
San Nicolai Velimirovic, uno de los más grandes santos serbios de los últimos siglos
Cristo se alejó de Europa…
por San Nicolás Velimirovic, obispo
de Ohrid y Zicha (1881-1956)
En el juicio entre Cristo y Europa realmente ocurrió lo siguiente: Cristo dice a Europa cómo ella fué bautizada en Su nombre, y cómo debe permanecer creyente en Él y en Su propio Evangelio. La acusada Europa responde:”Todas las religiones son iguales-esto dijeron los enciclopedistas franceses-, nadie debe estar presionado en creer esto o aquello”. Europa tolera todas las religiones cómo supersticiones populares a causa de sus propios intereses imperialistas. Sin embargo, la misma Europa no tiene ninguna religión. Cuando Europa consiga tener éxito en sus objetivos políticos, entonces, rápidamente hará una limpieza de todas las supersticiones populares.
A estas palabras, Cristo responde entristecido:”¿Cómo podéis vosotros los hombres vivir con intereses imperialistas y materiales, con bestiales deseos sólo para el alimento corporal? Yo quería haceros dioses e hijos de Dios, ¿y vosotros os resistís y apresuráis en volveros iguales a las bestias?”
Entonces Europa responde:”Tú estás superado, estás obsoleto; en vez de Tu propio Evangelio, nosotros hemos encontrado la zoología y la biología. Ahora sabemos que somos descendientes, no Tuyos ni de Tu Padre celestial, sinó de los orangutanes y gorilas, de los monos. Nosotros ahora nos estamos perfeccionando para llegar a ser dioses, ya que no reconocemos a otros dioses más que a nosotros mismos.”
Entonces Cristo responde:”Sóis más testarudos que los antiguos hebreos; yo os saqué de la más oscura barbarie, os llevé hasta la luz celestial; en cambio, vosotros, queréis otra vez la oscuridad, como el búfalo en el barro. Yo derrame mi sangre por vosotros, os amé, incluso cuando todos los ángeles giraban el rostro para no veros, ya que no podían soportar vuestra propia inmundicia. Cuando vosotros os encontrábais en la oscuridad y el pecado, yo fuí el único que luchó por vosotros, para iluminaros queriendo purificaros. No seáis ahora incrédulos, ya que volveréis a aquella insoportable oscuridad y a aquel insoportable hedor.”
A todas estas palabras, Europa grita con una sonrisa irónica.”Vete de aquí, no te conocemos. Nsotros conservamos la filosofía griega y la cultura romana. Nosotros queremos la libertad. Queremos universidades, la ciencia es nuestra estrella polar y nuestra guía. Nuestro lema es: Libertad, igualdad, fraternidad. Nuestra mente es el dios de los dioses. Tú eres asiático. Nosotros te repudiamos. Eres un viejo mito de nuestros abuelos y abuelas.”
A todo esto responde Cristo con los ojos llorosos:”Yo me iré y entonces veréis. Salisteis del camino de Dios y fuisteis al camino de satanás. La bendición se perdió lejos de vosotros. En mi mano está vuestra vida y vuestra muerte, ya que fuí crucificado por vosotros. A pesar de todo esto, no os condenaré yo, sinó que vuestros pecados y vuestra negación al Salvador os condenarán. He mostrado amor paternal hacia todos los hombres, y quería con amor salvarlos a todos.”
A esto responde Europa:”¿Qué amor? Nosotros sentimos un fuerte y sano odio hacia todos aquellos que no están de acuerdo con nosotros. Este es nuestro programa. Tu amor no es más que un cuento, una fábula. En lugar de esta fábula, nosotros hemos creado el nacionalismo, internacionalismo, progresismo, cientifismo. En éstos se encuentra nuestra salvación, ¡y tú aléjate de nosotros!”
Hermanos míos, esta discusión verbal se ha terminado en nuestro tiempo.
Cristo se alejó de Europa, tal y cómo en una ocasión se alejó de la región de los Gadarenos, ya que se lo pidieron los propios Gadarenos. Sin embargo, al instante después de marcharse, llegó la guerra , la pobreza, el horror, la catástrofe. De nuevo volvió a Europa la barbarie pre-cristiana de los Ávaros, de los Hunos, de los Longobardos, pero ahora con terror máximo (el autor escribió este texto durante la 2ª Guerra Mundial*nota del traductor). Cristo tomó Su Cruz y Su bendición y se alejó. Se quedó la oscuridad y la porquería. Vosotros, ahora, decidid con quién váis a ir. Con la oscura y sucia Europa, o con Cristo. Amén.
Fragmento del libro “Desde dentro de la ventana de la prisión” Mensajes al pueblo, de San Nicolás Velimirovic
http://cristoesortodoxo.com/2013/02/21/cristo-se-alejo-de-europa/
a) Teología monástica.
Después de la época iconoclasta florece una teología monástica y espiritual de gran relieve, cuya primera figura es san Simeón el Nuevo Teólogo (949-1022), que revive en la Iglesia bizantina medieval las ideas de los antiguos padres monásticos Macario de Egipto y Diádoco de Fótice, quienes identificaban la doctrina cristiana con una experiencia consciente de Dios. Discípulo de un monje estudita, Simeón el Piadoso, cuyo nombre adoptó, el título que recibió más tarde puede tener un doble significado: Simeón el Joven, con relación al maestro; o bien, Simeón, “el nuevo teólogo.” En todo caso, el apelativo “teólogo” significa que fue considerado en el mismo nivel de los otros dos “teólogos”: Juan Evangelista y Gregorio de Nazianzo. Higúmeno del monasterio de san Mamas en Constantinopla, Simeón es autor de una serie de escritos espirituales únicos por su originalidad mística, su calidad poética y la influencia que ejercieron en el pensamiento bizantino. Sus obras comprenden: Discursos catequéticos, dirigidos a sus monjes, Tratados teológicos y éticos (incluidos en parte en la Filocalía) e Himnos. Simeón se dirige a todos los hombres, también a los que viven en el mundo. Según él, todos pueden vivir la experiencia de la fe, una fe que es fundamentalmente la comunión personal con Dios y la visión de Dios; en esto su pensamiento coincide no sólo con los hesicastas, sino también con toda la tradición patrística. Y como todos los profetas, expresa la experiencia cristiana sin preocuparse verdaderamente de una precisión terminológica. Insiste en la deificación del cuerpo, gracias a la participación en el Cuerpo crístico, eucarístico, “fulgurante del fuego de la divinidad.” Para Simeón, el reino de Dios es una realidad accesible que no pertenece sólo a la vida futura y que, en este mundo, concierne no solamente al aspecto “intelectual” o “espiritual” del hombre, sino a su existencia entera. “La resurrección de todos, dice, se realiza por el Espíritu Santo. Y no hablo solamente de la resurrección final del cuerpo. Por su Espíritu, Cristo concede, ya ahora, el reino de los cielos.” Su insistencia profética sobre la fe cristiana como experiencia del Cristo vivo, suscitó no pocas resistencias. Al oponer la personalidad carismática del santo a la institución (canonizó en su comunidad a su maestro Simeón Estudita sin la sanción jerárquica necesaria), se vio obligado a abandonar su cargo y se retiró a la ribera asiática del Bósforo. Rehabilitado en vida, fue canonizado pocos años después de su muerte.
Su discípulo Nicetas Stethatos (ca.1005-ca.1090) recogió y publicó los escritos de Simeón y escribió su vida. Él mismo es también autor de obras originales (incluidas en parte en la Filocalía), en las que, al igual que su maestro, proclama la primacía de las realidades espirituales en la Iglesia. El sacramento, el rito, las instituciones eclesiásticas, conservan su sentido auténtico si van acompañadas de una práctica ascética y de una cooperación libre a la gracia divina, que les permite fructificar en una experiencia luminosa de la unión divina, que es ofrecida a todos los cristianos. Nicetas preludia el florecimiento hesicasta que le seguirá. Antes tendrían lugar los hechos de 1054, con las excomuniones entre Roma y Constantinopla que significaron la ruptura entre ambas sedes. En las discusiones con los legados papales, Nicetas fue el portavoz de la parte ortodoxa. En este sentido cabe citar, entre otras, su obra Sinthesis, que lleva como subtítulo: Contra los latinos que blasfeman contra el Espíritu Santo diciendo que procede del Hijo.
En la ruptura entre Roma y Constantinopla, el patriarca Miguel Cerulario, al contrario de Focio, no es una figura teológica. Sus argumentos contra los latinos reposan propiamente en cosas exteriores sin argumentos doctrinales.
El siglo XII ve penetrar en Bizancio la secta de los bogomilos. El bogomilismo, doctrina religioso-social que toma su nombre del pope Bogomil, apareció en Bulgaria a mediados del siglo X. Dualista, dicha doctrina tenía reminiscencias neomaniqueas del Asia Menor. Los bogomilos rechazaban a la Iglesia oficial con sus ritos y símbolos y se alzaban contra el poder secular y atacaban la riqueza, agrupados en comunidades a imitación de los primeros cristianos. El emperador bizantino Alejo I encargó al monje Eutimio Zigabeno (+ d. l118), docto en retórica y buen exegeta, polemizar contra los bogomilos y éste escribió una importante síntesis dogmática que lleva por título Panoplia dogmática, en 28 capítulos; los siete primeros constituyen una especie de florilegio sobre Dios, la creación y la redención; los capítulos 8-22 tratan de herejías antiguas, mientras que los capítulos 23-28 se ocupan de las herejías contemporáneas, entre las cuales los paulicianos, bogomilos, musulmanes, y también la cuestión de los ázimos, contra los armenios.
Pero los siglos que siguieron a la ruptura entre Roma y Constantinopla fueron fecundos en doctrina monástica y espiritual y vieron renacer la doctrina y la práctica hesicastas.
b) Hesicasmo y palamismo.
El hesicasmo es una corriente o sistema espiritual de orientación esencialmente contemplativa que ve la perfección del hombre en su unión con Dios por medio de la oración incesante. Recibe el nombre del rasgo que lo caracteriza, la hesiquía (‘tranquilidad,’ ‘calma’), esto es, el retiro a la soledad y la actitud interior del alma situada en la paz y el silencio de los pensamientos, aplicada a la contemplación divina, y que viene a ser el clima y la emanación de la oración y que permite llegar a esta unión. Método antiguo y tradicional, que enlaza con los orígenes del monaquismo, tuvo su florecimiento en la tradición sinaítica de los siglos VI y VII y luego en el monte Athos. En el ambiente hesicasta nació la práctica de la “oración de Jesús.” Ésta consiste en la repetición incesante del nombre de Jesús en una especie de breve jaculatoria, que, en su forma más simple, dice: “Señor Jesucristo, ten piedad de mí,” pero que se presenta también en una forma más larga: “Señor Jesucristo, hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador,” u otras parecidas. La oración de Jesús será posteriormente muy divulgada en la tradición espiritual rusa.
El hesicasmo, reforzado posteriormente por la corriente palamítica, tuvo sus adversarios, especialmente por parte de la corriente humanística, lo que trajo una larga controversia entre ambas tendencias, que terminó con el triunfo del palamismo en la Iglesia Ortodoxa. Simultáneamente aparecen, por un lado, algunos intentos de unión entre Roma y Constantinopla y, por otro, una serie de polémicas entre teólogos latinos y teólogos bizantinos, que durarían hasta la caída de Constantinopla en 1453.
El principal promotor de la renovación hesicasta del siglo XIV fue Gregorio Sinaíta (1255-1346). Llamado así por su estancia primera en el monasterio de Santa Catalina del Sinaí, ejerció su influencia espiritual en el monte Athos, pero terminó sus días en tierras búlgaras. Gregorio es el eslabón que enlaza la tradición hesicasta del Sinaí con la renovación athonita. En sus escritos, entre los más importantes de los recogidos por la Filocalia, centra su doctrina, inspirada en gran parte en san Juan Clímaco y en san Máximo el Confesor, en la guarda del espíritu y la plegaria del corazón. Enseña cómo, por la oración hesicasta, el monje puede tomar conciencia progresivamente de la gracia depositada en él por el bautismo y alimentada por la Eucaristía.
Pero el hesicasmo se afianzó plenamente con la corriente palamítica, que toma el nombre de Gregorio Palamás (1296-1359). Hombre de gran cultura, fue iniciado en la oración hesicasta por Teolepto de Filadelfia (autor que también figura en la Filocalia) y luego se hizo monje en el Athos. Por ese tiempo, un grupo de humanistas bizantinos, que combinaban el racionalismo y el espiritualismo desencarnado, atacaban y ridiculizaban el hesicasmo. Hacían burla de los aspectos corporales de dicho método y negaban la posibilidad de una participación real en la luz divina. Entre ellos destaca el monje Barlaam el Calabrés (1290-1348), contra quien, a petición de los monjes atónitas (1340), Gregorio Palamás escribió las célebres Tríadas en defensa de los santos hesicastas, así como Capítulos sobre la oracion y la purera de corazón, o también Capítulos físicos, teológicos, éticos y prácticos, el Tomo hagiorítico, etc. Gregorio, bien representado en la Filocalia, traduce en lenguaje teológico la mística de la comunión con Dios y la visión de la luz divina experimentada por los hesicastas. Profundizando la distinción patrística entre teología y economía, Gregorio discierne en Dios la esencia inaccesible y las energías participables. Estas energías se identifican con la luz increada que proviene de Cristo transfigurado, luz que el hesicasta, el santo, ve como la luz del Tabor. Palamás escribió también dos Tratados apodícticos, sobre la procesión del Espíritu Santo y contra el Filioque.
Barlaam, siguiendo la concepción escolástica de la gracia increada, concepción que identifica la esencia divina y sus atributos, acusó a Palamás de diteísta. Pero la doctrina palamítica fue aprobada (1341) por los monjes atónitas y por dos sínodos constantinopolitanos que, además, condenaron a Barlaam. Sin embargo, la controversia se reanudó, destacando como encarnizados adversarios del palamismo Gregorio Akíndynos (+ ca.1351) y Nicéforo Gregorás (ca.1295-1359/60). Acusado de herejía por el patriarca Juan Kalekas y encarcelado durante la guerra civil entre Paleólogos y Cantacuzenos (1341-1347), Palamás fue rehabilitado en 1347, con el triunfo de Juan Cantacuzeno y su doctrina nuevamente aprobada por diversos sínodos. Consagrado arzobispo de Tesalónica (1350), murió en 1359 y fue canonizado en 1368. El autor de dicha canonización fue un antiguo discípulo de Palamás, Teófilo Kókkinos, patriarca de Constantinopla en dos ocasiones (1353-1354; 1364-1376; +1379), bajo cuya redacción se publicaron algunos documentos oficiales, tales como el Tomo hagiorítico, que los monjes atónitas enviaron a Constantinopla para su defensa y del cual se sirvió Gregorio Palamás, como también aparece su mano en el tomo del sínodo de 1351; él introdujo los anatema-tismos en el Synodikón del Domingo de la Ortodoxia.
Desde su triunfo, el palamismo ha mostrado su fecundidad cultural, suscitando un humanismo transfigurado que será recogido especialmente por Nicolás Cabásilas.
c) Polémica entre latinos y bizantinos
En este mismo período (siglos XIII-XIV), y junto a la polémica en torno al palamismo del siglo XIV, aparecen una serie de disputas entre latinos y bizantinos, así como intentos de concordia. Todo ello a pesar del tiempo que duró la dominación latina en Constantinopla (1204-1261). Es el tiempo del apogeo, en Occidente, de la teología escolástica, especialmente con Tomás de Aquino (1225-1274), teología y sistemática. Demetrio Cidones (ca.1324-ca.1398), consejero político de Juan V Cantacuzeno, tradujo al griego, junto con su hermano Prócoro, convencido antipalamita, las principales obras de Tomás de Aquino, así como obras de san Agustín y Anselmo. Se consagró también a la causa de la unión con los latinos. Sus traducciones, además de facilitar la polémica, que podía basarse en el conocimiento directo de los escritos, hizo también que algunos intelectuales griegos simpatizaran con la teología escolástica católica.
Pero ya antes de los hermanos Cidones y de sus traducciones encontramos buenos conocedores de la teología latina entre los bizantinos. Cabe mencionar en primer lugar a Nlcéforo Blemmydes (1197-1272), el representante más eminente del movimiento intelectual del siglo XIII y que tuvo como discípulos al emperador Teodoro II Láscaris y al estadista e historiador Jorge Acropolita. En la cuestión debatida sobre la procesión del Espíritu Santo, Blemmydes defendió la doctrina anti-filioque (ex solo Patre). Otra figura destacada es Juan Bekkos, patriarca de Constantinopla (Juan XI, 1275-1282), definido como el teólogo más significativo y el más experto desde el punto de vista histórico-filosófico. Era un Fociano convencido. Tuvo que abandonar por dos veces la sede patriarcal y murió en la cárcel en 1297. Su obra principal es, sin duda, Sobre la unión y la paz de las Iglesias de la antigua y de la nueva Roma; escribió también diversas Confesiones de fe.
Defensores de la doctrina fociana y rigurosamente ortodoxa fueron, en este tiempo, Germán de Constantinopla y Teodoro Láscaris. Germán II, patriarca de Constantinopla (1222-1240), pero residente en Nicea por estar la capital bizantina ocupada por los latinos, fue un polemista antilatino; escribió sobre la procesión del Espíritu Santo, sobre la cuestión de los ázimos, etc., y es autor también de un poema litúrgico sobre los siete concilios ecuménicos. El ya mencionado discípulo de Blemmydes, el emperador Teodoro II Ducas Láscaris (1254-1258), escribió también una Teología cristiana, en ocho libros. De la cuestión del Espíritu Santo, en la línea plenamente Ortodoxa-original, volvió a ocuparse en un escrito a un obispo de Calabria. Uno de sus cánones a la Virgen llegó a entrar en el Horologion bizantino. Hay que mencionar también al patriarca de Constantinopla Gregorio el Chipriota (1283-1289), contrario a la unión del concilio de Lyón. Él presidió el concilio de 1285 que rechazó oficialmente el concilio de Lyón. Polemizó con Juan Bekkos acerca de la procesión del Espíritu Santo, especialmente con su obra Tomos pisteos; en la que expuso su teoría sobre las diversas “misiones” del Espíritu Santo.
Hemos insinuado que, durante este tiempo, hubo una serie de disputas entre latinos y bizantinos, así como diversos intentos de reconciliación, o por lo menos de acercamiento, entre la Iglesia romana y la bizantina. En 1234, en pleno período de la dominación latina en Constantinopla (1204-1261), con un patriarca latino en la ciudad imperial y con el patriarca ortodoxo relegado a Nicea, se celebró un sínodo en esta última ciudad, bajo el emperador Juan III Ducas Vatatzes y el patriarca Germán II, para discutir con los latinos sobre el Filioque, al que asistieron Germán II y Nicéforo Blemmydes.
Volviendo al palamismo, y enlazando con la polémica antilatina, emerge, en la segunda mitad del siglo XIV, Nicolás Cabásilas (1322/23-ca. l397/98). Palamita convencido, amigo de Gregorio Palamás y defensor de su doctrina, llegaría a ser un maestro de la vida espiritual. Nacido en Tesalónica, emprendió una carrera política a favor de Juan VI Cantacuzeno. En 1347 acompañó a su amigo Gregorio Palamás en la toma de posesión de la sede de Tesalónica, donde parece ser que acompañó también, en 1349, al emperador. Fue íntimo amigo de Demetrio Cidones, aunque no le siguió en su actividad unionista; buen conocedor de la doctrina escolástica, defendió la genuina tradición ortodoxa de la teología sacramental tradicional y patrística, que opone a los teólogos latinos especialmente en la cuestión de la epíclesis. Sobrino del arzobispo tesalonicense Nilo Cabásilas. Buen conocedor de la teología latina, escribió en favor del palamismo y contra el Filioque, se mantuvo siempre laico, aunque pasó los últimos años de su vida retirado en un monasterio cerca de Constantinopla. Allí escribió sus obras más importantes, entre las cuales destacan: Explicación de la Divina Liturgia y La vida en Cristo. Fue canonizado por la Iglesia Ortodoxa en 1983.
En la Explicación de la Divina Liturgia expone, punto por punto, en 53 capítulos, la liturgia de san Juan Crisóstomo y ofrece algunas consideraciones teológicas en torno a la Eucaristía. Los capítulos 27-31, sobre la epíclesis y la acción santificadora del Espíritu Santo en la transformación de los dones eucarísticos, con alusiones a las objeciones y a los usos de los latinos, son de una riqueza particular para comprender la plegaria eucarística o anáfora. De hecho, esta obra de Cabásilas viene a ser el primer documento en que la epíclesis aparece explícitamente como una cuestión pendiente entre latinos y griegos. Cabásilas sitúa la consagración del pan y del vino en la doble perspectiva de la θεολογια y de la οικονομια. Esto le lleva a conferir a las palabras de la institución una eficacia real, pero subordinada a la oración de la epíclesis. La teoría cabasiliana sobre la epíclesis será la que expondrán los delegados ortodoxos al concilio de Florencia. Los padres del concilio de Trento la consultarán para conocer la fe de los ortodoxos en la Eucaristía, y teólogos católicos del siglo XVII, tales como Bossuet o Arnaud, se basarán en el realismo sacramental de Cabásilas para refutar las interpretaciones más simbólicas de los protestantes; su noción de sacrificio eucarístico será elogiada en gran manera, en el siglo XX, por teólogos de la Eucaristía como el célebre De la Taille.
En La vida en Cristo (dividida en siete libros) Cabásilas expone lo que se realiza en el hombre por medio de los sacramentos (bautismo, crismación y, especialmente, Eucaristía; con un capítulo sobre la consagración del altar). Cuando describe las diferentes fases de la vida humana, expresa y subraya su íntimo convencimiento de que el término de toda existencia concreta es la vida bienaventurada, a saber, la “cristificación.” Es una obra de alto valor teológico y de profunda piedad, la más importante de Cabásilas, con repercusión incluso fuera del mundo ortodoxo.
Antes que Constantinopla, Tesalónica caía bajo el yugo turco (1430). Justo el año anterior moría su metropolita, san Simeón De Tesalónica (+ 1429), una figura espiritual de relieve (aunque desconocida en Occidente) de la Iglesia bizantina. Autor de muchas obras de carácter litúrgico, Simeón aparece como un verdadero mistagogo. No es un simple transmisor de la herencia anterior, sino que da un nuevo impulso de vida a una espiritualidad litúrgica por otra parte siempre viva. Y, por encima de sus inmediatos predecesores, enlaza con Máximo el Confesor y con el Pseudo-Dionisio. Y como todos sus predecesores, Simeón concibe la mistagogia como una iniciación a las realidades espirituales, significadas por los ritos litúrgicos. Por ello sus comentarios describen en primer lugar el rito en sí mismo, para explicar luego su significación. La interpretación espiritual de los ritos sigue una doble dirección: primero desarrolla ante los ojos las grandes etapas de la historia de la salvación; luego introduce en la contemplación de las realidades inteligibles.
En las discusiones del concilio de Florencia (1438-1439), la parte ortodoxa fue representada sobre todo por Marcos Eugenikós, metropolita de Éfeso desde 1437, y por Jorge Skolarios, por entonces laico. Marcos Eugenikós (1392-1445), llegó al concilio con esperanzas por la unión, pero fue perdiendo estas esperanzas al constatar que predominaban las herejía latina. Por esto se negó firmemente a firmar el decreto de unión. Cabeza visible de los anti-latinos, fue canonizado por la Iglesia Ortodoxa. Sus obras versan sobre cuestiones polémicas con los latinos, pero también sobre el palamismo, y son suyas también diversas composiciones litúrgicas. Jorge Skolarios (1405-d.l472), que llegaría a ser el primer patriarca de Constantinopla bajo el dominio turco (1453-1456), fue el heredero espiritual de Marcos Eugenikós. Abandonó el concilio antes de su conclusión y, por lo mismo, no firmó el decreto de unión. Sus numerosos escritos teológicos son principalmente polémicos, contra los latinos y contra los antipalamitas. También escribió, dirigida a los musulmanes, una exposición de la fe cristiana.
http://www.diakonima.gr/2010/04/20/teologia-bizantina-medieval/
El Señor nos quiere como a sus hijos y Su amor es mas fuerte, que el amor de una madre, porque la misma madre puede olvidar a su criatura, y solo Dios nunca nos olvida. Y si el Mismo Dios no hubiera dado el Espíritu Santo al pueblo ortodoxo y a nuestros grandes pastores, nosotros no podríamos saber la grandeza de Su amor. El Señor tanto nos quiere, que se personifico y derramo Su sangre por nosotros y nos dio Su Cuerpo y Sangre, y así nos hicimos Sus hijos, que como hijos se parecen físicamente a su padre, no importa la edad, y el Espirito Divino testimonia a nuestro espíritu, que nosotros estaremos eternamente con Él.
Santo Siluan el Athonita

Saint Antony of Egypt
Continuación de la (5)
Nadie dará a uno más que a otro.
Si se trata de los débiles, el prepósito irá a ver a los servidores de los enfermos y recibirá de ellos lo que les sea necesario.
Si el enfermo es uno de los servidores de mesa, no tendrá permiso para entrar en la cocina o en la despensa con el fin de retirar cualquier cosa. Serán los otros servidores los que le darán lo que vean que necesita. No le estará permitido el cocinar para sí lo que desee, sino que los prepósitos recibirán de los otros sirvientes lo que ellos juzguen que le es necesario.
Nadie entrará a la enfermería sin estar enfermo. El que cayere enfermo será conducido por el prepósito de su casa a la enfermería. Si necesita un manto o una túnica u otras cosas como vestidos o comida, será el prepósito quien las recibirá de manos de los servidores y las dará de inmediato al enfermo.
Un enfermo no podrá entrar en el lugar de los que comen, ni consumir lo que desee, sin haber sido conducido allí para comer por el servidor encargado de este oficio. No le estará permitido llevar a su celda nada de lo que haya recibido en la enfermería, ni siquiera una fruta.
Los que cocinan servirán cada uno por turno a los que están a la mesa.
Ninguno recibirá vino o caldo fuera de la enfermería.
Si alguno de los que son enviados de viaje cae enfermo en el camino o sobre un barco y tiene necesidad o desea tomar caldo de pescado u otras cosas que se comen habitualmente en el monasterio, no comerá con los otros hermanos sino aparte, y los que sirven le darán con abundancia, para que ese hermano enfermo no sea contristado en nada.
Nadie osará visitar a un enfermo sin permiso del superior. Ni aún alguno de sus parientes o de sus hermanos podrá servirlo sin orden del prepósito.
Si alguno transgrede o descuida alguna de estas prescripciones, será corregido con la reprimenda habitual.
Si alguno se presenta a la puerta del monasterio con la voluntad de renunciar al mundo y ser contado entre los hermanos, no tendrá la libertad de entrar. Se comenzará por informar al padre del monasterio. El candidato permanecerá algunos días en el exterior, delante de la puerta. Se le enseñará el Padrenuestro y los salmos que pueda aprender. El suministrará cuidadosamente las pruebas de lo que motiva su voluntad (de ingresar). No sea que haya cometido alguna mala acción y que, turbado por el miedo, haya huido sin demora hacia el monasterio; o que sea esclavo de alguien. Esto permitirá discernir si será capaz de renunciar a sus parientes y menospreciar las riquezas. Si da satisfacción a todas estas exigencias, se le enseñará entonces todas las otras disciplinas del monasterio, lo que deberá cumplir y aquello que deberá aceptar, ya sea en la sinaxis que reúne a todos los hermanos, en la casa o dónde fuera enviado o en el refectorio. Así instruido y consumado en toda obra buena, podrá estar con los hermanos. Entonces será despojado de sus vestidos del siglo y revestido con el hábito de los monjes. Después será confiado al portero que, en el momento de la oración, lo llevará a la presencia de todos los hermanos y lo hará tomar asiento en el lugar que se le haya asignado. Los vestidos que trajo consigo serán recibidos por los encargados de este oficio, guardados en la ropería y a disposición del padre del monasterio.
Nadie que viva en el monasterio podrá recibir a alguien en el refectorio; pero le enviará al portero de la hospedería para que sea recibido por los que están encargados de ese oficio.
Cuando lleguen personas a la puerta del monasterio, si se trata de clérigos o de monjes, serán recibidos con muestras del más grande honor. Se les lavará los pies, según el precepto evangélico (Jn 13) y se los conducirá a la hospedería donde se les suministrará todo lo que conviene al uso de monjes. Si, en el momento de la oración o de la sinaxis, desearan participar en la reunión de los hermanos, si pertenecen a la misma fe, el portero o el servidor de la hospedería lo advertirá al padre del monasterio; seguidamente podrán ser conducidos a la oración.
Si son seglares, enfermos o personas más frágiles (1 P 3,17), nos referimos a las mujeres, los que se presentan a la puerta, se los recibirá en lugares diferentes, según su sexo y las directivas del prepósito. Sobre todo las mujeres serán tratadas con mayor respeto, atención y temor de Dios. Se les dará alojamiento totalmente separado de los hombres, a fin de no suscitar malos propósitos. Y aún si llegaran por la tarde, estaría mal el despedirlas. En este caso se las recibirá en el alojamiento separado y cerrado de que hemos hablado, con toda la disciplina y todas las precauciones requeridas para que la multitud de los hermanos se puedan ocupar libremente en sus trabajos y no se dé motivo para que nadie sea denigrado.
Si alguno se presenta a la puerta del monasterio, pidiendo ver a su hermano o a un pariente, el portero avisará al padre del monasterio, éste llamará al jefe de la casa y le preguntará si el hermano pertenece a ella, y, con su permiso, el hermano recibirá para esta circunstancia un compañero seguro y lo enviará a ver a su hermano o pariente. Si por casualidad éste le ha llevado algunos alimentos de los que está permitido comer en el monasterio, no podrá recibirlos directamente sino que llamará al portero que recibirá el regalo. Si se trata de cosas para comer con pan, no se darán a aquel a quien son ofrecidas, sino que serán para la enfermería. Pero si se tratara de golosinas o frutas, se las dará el portero para que pueda comerlas y el resto lo llevará a la enfermería. El portero no podrá comer nada de lo que se ha recibido. Retribuirá al donante con coles, panes o un poco de legumbres.
Aquel a quien hayan regalado los alimentos de que hemos hablado, los que son traídos por parientes o allegados y que se comen con pan, será llevado por su prepósito a la enfermería y allí comerá de ellos una sola vez. Lo que quede estará a disposición del servidor de los enfermos, pero no para sus necesidades personales.
Cuando avisen que está enfermo uno de los parientes o allegados de los hermanos que allí viven, el portero avisará primero al padre del monasterio. Este llamará al prepósito de la casa a que pertenece el hermano, lo interrogará, y juntos pensarán en un hombre de confianza y observancia a toda prueba y lo enviarán con el hermano a visitar al enfermo. (Para el viaje) llevarán la cantidad de víveres que haya dispuesto el jefe de la casa. Si la necesidad los obliga a permanecer más tiempo (de lo previsto) fuera del monasterio y a comer con sus padres y parientes, no consentirán en ello, antes bien, irán a una iglesia o monasterio de la misma fe. Si los parientes o conocidos les preparan u ofrecen alimentos, no los aceptarán o comerán a menos que sean los mismos que se comen habitualmente en el monasterio. No probarán salmuera, ni vino, ni otra cosa fuera de las que están habituados a comer en el monasterio. Cuando hayan aceptado alguna cosa de sus parientes, comerán sólo lo suficiente para el viaje, el resto lo darán a su jefe de casa que lo llevará a la enfermería.
Si muere el padre o el hermano de alguno, este no podrá asistir a las exequias a menos que el padre del monasterio se lo permita.
Nadie será enviado solo para tratar un asunto fuera del monasterio, sino que se le dará un compañero.
Y al regresar al monasterio, si encuentran delante de la puerta a alguno que pide ver a alguien del monasterio conocido suyo, no se permitirán ir en su busca, comunicárselo o llamarlo. Y no podrán contar nada en el monasterio de lo que hayan hecho o visto en el exterior.
Cuando se dé la señal de salir a trabajar, el jefe de la casa marchará delante de los hermanos y ninguno se quedará en el monasterio sin que el padre del monasterio se lo haya prescrito. Los que salen para el trabajo no preguntarán a dónde van.
Cuando se reúnan todas las casas, el jefe de la primera marchará delante de todos y los demás según el orden de las casas y de los individuos. No hablarán, sino que cada uno meditará luego algún pasaje de la Escritura. Si ocurre que alguien, al encontrarse con los hermanos desea hablar a uno, se adelantará el portero del monasterio que está encargado de ese oficio y le responderá. De él se servirán como intermediario. Si no estuviera allí el portero, el jefe de la casa o algún otro que haya recibido orden para ello, responderá a los que se encuentren con los hermanos.
Durante el trabajo los hermanos no proferirán ninguna palabra mundana; meditarán en las cosas santas o, al menos, guardarán silencio.
Que nadie tome consigo su manto de lino para ir al trabajo, a menos que el superior se lo haya permitido. En principio, nadie vestirá su manto cuando anda por el monasterio después de la sinaxis.
Nadie se sentará durante el trabajo sin orden del superior.
Si los que guían a los hermanos por el camino tienen necesidad de enviar a alguien para un negocio cualquiera, no lo podrán hacer sin orden del prepósito. Y si el mismo que conduce a los hermanos se ve constreñido a ir a algún sitio, confiará sus obligaciones al que, según el orden viene después de él.
Si los hermanos enviados a trabajar en el exterior del monasterio deben comer fuera de él, un semanero los acompañará para darles los alimentos que no necesitan cocción y para distribuirles el agua, como se hace en el monasterio.
Nadie podrá levantarse para sacar y beber agua.
Al volver al monasterio (de sus trabajos) lo harán en el orden que les corresponde a cada uno por su rango. Y al retornar a sus casas, los hermanos devolverán los útiles, y su calzado al segundo después del jefe de la casa. Por la tarde éste los llevará a una celda separada donde los guardará.
Al terminar la semana, todos los útiles serán llevados y ordenados en una sola casa para que los que toman su turno de semana sepan lo que suministrarán a cada casa.
Ningún monje lavará las túnicas y todo lo que compone su ajuar en otro día que no sea el domingo, excepto los marinos y los panaderos.
No se irá a lavar la ropa si no ha sido dada la orden para todos; seguirán a su prepósito; el lavado se realizará en silencio y ordenadamente.
Al lavar la ropa, nadie remangará sus vestidos más de lo permitido. Terminado el lavado todos regresarán al mismo tiempo. Si alguno está ausente o en el monasterio, dará aviso a su prepósito que enviará con él a otro hermano; una vez que haya lavado sus vestidos, volverá a su casa.
Los hermanos recogerán las túnicas a la tarde cuando ya estén secas, y las darán al segundo (es decir, al que sigue en orden al prepósito), quien las remitirá a la ropería. Pero si no están secas, se las tenderá al sol al día siguiente hasta que lo estén. No se las dejará expuestas al rayo del sol más tarde de la tercera hora. Después de haberlas recogido se las ablandará ligeramente. No serán guardadas por los hermanos en sus celdas, las entregarán para que estén ordenadas en la ropería hasta el sábado.
Nadie tomará legumbres del jardín; las recibirán de manos del jardinero.
Nadie recogerá por propia iniciativa las hojas de palmera que sirven para trenzar las cestas; salvo el encargado de las palmeras.
Que nadie coma uvas o espigas que no estén todavía maduras, esto por el cuidado de conservar el buen orden en todas las cosas. Y en general, que nadie coma en privado lo que encuentra en los campos o en los huertos, antes de que los productos sean presentados a todos los hermanos juntos.
El que cocina no comerá antes que los hermanos.
El que tiene a su cuidado las palmeras, no comerá de sus frutos antes que los hayan gustado los hermanos.
Los que hayan recibido la orden de cosechar los frutos de las palmeras, recibirán, cada uno de su prepósito, en el lugar mismo del trabajo, algunos frutos para comer, y cuando hayan vuelto al monasterio, recibirán su parte como los demás.
Si encuentran frutos caídos de los árboles no tendrán el descaro de comerlos, y los que encuentren en el camino los colocarán al pie de los árboles. El que distribuye los frutos a los trabajadores no podrá comer de ellos. Los llevará al ecónomo que le dará su parte en el momento de la distribución a los demás hermanos.
Nadie almacenará comida en su celda, salvo lo que haya recibido del ecónomo.
Con respecto a los panecillos que los jefes de casa reciben para darlos a los que no quieren comer en el refectorio común con los hermanos, porque se entregan a una abstinencia más austera, cuidarán los prepósitos de dárselos sin hacer acepción de personas, ni aún con los que parten de viaje. No los colocarán en un lugar común porque entonces cada uno podría servirse cuanto quisiere. Los darán a cada hermano en su celda, respetando el orden y la periodicidad con que quieren comer. Con estos panes, los hermanos no comerán otra cosa que sal.
Los alimentos se cocinarán solamente en el monasterio y en la cocina. Si los hermanos salen al exterior, es decir, si van a trabajar en los campos, recibirán legumbres sazonadas con sal y vinagre. En verano estas legumbres serán preparadas en cantidad abundante para que sea suficiente (alimento) en los prolongados trabajos.
Nadie tendrá en su casa o en su celda otra cosa que lo que prescribe en general la regla del monasterio. Por lo tanto, los hermanos no tendrán ni túnica de lana, ni manto, ni una piel más suave – la del cordero que todavía no haya sido esquilado -, ni dinero, ni almohadas de pluma para la cabeza, ni otros efectos. No tendrán sino lo que el padre del monasterio distribuye a los jefes de casa, es decir, dos túnicas, más otra gastada por el uso, un manto suficientemente amplio como para envolver el cuello y la espalda, una piel de cabra que se prenda al costado, calzado, dos cogullas, y un bastón. Todo lo que encuentren además de esto lo suprimirán sin protestar.
Nadie tendrá a su uso particular una pincita para quitar de sus pies las espinas que se clave al caminar. Ella está reservada a los jefes de casa y a sus segundos; se la enganchará en la ventana sobre la que se colocan los libros.
Si alguno pasa de una casa a otra, no podrá llevar consigo sino lo que más arriba dijimos.
Nadie podrá ir a los campos, circular por el monasterio o pasearse fuera de su recinto sin haber pedido y obtenido el permiso del jefe de la casa.
Es necesario cuidar que nadie lleve y traiga cuentos de una casa a otra, o de un monasterio a otro, o del monasterio a los campos, o de los campos al monasterio.
Si un hermano está de viaje, por tierra o por barco, o trabaja en el exterior, no contará en el monasterio lo que haya visto hacer fuera de él.
Dormirán siempre sobre la banqueta recibida para el caso, ya sea en la celda, sobre las terrazas (donde se reposa de noche para evitar los grandes calores), o en los campos.
Cuando se hayan instalado para dormir no hablarán con nadie. Si después de estar acostados se despiertan durante la noche y tienen sed, si es día de ayuno no se permitirá beber.
Fuera de la estera no se extenderá absolutamente nada sobre la banqueta.
Está prohibido entrar en la celda del vecino sin haber golpeado primero a la puerta.
No irán a comer sin haber sido convocados por la señal general. No se circulará por el monasterio antes de que se haya dado la señal.
Que nadie camine por el monasterio para ir a la sinaxis o al refectorio, sin su cogulla y su piel de cabra.
No se podrá ir a la tarde a untarse y suavizarse las manos después del trabajo sin la compañía de un hermano. Nadie ungirá su cuerpo enteramente, salvo en caso de enfermedad; ni se bañará o lavará completamente con agua sin estar manifiestamente enfermo.
Nadie podrá bañar o ungir a un hermano sin haber recibido orden para ello.
Que nadie hable a su hermano en la oscuridad.
Que nadie duerma con otro hermano sobre la misma estera.
Que nadie retenga la mano de otro.
Cuando los hermanos estén de pie, caminando, o sentados, habrá siempre entre ellos la distancia de un codo.
Nadie se permitirá sacar una espina del pie a otro, excepto el jefe de la casa, su segundo, o aquel que haya recibido tal orden.
Nadie se cortará el cabello sin orden del superior.
No estará permitido intercambiarse las cosas que recibieron del prepósito. Que no se acepte algo mejor a cambio de algo menos bueno. E inversamente, que no se dé algo mejor a cambio de algo menos bueno. En lo que concierne a los vestidos y los hábitos, no se procurarán nada que sea más nuevo que lo que poseen los otros hermanos, por motivo de elegancia.
Todas las pieles serán ajustadas y se prenderán en la espalda. Todas las cogullas de los hermanos llevarán la marca del monasterio y la de su casa.
Que nadie deje su libro abierto al ir a la iglesia o al refectorio.
Los libros que a la tarde se vuelven a colocar bajo la ventana, es decir, en el hueco del muro, estarán bajo la responsabilidad del segundo, que los contará y guardará según la costumbre.
Nadie irá a la sinaxis o al refectorio calzado o cubierto con su manto de lino, ya sea en el monasterio o en los campos.
El que dejare su ropa expuesta al sol más allá de la hora sexta en que los hermanos son llamados al refectorio, será reprendido por su negligencia. Y si alguno quebranta por desprecio una de las reglas mencionadas, será corregido con un castigo proporcional.
Nadie se permitirá ungir su calzado u ocuparse de cualquier objeto, a no ser el jefe de la casa y el que haya recibido la carga de esta tarea.
Si un hermano se ha hecho daño o se ha herido, pero no tiene necesidad de guardar cama, si camina con dificultad y necesita algo – una prenda, un manto, u otra cosa que le pueda ser útil -, su jefe de casa irá a los encargados de la ropería y tomará lo necesario.
Cuando el hermano se haya curado devolverá sin demora lo recibido.
Nadie recibirá nada de otro hermano sin orden del prepósito.
Nadie dormirá en una celda cerrada con llave, ni tendrá una celda en la que pueda encerrarse con cerrojo, a menos que el padre del monasterio haya dado ese permiso a un hermano en razón de su edad o de sus enfermedades.
Que nadie vaya a la granja sin haber sido enviado, salvo los pastores, los boyeros o los cultivadores.
Que dos hermanos no monten juntos a un asno en pelo, ni se sienten sobre el pértigo de un carro.
Si alguien monta un asno sin estar enfermo, se apeará de él delante de la puerta del monasterio, luego marchará delante de su asno teniendo las riendas en la mano.
Sólo los prepósitos irán a los diferentes talleres para recibir allí lo que les es necesario. No podrán ir después de la hora sexta, en que los hermanos son llamados al refectorio, a menos que haya necesidad urgente; en este caso, se enviará un semanero al padre del monasterio para advertírselo y darle a conocer lo que urge.
En general, sin orden del superior, nadie se permitirá entrar en la celda de otro hermano.
Nadie reciba nada en préstamo, ni aún de su hermano según la carne.
Que nadie coma cosa alguna dentro de su celda, ni siquiera una fruta habitual u otros alimentos del mismo género, sin el permiso de su prepósito.
Si el jefe de una casa está de viaje, otro prepósito, perteneciente a la misma nación y a la misma tribu, llevará la carga del que se va. Usará de sus poderes y se ocupará de todo con solicitud. En cuanto a la catequesis de los dos días de ayuno, dará una en su casa, y la otra en la casa de aquel a quien reemplaza.
Hablemos ahora de los panaderos. Cuando viertan el agua en la harina y cuando amasen la pasta, nadie hablará a su vecino. Por la mañana, cuando transporten los panes sobre las planchas al horno y a los fogones, guardarán el mismo silencio y cantarán salmos o pasajes de la Escritura hasta que hayan acabado su trabajo. Si tienen necesidad de alguna cosa, no hablar n, sino que harán una señal a los que pueden suministrarles aquello de que tienen necesidad.
Cuando se dé a los hermanos la señal de amasar la pasta, nadie permanecerá en el lugar donde se cocinan los panes. Fuera de aquellos que bastan para la cocción y que han recibido orden de hacerla, nadie permanecerá en el lugar donde se hornea.
En lo que concierne a los barcos, la norma a seguir es la misma.
Sin orden del padre del monasterio nadie soltará una embarcación de la orilla, ni tan sólo un botecito. Que nadie duerma en la sentina ni en cualquier otro lugar dentro de la barca; los hermanos reposarán sobre el puente. Y nadie tolerará que los seglares duerman con los hermanos en la embarcación.
No navegarán con ellos las mujeres, a menos que el padre del monasterio lo haya permitido.
Nadie se permitirá encender fuego en su casa sin que puedan hacerlo todos.
Tanto el que llegare tarde, después de la primera de las seis oraciones de la tarde, como el que hubiere cuchicheado con su vecino o reído a escondidas, hará penitencia según la forma establecida, durante el resto de las oraciones.
Cuando los hermanos estén sentados en sus casas, no les estará permitido decir palabras mundanas. Y si el prepósito enseña alguna palabra de la Escritura, la repetirán entre ellos cada uno a su turno, y se aprovecharán de lo que cada uno haya aprendido y retenido de memoria.
Cuando estén aprendiendo cualquier cosa de memoria, nadie trabajar, ni sacará agua, ni trenzará cuerdas, hasta que el prepósito haya dado orden para ello.
Nadie tomará por sí mismo los juncos puestos a remojar por los trabajadores, si el servidor de semana no se los da.
El que rompiera un vaso de arcilla o hubiera remojado tres veces los juncos, hará penitencia durante las seis oraciones de la tarde.
Después de las seis oraciones, cuando todos se separan para ir a dormir, nadie podrá salir de su celda, salvo en caso de necesidad.
Cuando un hermano se haya dormido en el Señor, la comunidad de los hermanos lo acompañará. Nadie permanecerá en el monasterio sin orden del superior. Nadie salmodiará si no se lo han mandado. Nadie agregará otro salmo al que acabó de recitar, sin el consentimiento del superior.
En caso de duelo, no se salmodiará de a dos; no se llevará el manto de lino.
Que nunca se abstenga un hermano de responder al que salmodia, sino que todos los hermanos estarán concordes en una misma postura y en una sola voz.
El que se encuentre enfermo durante un entierro, será sostenido por un servidor.
En general, a cualquier lado que los hermanos sean enviados, irán con ellos uno de los servidores de semana para asistir a los enfermos, en el caso de que el mal los sorprenda de viaje o en los campos.
Que nadie marche delante del prepósito y del conductor de los hermanos.
Que nadie se aparte de su fila. Si alguno pierde alguna cosa será castigado públicamente delante del altar; si lo que perdió formaba parte de su ajuar, estará tres semanas sin recibir lo que extravió, pero a la cuarta semana, después de haber hecho penitencia, recibirá un efecto semejante al que perdió.
El que encuentre cualquier objeto, lo suspenderá durante tres días delante del lugar donde los hermanos celebran la sinaxis, para que el que lo reconozca como de su uso pueda tomarlo.
Los jefes de las casas bastarán para reprender y exhortar sobre las materias que hemos indicado y establecido. Pero si se encontraren delante de una falta que no hubiéramos previsto, la referirán al padre del monasterio.
El padre del monasterio es el único que podrá juzgar del asunto; y será su decisión la que regirá todos los casos nuevos. (Traducción conjetural.)
Todo castigo se cumplirá así: los que sufran una corrección estarán sin cinto y permanecerán de pie durante la gran sinaxis y en el refectorio.
El que haya abandonado la comunidad de los hermanos y luego haya regresado, no volverá a su lugar, después de haber hecho penitencia, sin orden del superior.
Lo mismo establecemos para el jefe de la casa y el ecónomo: si una noche salen a dormir fuera, lejos de los hermanos, pero se arrepienten y vuelven a la asamblea de ellos, no les estará permitido ni entrar en sus casas, ni ocupar sus lugares sin que medie orden del superior.
Que los hermanos sean seriamente constreñidos a repasar entre ellos todas las enseñanzas que hayan escuchado en la reunión común, sobre todo en los días de ayuno en que sus prepósitos dan la catequesis.
Al recién llegado al monasterio se le enseñará primeramente lo que debe observar; luego, cuando después de esta primera instrucción haya aceptado todo, se le indicará que aprenda veinte salmos, o dos epístolas del Apóstol, o una parte de otro libro de la Escritura.
Si es analfabeto, irá, a la primera, a la tercera y a la sexta hora, a encontrarse con aquel que puede enseñarle y que fue designado para ello. Se mantendrá de pie delante de él y aprenderá con la más grande atención y gratitud. Seguidamente se le escribirá las letras y las sílabas, los verbos y los sustantivos, y se le forzará a leer aunque rehuse hacerlo.
En general, nadie en el monasterio quedará sin aprender a leer y sin retener en su memoria algo de las Escrituras, como mínimo el Nuevo Testamento y el Salterio.
Que nadie encuentre pretextos para no ir a la sinaxis, a la salmodia o a la oración.
No dejarán pasar el tiempo de la oración y de la salmodia cuando, por cualquier asunto, se hallen navegando o en el monasterio, en los campos o de camino.
Hablemos finalmente del monasterio de vírgenes.
Que nadie vaya a visitarlas, a menos que tenga allí a su madre, a una hermana, a una hija, parientes o primas o a la madre de sus hijos.
Si es necesario que aquellos que no han renunciado al mundo ni ingresado al monasterio vean a las vírgenes, necesidad ésta causada por la muerte del padre (a cuya herencia ellas tienen derecho), o bien por otro motivo incontestable, se enviará con los visitantes a un hombre de edad y de virtud probada. Juntos las verán y regresarán.
Por tanto, que nadie vaya a ver a las vírgenes, excepto aquellos de que hemos hablado más arriba. Y cuando vayan a visitarlas, lo harán saber primeramente al padre del monasterio, éste los enviará a los ancianos que han recibido el ministerio de las vírgenes. Los ancianos irán con ellos a visitar a las vírgenes que tienen necesidad de ver, con toda la disciplina que exige el temor de Dios. Cuando las vean no hablarán de cosas seculares.
Cualquiera que quebrante una de estas disposiciones, hará penitencia pública sin demora alguna, en razón de su negligencia y menosprecio, para poder entrar en posesión del reino de los cielos.
http://www.diakonima.gr/2009/09/03/antigua-literatura-monastica-6/

Sé por experiencia propia, que en esta vida la gente se divide en dos categorías. No hay una tercera: cada hombre pertenece a una categoría o a la otra. Una categoría se parece a la de la mosca. La mosca tiene esta particularidad, que siempre se posa sobre algo sucio. P. ej., si en el jardín hay muchas flores perfumadas y en un rincón del jardín un animal hizo sus necesidades, la mosca cruza todo el hermoso jardín sin posarse en ninguna flor. Solo cuando ve la suciedad, baja y se posa, comienza a removerla, deleitándose con el hedor, y no puede separarse.
Si ella pudiera hablar, y uno, agarrándola, le preguntara si sabe donde están las rosas en el jardín, ella contestaría que no sabe de que se trata. Diría — "yo se donde hay basura, baños, suciedad de animales, lodo..." De manera semejante, en la vida, hay gente parecida a la mosca. Esta categoría de gente aprendió a pensar negativamente y en todo ve lo malo, no viendo e ignorando todo lo bueno.
Otra categoría de gente se parece a la abeja. La particularidad de la abeja es encontrar y posarse sobre lo hermoso y dulce. Digamos, p. ej., que en un ambiente sucio, en un rincón, alguien puso un jarrón con una flor. Si la abeja entra volando ahí, dejará de lado todo lo sucio sin posarse, y encontrando la flor se posará en ella..
Si tomas a esta abeja y le preguntas donde está el lugar de la basura, ella contestará que no notó nada, pero ahí están las dalias, y ahí las rosas, mas lejos — las violetas, allí la miel y mas allá el azúcar... ella resultará una conocedora de todo lo bueno y no tendrá ni idea de lo malo. Las buenos reflexiones piensan y ven lo bueno.
Así que el hombre se encuentra en la categoría o de moscas, o de abejas.
Y el Santo concluyó: — "Cuando vienen a mi y comienzan a acusar a otros, les relato ese ejemplo y propongo elegir en que categoría quieren ubicarse, y de acuerdo a esto definir también a los que los acusan.
Santo Paisio del Monte Athos
San Jeronimo. Painting of Michelangelo Merisi da Caravaggio 1571–1610
Continuación de la (4)
Regla de San Pacomio.
Prefacio de San Jerónimo.
Por afilada y centelleante que sea una espada, terminará por cubrirse de herrumbre y perder el esplendor de su belleza si permanece durante mucho tiempo en la vaina. Es por esto que, cuando me encontraba afligido por la muerte de la santa y venerable Paula (en esto no obraba yo en contraposición con el precepto del Apóstol, antes bien, aspiraba ardientemente que fuera consolado el gran número de aquellos a quienes su muerte había privado de sostén), acepté recibir los libros que me enviaba el hombre de Dios, el sacerdote Silvano. El mismo los había recibido de Alejandría con el fin de dármelos para traducir. Ya que, según me dijo, en los monasterios de la Tebaida y en el monasterio de Metanoia (este es el monasterio de Canope, cuyo nombre ha sido felizmente reemplazado por un término que significa “conversión”), viven muchos latinos que ignoran el copto y el griego, lenguas en las que han sido escritas las Reglas de Pacomio, Teodoro y Orsisio. Estos hombres son los que pusieron los cimientos de los “Coenobia” en la Tebaida y en Egipto, según la orden de Dios y de un ángel enviado por El con este designio.
Después de haber guardado un largo silencio durante el cual tascaba mi dolor, fui urgido a ponerme a trabajar por el sacerdote Leoncio y otros hermanos enviados a mí para eso. Así, después de hacer venir a un secretario, dicté en nuestra lengua las reglas que habían sido traducidas del copto al griego. Hice esto por obedecer no diré a las súplicas sino a las órdenes de estos grandes hombres, como también para romper mi prolongado silencio bajo auspicios favorables; como decían ellos: yo volvía a mis antiguos trabajos y también procuraba una satisfacción al alma de esta santa mujer que no había cesado de arder en el amor por la vida monástica y de meditar sobre la tierra lo que debía contemplar en el cielo; además, la venerable virgen de Cristo, su hija Eustoquia, tendría de dónde suministrar reglas de conducta a sus hermanas, y nuestros hermanos seguirían los ejemplos de los monjes egipcios, quiero decir de Tabennesis .
Estos monjes tienen en cada monasterio padres, ecónomos, hebdomadarios, oficiales subalternos y jefes de familia, que son los prepósitos. Cada casa reúne alrededor de cuarenta hermanos que deben obedecer a su prepósito. Según el número de hermanos, un monasterio cuenta con treinta o cuarenta casas que están unidas en tribus o grupos de tres o cuatro. Los que viven en estos grupos van juntos al trabajo y se suceden por rotación en el servicio semanal.
El que entró primero al monasterio, ocupa también el primer lugar al sentarse, caminar, salmodiar, comer y recibir la comunión en la iglesia. No es la edad de los hermanos la que se tiene en cuenta sino la fecha de su profesión.
En sus celdas no tienen más que una estera y los objetos siguientes: dos túnicas (especie de vestido egipcio sin mangas) y una tercera ya usada que usan para dormir o trabajar, un manto de lino, una piel de cabra a la que llaman melota, dos cogullas, un pequeño cinto de lino, calzado y un bastón como compañero de viaje.
Los enfermos son restablecidos gracias a cuidados admirables y comidas copiosas. Los que se hallan en buena salud se benefician de una abstinencia más severa; ayunan dos veces por semana, los miércoles y viernes, salvo durante el tiempo que va de Pascua a Pentecostés. Los demás días, los que lo desean comen después de la hora sexta y a la tarde se vuelve a poner la mesa a causa de los que trabajan, de los ancianos, de los niños y del intensísimo calor. Algunos comen poco la segunda vez, otros se contentan con una sola comida: el almuerzo o la cena. Algunos toman sólo un poco de pan y salen del refectorio. Todos comen al mismo tiempo. Cuando alguno no quiere ir a la mesa, recibe en su celda solamente pan, agua y sal, todos los días o día por medio según lo desee.
Los hermanos que practican un mismo arte son congregados en una casa bajo la autoridad de un prepósito. Por ejemplo: los que tejen el lino son reunidos en un grupo, los que hacen las esteras constituyen una sola familia. Lo mismo pasa con los sastres, los que fabrican las carretas, los obreros, los zapateros; estos grupos están gobernados cada uno por su prepósito, y cada semana dan cuenta de sus trabajos al padre del monasterio .
Los padres de todos los monasterios tienen un solo jefe que habita en el monasterio de Pbow .En pascua, todos, excepto aquellos cuya presencia es indispensable en sus monasterios, se reúnen en torno a él, de modo que casi cincuenta mil hombres celebran juntos la fiesta de la Pasión del Señor.
En el mes de Mesorí, es decir, en agosto, a ejemplo de la remisión del año jubilar (Lev 25) hay días en que a todos les son perdonados los pecados y en los que se reconcilian los que han tenido cualquier altercado. Luego se designan los jefes, los ecónomos, los prepósitos, los oficiales subalternos de los diferentes monasterios según sus necesidades.
Los de la Tebaida dicen todavía que Pacomio, Cornelio y Syro (este último vive aún y según cuentan tiene más de 110 años), aprendieron de boca de un ángel un lenguaje misterioso que les permite escribirse y comunicarse con la ayuda de un alfabeto espiritual, insinuando bajo ciertos signos y símbolos, sentidos escondidos. Hemos traducido a nuestra lengua estas cartas, que también han sido leídas entre los monjes coptos y griegos, y cuando encontramos esos mismos signos (del alfabeto místico) los hemos copiado.
Hemos imitado la simplicidad de la lengua copta movidos por el cuidado de dar una interpretación fiel, no fuera que una traducción pedante hiciera concebir una idea falsa de esos hombres apostólicos, completamente impregnados de la gracia del Espíritu. En cuanto a las otras cosas que están contenidas en sus tratados, no he querido exponerlas para que aquellos a los que deleite el amor de la santa “Koinonía” las aprendan en sus autores y beban en la fuente misma en lugar de hacerlo en los arroyos que de ella nacen.
Prescripciones de nuestro Padre Pacomio.
I.
El que viene por primera vez a la sinaxis de los santos, será introducido por el portero como se acostumbra, el cual lo acompañará desde la puerta del monasterio y lo hará tomar asiento en la asamblea de los hermanos; no le será permitido cambiar de lugar, ni modificar su rango; esperará que el oikiakos, es decir: el prepósito de la casa, lo instale en el puesto que le conviene ocupar.
Se sentará con todo decoro y modestia, poniendo debajo suyo la parte inferior de su piel de cabra que se ata sobre el hombro, y cerrando cuidadosamente su vestido, es decir la túnica de lino sin mangas, de manera que tenga las rodillas cubiertas.
Cuando se oiga la voz de la trompeta que llama a la sinaxis, en el mismo momento saldrán de la celda, meditando un pasaje de las Escrituras hasta llegar a la puerta del lugar de la sinaxis.
Cuando vayan a la iglesia para tomar el lugar en el que deben estar sentados o de pie, tendrán cuidado de no aplastar los juncos remojados y preparados para el tejido de las cuerdas, no sea que la negligencia de uno ocasione algún daño, aunque fuera mínimo, al monasterio.
A la noche, cuando se haga oír la señal, no te demores junto al fuego que se enciende habitualmente para calentar el cuerpo y defenderse del frío.
No permanezcas sentado sin hacer nada durante la sinaxis, por el contrario: prepara con mano vigilante los juncos que servirán para trenzar las cuerdas de las esteras. Sin embargo, evita que llegue al agotamiento el que tiene un cuerpo débil, a ese tal se le otorgará el permiso de interrumpir de tiempo en tiempo su tarea.
Cuando aquel que ocupa el primer lugar haya golpeado las manos, recitando de memoria algún pasaje de las Escrituras, para dar la señal del fin de la oración, ninguno tardará en levantarse, por el contrario: todos se levantarán al mismo tiempo.
Nadie observe a otro hermano que estuviere trenzando una cuerda o rezando; que sus ojos estén atentamente puestos sobre su propio trabajo.
He aquí los preceptos de vida que los ancianos nos han transmitido. Si ocurre que durante la salmodia, las oraciones o las lecturas, alguno habla o se ríe, desatará al instante su faja e irá a ponerse delante del altar con la cabeza inclinada y los brazos caídos. Después que el padre del monasterio lo haya reprendido allí, repetirá esta misma penitencia en el refectorio, cuando estén reunidos todos los hermanos.
Cuando durante el día haya resonado la trompeta para la sinaxis, el que llegase después de la primera oración será corregido por el superior con una reprimenda y permanecerá de pie en el refectorio.
Pero, durante la noche, ya que (a esas horas) se concede más a la debilidad del cuerpo, el que llegase después de las tres primeras oraciones, será corregido de la misma manera en la iglesia y en el refectorio.
Cuando los hermanos estén orando durante la sinaxis, nadie saldrá sin orden de los ancianos, o sin haber pedido y obtenido el permiso de salir para las necesidades naturales.
Nadie distribuirá los juncos que sirven para trenzar las cuerdas, a no ser el que está de servicio durante la semana. Si estuviera impedido de hacerlo por causa de un trabajo justificado, se esperará las órdenes del superior.
Para el servicio de la semana en cada casa, no se escogerá a los que tienen los primeros lugares y recitan pasajes de la Escritura en la asamblea de todos los hermanos. Se elegirá por orden a los hermanos que están sentados y se ponen de pie, los que fueren capaces de repetir de memoria lo que se les haya encomendado.
Si un hebdomadario se olvida o vacila al recitar algo, recibirá la corrección que merecen la negligencia y el olvido.
Ningún hebdomadario estará ausente el domingo, y cuando se hace la oblación, porque debe ocupar el lugar del cantor para responder al que salmodia. Esto concierne al menos a los que pertenecen a la casa que está de servicio de gran semana . Porque hay en cada casa un servicio de pequeña semana asegurado por un número menor de hermanos. Si este número debiera aumentarse, el jefe de la casa de gran semana llamará a otros hermanos del mismo grupo al que pertenece su casa. Pero sin orden suya nadie que pertenezca a otra casa del mismo grupo salmodiará. Y le está absolutamente vedado a un hermano de una casa el participar en el servicio de otra casa, a menos que pertenezca al mismo grupo, o tribu, que la suya. Se llama tribu al grupo de tres o cuatro casas (este número varía) según el número de hermanos y la importancia del monasterio, lo que podríamos llamar familias o clanes de una misma nación.
Ninguno recibirá el permiso de salmodiar los domingos o durante la sinaxis en que debe ofrecerse la oblación, excepto el jefe de la casa y los ancianos del monasterio a quienes por alguna causa les competa esta función.
Si un anciano se equivoca cuando salmodia, es decir: cuando lee el salterio, se someterá al punto, delante del altar, al rito de la penitencia y de la reprimenda.
El que sin permiso del superior abandonara la sinaxis u ofreciera la oblación, será reprendido al instante.
Por la mañana, en cada casa, después de concluida la oración, no volverán los hermanos inmediatamente a sus celdas. Primero tendrán un coloquio sobre lo que les fue expuesto por los prepósitos en las conferencias y luego retornarán a sus habitaciones.
Los que gobiernan las casas darán tres conferencias por semana; en estas conferencias los hermanos al sentarse o pararse, ocuparán sus respectivos lugares, según el orden de las casas y de los individuos.
Si alguno que está sentado se duerme en el transcurso de la conferencia del prepósito de la casa o del padre del monasterio, se le obligará a levantarse inmediatamente y permanecerá de pie hasta que haya recibido la orden de volver a tomar asiento.
Cuando haya sonado la señal de reunirse para escuchar los preceptos de los ancianos, nadie permanecerá (donde se hallaba) y no atizarán más el fuego, hasta el fin de la conferencia. El que omitiera uno de estos preceptos será sometido a la corrección ya mencionada.
El que está de servicio durante la semana no podrá dar a nadie las cuerdas o cualquier otro objeto sin que medie la orden del padre del monasterio. Sin ella ni siquiera podrá dar la señal de reunirse para la sinaxis del mediodía o la de las seis oraciones de la tarde.
Después de la oración de la mañana, el oficial de semana a quien se le ha confiado el trabajo, preguntará al padre del monasterio sobre todas las cosas que juzgue necesario y sobre el momento en que los hermanos deberán ir a trabajar a los campos; y, según la orden que haya recibido, recorrerá cada casa y enseñará a cada uno lo que debe hacer.
Si alguien pide un libro para leer, lo recibirá. Pero a fin de semana lo devolverá a su lugar por causa de los hermanos que se suceden en el servicio.
Si trenzan esteras, el hebdomadario preguntará a la tarde a los jefes de cada casa cuál es la cantidad de juncos necesarios en su casa; según la respuesta remojará la cantidad de juncos necesaria, para distribuirlos a la mañana siguiente a cada uno por su orden. Si en el transcurso de la mañana se da cuenta que van a necesitar más, los remojará y los llevará a cada casa, hasta que suene la señal de la comida.
El jefe de la casa que termina la semana y el que lo releva, como también el padre del monasterio, tendrán cuidado de fijarse en lo que se haya omitido o descuidado del trabajo. También harán sacudir las esteras que se extienden de ordinario sobre el piso de la iglesia y contarán las cuerdas que cada semana se trencen. Escribirán el resultado sobre tablillas que conservarán hasta el momento de la reunión anual, en el curso de la cual hay rendición de cuentas y donde se da la absolución general de las faltas.
Al volver de la sinaxis, los hermanos, que van saliendo de a uno, para ir a sus celdas o al refectorio, meditarán cualquier pasaje de las Escrituras y nadie tendrá la cabeza cubierta cuando medite.
Y cuando hayan llegado al refectorio, se sentarán por orden en los lugares que les han sido fijados y se cubrirán la cabeza.
Cuando un anciano te mande cambiarte de mesa, no le resistirás en lo más mínimo. No tendrás la osadía de servirte antes que tu jefe de casa. No observarás a los que comen.
Cada uno de los prepósitos enseñará a los miembros de su casa cómo deben tomar sus alimentos, con disciplina y modestia. Si alguno habla o se ríe durante las comidas, hará penitencia y será reprendido al instante en su mismo lugar. Se pondrá de pie y permanecerá parado hasta que se levante alguno de los otros hermanos que están comiendo.
Si alguien llegara tarde a la mesa, fuera del caso en que una orden del superior hubiera motivado tal retraso, hará la misma penitencia o volverá a su casa sin probar bocado.
Si en la mesa se tiene necesidad de alguna cosa, nadie tendrá el atrevimiento de hablar; antes bien, mediante un sonido hará señal a los que sirven.
Si te levantas de la mesa, no hablarás al regresar, hasta que hayas vuelto a tu lugar .
Los que sirven no comerán ninguna otra cosa que lo que haya sido preparado para todos los hermanos en general y no se permitirá que se aderecen platos diferentes.
El que toca para llamar a los hermanos al refectorio, meditará mientras lo hace.
Aquel que, a las puertas del refectorio, distribuye el postre a los hermanos que salen de la mesa, meditará cualquier pasaje de la Escritura mientras cumple su oficio.
El que recibe el postre que se da, no lo pondrá en su cogulla sino en su piel (de cabra) y no lo comerá antes de haber llegado a su casa. El que distribuye el postre a los hermanos recibirá su porción de manos de su prepósito, lo que harán también los otros servidores, quienes lo recibirán de otro sin nada arrogarse por propia voluntad. Lo que hayan recibido deberá bastarle para tres días. Si al cabo de estos tres días les sobrara algún alimento, lo llevarán de vuelta al jefe de la casa que lo reintegrará a la despensa, donde quedará hasta que, mezclado con otros, sea distribuido a todos los hermanos.
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Continuación de la (3)
No busques un puesto de honor entre los hombres, para que Dios te proteja contra las tempestades que tú no conoces y te establezca en su ciudad, la Jerusalén celestial. Examina todo y quédate con lo que bueno (1 Ts 5:21). No seas altanero frente a la imagen de Dios. Vigila sobre tu juventud, para velar sobre tu ancianidad. Que no debas experimentar vergüenza o reproches en el valle de Josafat, allí donde todas las criaturas de Dios te verán y te increparán diciendo: “Siempre habíamos pensado que eras una oveja y aquí, en cambio, hemos constatado que eres un lobo! Vete ahora al abismo del infierno, arrójate en el seno de la tierra” (Is 14:15). Qué gran vergüenza! En el mundo eras alabado como un elegido, pero cuando llegaste al valle de Josafat, al lugar del juicio, te han visto desnudo, y todos contemplan tus pecados y tu inmundicia expuestos ante Dios y los hombres. Pobre de ti en aquella hora! ¿Hacia dónde volverás tu rostro? ¿Abrirás acaso tu boca? ¿Qué dirás? Tus pecados están impresos sobre tu alma negra como un silicio. ¿Qué harás entonces? ¿Llorarás? Tus lágrimas no serán recibidas. ¿Suplicarás? Tus súplicas no serán recibidas, porque no tienen piedad aquellos a los cuales te has entregado. Pobre de ti en aquella hora, cuando oigas la voz severa y terrible: Los pecadores, vayan al infierno (Sal 9:18), y también: Apártense de mi malditos, al fuego eterno que ha sido preparado por el diablo y sus ángeles (Mt 25:41). Y también: A los que cometieron transgresiones yo los he detestado (Sal 100:3). Borraré de la ciudad del Señor a todos aquellos que obran el mal (Sal 100:8).
Hijo mío, usa de este mundo con circunspección, avanza considerándote nada, sigue al Señor en todas las cosas para estar seguro en el valle de Josafat. Que el mundo te mire como a uno de aquellos que han sido despreciados; a fin de que en el día del juicio, en cambio, tu seas hallado revestido de gloria! Y no confíes a nadie tu corazón en lo que atañe al descanso de tu alma, sino confía todos tus anhelos al rey el te sustentará (Sal 54:23). Mira a Elías, confió en el Señor en el torrente Querit y fue alimentado por un cuervo.
Cuídate atentamente de la fornicación. Ésta ha herido y hecho caer a muchos. No te hagas amigo de un joven. No corras detrás de las mujeres. Huye de la complacencia del cuerpo, porque las amistades inflaman como llamas. No corras tras ninguna carne, porque si la piedra cae sobre el hierro, la llama se inflama y consume todas las sustancias. Refúgiate siempre en el Señor, siéntate a su sombra, porque quien vive bajo la protección del Altísimo, habitará a la sombra del Dios del cielo (Sal 90:1), y no vacilará nunca (Sal 124:1). Acuérdate del Señor y que suba a tu corazón el pensamiento de la Jerusalén celestial; estarás bajo la bendición del cielo y la gloria de Dios te custodiará.
Vigila con toda solicitud tu cuerpo y tu corazón. Busca la paz y la pureza (Hb 12:14), que están unidas entre sí, y verás a Dios. No tengas disputas con nadie, porque quien está en alguna pelea con su hermano, es enemigo de Dios y quien está en paz con su hermano, está en paz con Dios. ¿No has aprendido ahora que nada es más grande que la paz que conduce al amor mutuo? Incluso si estás libre de todo pecado, pero eres enemigo de tu hermano, te haces extraño a Dios; está escrito, en efecto: Busquen la paz y la pureza (Hb 12:14), porque están unidas entre sí. Está escrito asimismo: Aunque tuviese toda la fe como para mover montañas, si no tengo la caridad del corazón, de nada me serviría (1 Co 13:2-3). La caridad edifica (1 Co 8:1). ¿Qué cosa podría ser purificada de la impureza? (Si 34:4). Si sientes en tu corazón odio o enemistad, ¿dónde está tu pureza? El Señor dice por Jeremías: Dirige a su prójimo palabras de paz, pero hay enemistad en su corazón, habla amablemente a su prójimo pero hay enemistad en su corazón, o alimenta pensamientos de enemistad. ¿Contra esto no deberé encolerizarme? dice el Señor. ¿O de un pagano como éste mi alma no deberá vengarse? (Jr 9:5-9). Es como si dijese: “El que es enemigo de su hermano, ése es un pagano, porque los paganos caminan en las tinieblas, sin conocer la luz. Así, quien odia a su hermano camina en las tinieblas y no conoce a Dios. El odio y la enemistad, en efecto, han cegado sus ojos y no ve la imagen de Dios.
El Señor nos ha mandado amar a nuestros enemigos, bendecir a los que nos maldicen y hacer el bien a los que nos persiguen. En qué peligro nos encontramos entonces, si nos odiamos unos a otros, (si odiamos) a nuestros miembros-hermanos unidos a nosotros, los hijos de Dios, renuevas de la verdadera vid, ovejas del rebaño espiritual reunidas por el verdadero pastor, el Unigénito de Dios, que se ofreció en sacrificio por nosotros! Por esta obra grandiosa el Verbo viviente ha padecido esos sufrimientos. ¿Y tú, oh hombre, la odias por envidia y vanagloria, por avaricia o por arrogancia? Así, el enemigo te ha descarriado para hacerte extraño a Dios. ¿Qué defensa presentarás delante de Cristo? Él te dirá: “Odiando a tu hermano me odias a mí.” Irás, pues, al castigo eterno, porque has alimentado la enemistad hacia tu hermano; en cambio, tu hermano entrará en la vida eterna, porque se ha humillado delante de ti por causa de Jesús.
Busquemos entonces los remedios para este mal antes de morir. Queridísimos, dirijámonos al evangelio de la verdadera ley de Dios, el Cristo, y le oiremos decir: No condenen para no ser condenados, perdonen y serán perdonados (Lc 6:37). Si no perdonas, tampoco serás perdonado. Si estás en peleas con tu hermano, prepárate para el castigo por tus culpas, tus transgresiones, tus fornicaciones realizadas ocultamente, tus mentiras, tus palabras obscenas, tus malos pensamientos, tu avaricia, tus malas acciones de las que rendirás cuenta al tribunal de Cristo, cuando todas las criaturas de Dios te contemplarán y todos los ángeles del entero ejército angélico estarán presentes con sus espadas desenvainadas, obligándote a justificarte y a confesar tus pecados; y tus vestidos estarán todos manchados y tu boca permanecerá cerrada; estarás aterrado sin tener nada que decir! Desventurado, ¿de cuántas cosas deberás rendir cuentas? Impurezas innumerables, que son como un cáncer para tu alma, deseos de los ojos, malos pensamientos que entristecen al Espíritu y afligen el alma, palabras inconvenientes, lengua fanfarrona que mancha todo el cuerpo, bromas, malas diversiones, maledicencias, celos, odios, burlas, ofensas contra la imagen de Dios, condenas, deseos del vientre que te han excluido de los bienes del paraíso, pasiones, blasfemias que es vergonzoso mencionar, malos pensamientos contra la imagen de Dios, cólera, disputas, obscenidades, arrogancia de los ojos, deseos perversos, falta de respeto, vanidades. Sobre todo esto serás interrogado, porque has pleiteado con tu hermano y no has resuelto el pleito, como hubieras debido, en el amor de Dios. ¿Nunca has oído decir que la caridad cubre una multitud de pecados (1 P 4:8)? Y Su Padre que esta en los cielos hará con ustedes lo mismo si no se perdonan mutuamente en sus corazones (Mt 18:35). Su Padre que está en los cielos no les perdonará sus pecados.
He aquí, queridos míos, que ustedes saben que nos hemos revestido de Cristo, bueno y amigo de los hombres. No nos despojemos de Cristo a causa de nuestras malas obras. Hemos prometido la pureza a Dios, hemos prometido la vida monástica, cumplamos las obras que son: ayuno, oración incesante, la pureza de cuerpo y la pureza de corazón. Si hemos prometido a Dios la pureza, no nos ocurra que seamos sorprendidos en la fornicación, la cual asume formas variadas. Se ha dicho, en efecto: Se han prostituido de múltiples formas (Ez 16:25). Hermanos míos, que no nos sorprendan en obras de este género, qué no nos encuentren inferiores a todos los hombres!
Nos hemos prometido a nosotros mismos ser discípulos de Cristo; mortifiquémonos, porque la mortificación maltrata a la impureza. Esta es la hora de la lucha. No nos retiremos, por el temor de devenir esclavos del pecado. Hemos sido constituidos luz del mundo; que nadie se escandalice por causa nuestra. Revistámonos de silencio, pues muchos, en efecto, le deben su salvación.
Velen sobre ustedes mismos, hermanos! No seamos exigentes entre nosotros, por temor a que lo sean con nosotros en la hora del castigo. A nosotros, vírgenes, monjes, anacoretas, ciertamente se nos dirá: “Dame lo mío con los intereses. Nos increparán y nos dirán: “¿Dónde está el vestido de bodas? ¿Dónde está la luz de las lámparas? Si eres mi hijo, ¿donde esta mi gloria? Si eres mi siervo, ¿dónde mi temor? (Mal 1:6). Si me has odiado en este mundo, ahora apártate de mi porque no te conozco (Mt 7:23). Si has odiado a tu hermano, te has hecho extraño a mi reino. Si has estado en peleas con tu hermano y no lo has perdonado, te atarán las manos detrás de la espalda, te atarán los pies y te arrojarán a las tinieblas exteriores, donde habrá llantos y rechinar de dientes (Mt 22:13). Si has golpeado a tu hermano, serás entregado a los ángeles sin piedad y serás fustigado con el flagelo de las llamas eternamente. No has tenido respeto por mi imagen, me has insultado, me has despreciado y deshonrado, por eso yo no tendré respeto por ti en la aflicción de tu angustia. No has hecho las paces con tu hermano en este mundo, yo no estaré contigo en el día del gran juicio. Has insultado al pobre. Es a mí a quien has insultado. Has golpeado al desgraciado. Así te has hecho cómplice de quien me ha golpeado en mi humillación sobre la cruz.
¿Acaso te he dejado faltar alguna cosa desde mi salida del mundo? ¿No te hice el don de mi cuerpo y de mi sangre como alimento de vida? No padecí la muerte por tu causa, a fin de salvarte? ¿No te manifesté el misterio celestial, para hacer de ti mi hermano y mi amigo? No te he dado el poder de pisar serpientes y escorpiones y todo poder sobre el enemigo (Lc 10,19)? ¿No te he dado múltiples remedios de vida con los cuales puedes salvarte: mis portentos, mis signos, mis milagros, con los cuales me revestí en el mundo como con una armadura de guerra? Te los he dado para que te ciñas y derrotes a Goliat, es decir el diablo. ¿Qué cosa te falta ahora, por qué te me has convertido en un extraño? Sólo tu negligencia te precipita en el abismo infernal!”
Hijo mío, estas cosas y otras peores nos dirán si somos negligentes y no obedecemos (el mandamiento) de perdonarnos mutuamente. Vigilemos sobre nosotros mismos y cuales son las potestades de Dios, que vendrán en nuestro auxilio en el día de la muerte; aquellas que nos guiaron en medio de la dura y terrible guerra, aquellas que harán resurgir nuestras almas de entre los muertos.
Se nos han dado, ante todo, la fe y la ciencia para expulsar de nosotros mismos la incredulidad, se nos han dado, después, la sabiduría y la prudencia para discernir los pensamientos del diablo, huirles y detestarlos. Se nos ha predicado el ayuno, la oración, la templanza, que otorgan la calma al cuerpo y la quietud a las pasiones. Se nos han dado la pureza y la vigilancia, gracias a las cuales Dios habitará en nosotros. Se nos han dado la paciencia y la mansedumbre. Si custodiamos todas esto, heredaremos la gloria de Dios.
Se nos han dado la caridad y la paz, poderosas en la lucha; el enemigo, en efecto, no se puede acercar al lugar donde se encuentran éstas. Respecto a la alegría, se nos ha ordenado combatir con ella la tristeza. Se nos han dado la generosidad y la disposición para el servicio. Nos han dado la santa oración y la perseverancia que colman de luz el alma. Se nos han dado la modestia y la simplicidad, que desarman la maldad. Ha sido escrito para nosotros que debemos abstenernos de juzgar, para vencer la mentira, perverso vicio que está en el hombre, porque si no juzgamos no seremos juzgados en el día del juicio. Se nos ha dado la paciencia para afrontar el sufrimiento y las injusticias, para que no nos oprima el desaliento.
Nuestros padres han transcurrido sus vidas en el hambre, en la sed y en innumerables mortificaciones, hasta conquistar la pureza; sobre todo han huido del hábito del vino, que nos colma de todos los males. Las turbaciones, los tumultos y los desórdenes en nuestros miembros son causados por el abuso del vino. Esta es una pasión llena de pecados, es la esterilidad y la podredumbre de los frutos. La insaciable voluptuosidad entenebrece el entendimiento, hace impúdica la conciencia y rompe el freno de la lengua. Hay alegría plena cuando no se entristece al Espíritu Santo y no está atontada la voluntad. El sacerdote y el profeta, está escrito, fueron atontados por el vino (Is 28:7). El vino es licencioso, insolente la ebriedad. Quien se abandona a él no estará limpio de pecado (Pr 20:1). Cosa buena es el vino, si se bebe con moderación. Si vuelves tus ojos a las copas y a los cálices, caminarás desnudo como un necio (Pr 23:31). El que se haya preparado para hacerse discípulo de Jesús, que se abstenga del vino y de la ebriedad.
Nuestros padres, conociendo cuántos males provienen del vino, se abstuvieron. Bebían poquísimo, en caso de enfermedad. Y si le fue concedido un poco a Timoteo, ese gran trabajador, eso sucedió porque su cuerpo estaba lleno de enfermedades. Pero a quien hierve de vicios en la flor de la juventud, en quien se acumulan las impurezas de las pasiones, ¿qué le diré? Tengo miedo de decirle que no beba (vino) por temor de que alguno, despreciando la propia salvación, murmure contra mí. En nuestros días, en efecto, para muchos este lenguaje es duro. Además, queridos míos, es bueno vigilar y es útil mortificarse, porque quien se mortifica pondrá en un lugar seguro su nave, en el buen y santo puerto de la salvación, y saciará de los bienes del cielo.
Pero lo que es todavía más grande que todo esto: nos ha sido dada la humildad; ella vela sobre todas las otras virtudes, tal es la gran y santa fuerza de la cual se revistió Dios cuando vino al mundo. La humildad es el baluarte de las virtudes, el tesoro de las obras, la armadura de la salvación, el remedio para toda herida. Después de haber fabricado las telas finas, los ornamentos preciosos y todos los adornos para el tabernáculo, se lo revistió con una tela da silicio. La humildad es cosa mínima delante de los hombres, pero preciosa y estimada delante de Dios. Si la adquirimos pisaremos todo el poder del enemigo (Lc 10:19). Está escrito, en efecto: ¿A quién miraré, sino al humilde y al manso? (Is 66:2).
No concedamos reposo a nuestro corazón en este tiempo de carestía, porque si se ha multiplicado la jactancia y la vanagloria, se ha multiplicado la avidez, reina la fornicación por causa de la saciedad de la carne, ha prevalecido el orgullo. Los jóvenes no obedecen más a los ancianos, los ancianos no se preocupan más por los jóvenes, cada uno camina según los deseos de su corazón. Éste es el tiempo de gritar con el profeta: Ay de mí, oh alma mía! El hombre que teme a Dios ha desaparecido de la tierra y el que es recto entre los hombres no vive más según el Cristo; cada uno oprime a su prójimo (Mi 7:1-2).
Queridísimos míos, luchen porque el tiempo está cerca y los días se han acortado. Ya no hay un padre que enseñe a sus hijos, no hay un hijo que obedezca a su padre, han desaparecido las vírgenes rectas; los santos padres han muerto doquiera. Han desaparecido madres y viudas. Hemos llegado a ser como huérfanos; se pisa a los humildes y se golpea la cabeza de los pobres. Por esto, todavía un poco y vendrá la ira de Dios, y estaremos en la aflicción sin que haya nadie para consolarnos. Todo esto nos ha sucedido porque no hemos querido mortificarnos.
Queridos míos, luchemos para recibir la corona que ha sido preparada. El trono está listo, la puerta del reino está abierta; al vencedor le daré el maná escondido. Si luchamos y vencemos las pasiones, reinaremos para siempre, pero si somos vencidos tendremos remordimientos y lloraremos con l grimas amargas. Combatámonos a nosotros mismos mientras esté a nuestro alcance la penitencia. Revistámonos con la mortificación y así nos renovaremos en la pureza. Amemos a los hombres y seremos amigos de Jesús, amigo de los hombres.
Si hemos prometido a Dios la vida monástica, “hagamos las obras de la vida monástica que son: ayuno, pureza, silencio, humildad, ocultamiento,” caridad, virginidad, pero no sólo del cuerpo, sino aquella virginidad que es (escudo) contra todo pecado. En el evangelio, en efecto, algunas vírgenes fueron rechazadas a causa de su pereza; aquellas, en cambio, que vigilaban valerosamente entraron en la sala de bodas. Qué cada uno de nosotros pueda entrar en ese lugar para siempre!
El amor al dinero: por su causa somos combatidos. Si quieres amasar riquezas, que son la carnada para el anzuelo del pescador, sobre todo mediante la avaricia o con el comercio, o bien con la violencia o con el engaño, o con un trabajo excesivo, al extremo de no tener tiempo para servir a Dios, o por cualquier otro medio; si has deseado amasar oro y plata, recuerda aquello que se dice en el evangelio: Insensato! Esta noche te será quitada la vida y aquello que has amontonado ¿para quien será? (Lc 12:20). Y también: Amontona tesoros, sin saber para quién los amontona (Sal 38:7).
Lucha, querido mío, combate contra las pasiones y di: “Haré como Abraham, levantaré mis manos hacia el Dios Altísimo, que ha creado el cielo y la tierra (para atestiguar) que no tomaré nada de lo que es tuyo, ni un hijo, ni la correa de una sandalia (Gn 14:22-23)”; son bienes esenciales para un humilde extranjero. Y (di también) El Señor ama al prosélito, para proveerlo de pan y vestido (Dt 10:18). Igualmente a propósito de la pereza, por causa de la cual se nos combate: Acumula riquezas en vistas a la limosna y para los necesitados (Si 18:25). Recuerda que está escrito: Serán maldecidos tus graneros y todo lo que ellos contengan (Dt 28:17). A propósito del oro y de la plata, Santiago ha dicho: Su herrumbre se levantará en testimonio contra ustedes; la herrumbre devorará su carne como el fuego (St 5:3), y: Es superior el hombre justo que no tiene ídolos (Ba 6:72) y ve la su ignominia. Purifícate de la maldición, antes que el Señor te llame. Has puesto tu esperanza en Dios, porque está escrito: Que sus corazones sean puros y perfectos delante de Dios (1 Re 8:61).
Querido mío, te saludo en el Señor. En verdad has puesto en Dios tu auxilio, él te ama, has caminado con todo el corazón según los mandamientos de Dios. Qué Dios te bendiga, que tus fuentes se vuelvan ríos y tus ríos un mar! Verdaderamente eres carro de la templanza. La lámpara de Dios arde delante de ti, que reflejas la luz secreta del Espíritu y dispones tus palabras con juicio. Que Dios te conceda la gracia de fuerza atlética de los santos, que no se encuentren ídolos en tu ciudad. Que puedas poner tu pie sobre el cuello del príncipe de las tinieblas, ver al generalísimo del ejército del Señor a tu derecha, sumergir al faraón y sus ejércitos y hacer atravesar a tu pueblo el mar salado, es decir ésta vida. Así sea!
Te ruego aún no dar reposo a tu corazón! Esta es la alegría de los demonios: hacer que el hombre conceda reposo a su corazón y arrastrarlo a la red antes que lo advierta. No seas negligente en aprender el temor del Señor, crece como las jóvenes plantas y agradarás a Dios, como un joven búfalo que levanta en alto sus cuernos y sus pezuñas. Sé un hombre fuerte en obras y palabras; no reces como los hipócritas, para que tu suerte no sea como la de ellos. No pierdas ni siquiera un día de tu existencia, conoce qué cosa le das a Dios cada día. Vive solo, como un general prudente. Discierne tu pensamiento, sea que vivas en la soledad, sea en medio de otros. Cada día, en suma, júzgate a ti mismo. Es mejor, en efecto, vivir en medio de un millar de hombres con toda humildad, que solo, en una guarida de hiena, con orgullo. De Lot, que vivía en medio de Sodoma se atestigua que era un excelente hombre de fe. Hemos escuchado, en cambio, respecto a Caín, con el cual no había sobre la tierra sino tres seres humanos, que fue un malvado.
Ahora se te propone la lucha. Examina lo que te ocurre cada día, para saber si estás en el número de los nuestros o en el de aquellos que nos combaten. Solamente a ti los demonios acostumbran a presentarse por tu derecha, a los demás hombres se les aparecen por la izquierda. También yo, en verdad, fui asaltado por la derecha; me llevaron al diablo atado como un asno salvaje, pero el Señor me socorrió; yo no confié en ellos y no les entregué mi corazón. Muchas veces fui tentado por insidias diabólicas a mi derecha, y (el diablo) se puso a caminar delante mío. Se atrevió incluso a tentar al Señor, pero éste lo hizo desaparecer junto con sus engaños.
Hijo mío, revístete de humildad, toma como consejeros tuyos a Cristo y a su Padre bueno; sé amigo de un hombre de Dios, que tenga la ley de Dios en su corazón, sé como un pobre que lleva su cruz y ama las lágrimas. Permanece de duelo también tú, con un sudario en la cabeza. Que tu celda sea para ti una tumba, hasta que Dios te resucite y te dé la corona de la victoria.
Si alguna vez llegas a litigar con un hermano que te ha hecho sufrir con una palabra suya, o si tu corazón hiere a un hermano diciéndole: “No mereces esto,” o bien si el enemigo te insinúa contra alguien: “No merece esas alabanzas,” si recibes la sugestión o el pensamiento del diablo; si crece la hostilidad de tu pensamiento; si estas en disputa con tu hermano, sabiendo que no hay bálsamo en Galaad, ni médico en la vecindad (Jr 8:22), refúgiate en seguida en la soledad con la conciencia en Dios, llora a solas con Cristo y el espíritu de Jesús le hablará a tu entendimiento y te convencerá de la plenitud del mandamiento. ¿Por qué debes luchar solo, igual que una fiera salvaje, como si este veneno estuviese dentro de ti?
Piensa que tú también has caído a menudo. ¿No has escuchado decir a Cristo: Perdona a tu hermano setenta veces siete (Mt 18:22)? ¿No has derramado lágrimas muchas veces suplicando: Perdóname mis innumerables pecados (Sal 24:18)? Si tú exiges lo poco que tu hermano te debe, en seguida el Espíritu de Dios pone delante tuyo el juicio y el temor de los castigos. Recuerda que los santos fueron considerados dignos de ser ultrajados. Recuerda que Cristo fue abofeteado, insultado y crucificado por tu causa; y él colmará inmediatamente tu corazón con la misericordia y el temor; entonces te postrarás en tierra llorando, y diciendo: “Perdóname, Señor, porque he hecho sufrir a tu imagen.” Inmediatamente te levantarás con el consuelo del arrepentimiento y te arrojarás a los pies de tu hermano con el corazón abierto, con el rostro radiante, la sonrisa sobre los labios, irradiando paz y, sonriendo, le pedirás a tu hermano: “Perdóname, hermano mío, por haberte hecho sufrir.” Que abunden tus lágrimas; después de las lágrimas viene una gran alegría. Que la paz exulte entre ustedes dos y el Espíritu de Dios, por su parte, se gozará y exclamará: Dichosos los pacíficos por que serán llamados hijos de Dios (Mt 5:9). Cuando el enemigo oye el sonido de esta voz, queda confundido, Dios es glorificado y sobre ti desciende una gran bendición.
Hermano mío, éste es el tiempo de hacernos la guerra a nosotros mismos; tú sabes que por todas partes se levantan las tinieblas. Las Iglesias están llenas de litigantes y excitados, las comunidades monásticas se han vuelto ambiciosas, reina el orgullo. No hay ninguno que se ponga a servir al prójimo: en cambio, todos oprimen a su prójimo (Mi 7:2). Estamos inmersos en el dolor. No hay más profeta ni sabio. No hay ninguno que pueda convencer a otro, porque abunda la dureza de corazón. Quienes comprenden permanecen en silencio pues los tiempos son malos. Cada uno es Señor de sí mismo, se desprecia lo que no se debería despreciar.
Ahora, hermano mío, vive en paz con tu hermano. Y reza también por mí, porque no puedo hacer nada, sino que estoy atribulado por mis deseos. Tú vigila sobre ti en todas las cosas, esfuérzate, cumple tu obra de predicador. Permanece firme en la prueba, lleva a término el combate de la vida monástica con humildad, mansedumbre y temblor ante las palabras que escucharás. Custodia la virginidad, evita los excesos y esas abominables palabras poco oportunas; no te alejes de los escritos de los santos, sino que sé firme en la fe de Cristo Jesús nuestro Señor. A él sea la gloria, a su Padre bueno y al Espíritu Santo! Así sea! Bendícenos.
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