimiento de esta ley, la Santa Familia, al día 40 desde el nacimiento del Divino Niño, se dirigió al templo de Jerusalén. La Madre de Dios, por causa de su pobreza, solo pudo traer dos jóvenes tórtolas. En este tiempo, por la inspiración del Espíritu Santo, vino al templo cierto piadoso anciano, de nombre Simón. A él le había sido prometido por el Espíritu Santo, que no iba a morir hasta que no viera a Cristo Salvador.
Acercándose a la Virgen María, Quien sostenía al Divino Niño, el Justo Simón Lo tomó en sus brazos y en la abundancia de su alegría agradeció a Dios con las siguientes palabras: "Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra; porque han visto mis ojos Tu salvación, la cual has preparado en presencia de todos los pueblos; Luz para revelación a los gentiles y gloria de Tu pueblo Israel." Luego, dirigiéndose a la Madre, dijo: "He aquí, éste está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel y para señal, que será contradicha,... para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones." Con estas palabras Simón profetizó que el Divino Niño traerá a muchos a la salvación, pero también habrá no pocos, tales, que se endurecerán y abandonarán por completo a Dios. Y que según cual sea la actitud de los hombres para con el Salvador del mundo y Su enseñanza, en los hechos revelarán su propia disposición espiritual. El que se apesadumbra por sus pecados y ansía la Verdad Divina, ese encontrará en Él al guía y sanador de su alma, pero el que ama este mundo con sus deleites pecaminosos, el que está contento consigo mismo, o que a semejanza de los letrados hebreos, transformó a la religión en una fuente de prosperidad, para ese las enseñanzas de Jesucristo le serán inadmisibles. Para tales personas, que rechazan conscientemente el llamado a la salvación, la palabra de Cristo solo les servirá para mayor condena.
Previendo los muchos sufrimientos que debía padecer el Salvador, el justo Simón predice también los sufrimientos de Su Madre: "¡Y una espada traspasará tu misma alma!" — es decir, Tus dolores maternales, a semejanza de una espada traspasarán Tu corazón, pues Sus padecimientos recibirás como Tuyos propios.
Al finalizar el diálogo del Justo Simón con la Madre de Dios, se les acercó la anciana Anna-profetiza, quien durante muchos años vivía y trabajaba en el templo, y con sus oraciones y ayunos alcanzó gran virtuosidad. También ella, por la intuición del Espíritu Santo, reconoció en el Niño Divino al Mesías tan largamente esperado, y en un arrebato de alegría comenzó a glorificar en alta voz a Dios. Después de esto comenzó a anunciar a los habitantes de Jerusalén, que el esperado Salvador ya había nacido. Esto llegó también a los oídos de Herodes, quien entonces dispuso que se matara a todos los niños nacidos en Belén y sus alrededores.
Habiendo cumplido todo lo ordenado por la ley acerca del Primogénito recién nacido, la Santa Familia regresó a Nazaret.

Tropario Tono 1:
Regocíjate oh Madre de Dios, llena eres de gracia, porque de Ti resplandeció el Sol de Justicia Cristo nuestro Dios, iluminando a los que están en las tinieblas. Regocíjate también Tu, justo anciano, que recibiste en Tus brazos al Redentor de nuestras almas, que nos otorgó la Resurrección.

Kontaquio Tono 1:
Tú que por Tu nacimiento santificaste las entrañas virginales y bendijiste los brazos de Simeón, como era conveniente, advirtiéndonos, y nos salvaste hoy, Cristo Dios, concede paz, en los tiempos de las guerras y fortifica a los cristianos ortodoxos a quienes amaste, oh Único amante de la humanidad.
 
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Thursday, February 1, 2018

Aquí, solo la oración trae frutos.... ( San Paisos de Athos )

Aquí, solo la oración trae frutos. Debemos pedirle al Señor, con una fe grande, la misericordia para estos hijos, que no tienen culpa de la falta de fe. Aceptémos, que la responsabilidad cae sólo sobre nosotros, hagámonos humildes y hagámos una sincera penitencia, y Dios los ayudará. Les alcanzará algún salvavidas, para que se salven también ellos.


San Paisos de Athos
Catecismo Ortodoxo
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