Continuación de la (8)
Literatura, Ciencia, Educación y Arte desde Constantino el Grande hasta Justintano.
El desarrollo de la literatura, la ciencia y la educación en el período comprendido entre el siglo IV y el principio del VI, está estrechamente ligado a las relaciones que se establecieron entre el mundo cristiano y el antiguo mundo pagano y su civilización. Las discusiones de los apologistas cristianos de los siglos II y ni acerca de si estaba permitido a un cristiano servirse de una herencia pagana, no habían conducido a una conclusión neta. Mientras algunos hallaban cierto mérito a la cultura griega y la juzgaban conciliable con el cristianismo, otros, al contrario, declaraban que la antigüedad pagana no tenía sentido para los cristianos y la repudiaban. Diferente actitud prevaleció en Alejandría, antiguo foco de ardientes controversias filosóficas y religiosas, donde las discusiones sobre la compatibilidad del antiguo paganismo con el cristianismo disminuyeron el rigor del contraste que existía entre aquellos dos elementos, irreconciliables en apariencia. Así, hallamos en la obra de Clemente de Alejandría, el famoso escritor del siglo II, la proposición siguiente:” La filosofía, como guía, prepara a los que son llamados por el Cristo a la perfección.” (1) Empero, el problema de las relaciones entre la cultura pagana y el cristianismo no había sido en modo alguno resuelto por las discusiones de los tres primeros siglos de la era cristiana.
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Mas la vida hizo su obra y la sociedad pagana se convirtió progresivamente al cristianismo, que así recibió un impulso nuevo, particularmente enérgico en el siglo IV, momento en que fue reforzado de una parte por la protección del gobierno y de otra por las numerosas “herejías,” que suscitaron controversias, provocaron discusiones apasionadas y dieron nacimiento a una serie de cuestiones nuevas e importantes. El cristianismo absorbía poco a poco muchos elementos de la civilización pagana, por que, con palabras de Krumbacher, “los cristianos adquirieron, sin duda, hábitos paganos.” (2)
La literatura cristiana se enriqueció en los siglos IV y V con obras de muy grandes escritores, tanto en el dominio de la prosa como en el de la poesía. A la vez, las tradiciones paganas eran continuadas y desarrolladas por representantes del pensamiento pagano.
En el marco del Imperio romano, dentro de las fronteras que subsistieron hasta las conquistas persas y árabes del siglo VII, el Oriente cristiano de los siglos IV y V poseyó numerosos e ilustres focos de literatura, cuyos escritores más representativos ejercían gran influencia en comarcas muy alejadas de la suya natal. Capadocia, en Asia Menor, tuvo en el siglo IV los tres famosos “capadocios,” a saber: Basilio el Grande, Gregorio el Teólogo y Gregorio de Nisa.
En Siria, los focos intelectuales más importantes en la historia de la civilización, fueron las ciudades de Antioquía y Berytus (Beirut) en el litoral. Esta última fue particularmente célebre por sus estudios jurídicos, desde los aledaños del 200 hasta el 551 de J.C.. (3) En Palestina, Jerusalén no se bahía repuesto aun en aquella época de la ruina total sufrida bajo Tito, y por tanto, no ejerció gran papel en la vida intelectual de los siglos IV y V. Pero Cesárea, y más tarde Gaza, en la Palestina meridional, con su próspera escuela de retóricos y famosos poetas, contribuyeron mucho a aumentar los tesoros científicos y literarios de aquel período. La urbe griega de Alejandría fue, sobre todas esas ciudades, el foco que desarrolló influencia más vasta y profunda en todo el Oriente asiático.
(1) Clemente Alejandrino, Stromata, I, 5 (Mignc, Patr. Gr., VIII, 717-720).
(2) K. Krumbacher, Die griechiischc Literatur des Mittelalters. Dic Kultur des Gegcnwart, P. Hinneberg, t. I, p. 8 (3 Aufl., Leipzig-Berlín, 1912), p. 337.
(3) V. P. Collinet, Histoire de l’Ecole de droit de Beyrouth (París, 1925), p. 305.
La ciudad nueva de Constantino-pía, destinada a un brillante futuro y cuyo empuje debía manifestarse en la época de Justiniano, sólo comenzó a dar señales de actividad literaria en este período. La protección oficial de la lengua latina, algo apartada de la vida corriente, se acusaba muy en especial allí.
Otros dos focos espirituales de la parte oriental del Imperio tuvieron alguna importancia en el desenvolvimiento general de la civilización y literatura de la época: Tesalónica y Atenas, cuya Academia pagana fue eclipsada a poco por su triunfante rival, la Universidad de Constantinopla. Si se compara el desarrollo de la civilización en las provincias orientales y en las occidentales del Imperio bizantino, se puede hacer la siguiente interesante observación: en Grecia, de muy antigua población, la actividad espiritual y la potencia creadora eran infinitamente reducidas en comparación a las provincias asiáticas y africanas. Sin embargo, la mayor parte de esas provincias, según Krumbacher, no habían sido “descubiertas” y colonizadas sino desde la época de Alejandro Magno. El mismo sabio, recurriendo a “nuestro lenguaje favorito moderno, el de los números,” afirma que el grupo europeo de las provincias bizantinas no contaba sino en uno por 10 en la actividad general de la cultura de aquel período. (1)
En verdad, la mayoría de los escritores de esa época procedían de Asia y de África, mientras que cuando se fundó Constantinopla casi todos los escritores eran griegos.
La literatura patrológica tuvo su apogeo en el siglo IV y comienzos del V.
El Asia Menor produjo en el siglo IV los ya indicados tres capadocios: Basilio el Grande, su amigo Gregorio de Nacianzo, el Teólogo, y Gregorio de Nisa,
(1) Krumbacher, Die Griechischc Literatur des Mittelalters.
hermano menor de Basilio. Basilio y Gregorio de Nacianzo recibieron una educación muy notable en las mejores escuelas de retórica de Atenas y de Alejandría. Por desgracia, no poseemos informe alguno sobre la primera educación de Gregorio de Nisa, el pensador más profundo de los tres. Muy versados en la literatura clásica, aquellos eruditos representaron el movimiento que se llamó “neo-alejandrino,” movimiento que, utilizando las adquisiciones del pensamiento filosófico, insistía en el papel de la razón en el estudio de los dogmas religiosos y se negaba a aceptar las conclusiones del movimiento místico-alegórico de la escuela llamada “alejandrina.” El neoalejandrinismo no se separa de la tradición eclesiástica. En las más de sus valiosas obras literarias sobre temas puramente teológicos y donde defienden con ardor la ortodoxia contra el arrianismo, esos tres escritores nos han dejado una cantidad considerable de discursos y cartas cuyo conjunto constituye una fuente de las más preciosas de la cual aun no se ha sacado todo el partido posible. Gregorio Nacianceno ha dejado también cierto número de poemas, en especial teológicos, dogmáticos y didácticos, pero asimismo históricos. Entre esos poemas debemos mencionar particularmente el largo trozo que versa sobre su propia vida y que contiene abundante documentación acerca de la biografía del autor. Por su forma y contenido, ese trabajo merecería figurar entre las obras más bellas de la literatura general. “Cuando aquellos tres genios se extinguieron, la Capadocia volvió a la obscuridad de que ellos la habían sacado.”(1)
Antioquía, capital intelectual de Siria, hizo nacer un movimiento original, opuesto a la escuela alejandrina y que defendía la aceptación literal de la Santa Escritura, sin recurrir a la interpretación alegórica. Dirigieron este movimiento hombres de acción tan notables como Juan Crisóstomo. discípulo de Libanio y predilecto de Antioquía. Ya analizamos antes su actividad. Escritor y orador prodigiosamente dotado, había recibido una cumplida educación clásica. Escribió numerosos libros que figuran entre las más puras obras literarias maestras. Le admiraron con entusiasmo las generaciones siguientes, prendidas en el hechizo de su genio y de sus altas cualidades morales, y los literatos de los períodos sucesivos recogieron en sus obras, como en una fuente inextinguible, ideas, imágenes y expresiones. Sus sermones y discursos, a los que han de añadirse diversas obras especiales y más de doscientas cartas, escritas por él principalmente en su exilio, constituyen una fuente de extremo valor para el estudio de la vida interna del Imperio.(2) Más tarde, muchas obras de autores desconocidos fueron atribuidas a Juan Crisóstomo. Nicéforo Calixto, escritor bizantino de principios del siglo XIV, escribe: “He leído más de un millar de sermones suyos, y difunden una indecible dulzura. Desde mi juventud le amé y escuché su voz como si fuese la de Dios. Y lo que sé, así como lo que soy. a él se lo debo.” (3)
(1) E. Fialon, Elude hisíorique et littéraire sur saint Basile, 2.a ed. (París, 1869), p. 284.
(2) Hay una obra muy interesante que muestra el valor de los trabajos de Juan Crisóstomo con relación al estudio de la vida interior del Imperio: la de J. M. Vanee. Beitrage zur byzanünischen Kulturgeschichte am Ausgange des IV. Jahr, aus den Schriften des Johannes Chrysostomos (Jena, 1907).
(3) Nicéforo CalIXto, Historia eclesiástica, 13, 2. Migue, Palr. Gr.. vol. 146. col. 933 C. Con esas admirables líneas empieza la biografía de Crisóstomo debida a C. Baur (t. I. p. VII).
La ciudad palestina de Cesárea produjo al “padre de la historia de la Iglesia.” Eusebio de Cesárea, quien vivió en la segunda mitad del siglo III y la primera del IV (murió hacia el 340). Ya le hemos mencionado como la fuente más importante,que poseemos acerca de Constantino el Grande. Eusebio fue testigo de dos épocas históricas de la mayor importancia: las persecuciones de Diocleciano y sus sucesores, en las que sufrió personalmente a causa de sus convicciones cristianas bajo Constantino el Grande a raíz del edicto de Milán. Eusebio participó en las discusiones amanas, inclinándose a veces hacia los arríanos. Más tarde fue favorito del emperador y uno de sus amigos más íntimos. Eusebio escribió muchos libros teológicos e históricos. Su gran obra, Preparación Evangélica (“Praeparatio evangélica”), donde defiende a los cristianos contra los ataques de los paganos; la Demostración Evangélica, en la que discute el sentido puramente provisional de la ley de Moisés y el cumplimiento de las antiguas profecías en Jesucristo: sus escritos de crítica y de exégesis sobre la Santa Escritura, así como varias otras obras, le colocan en un lugar muy elevado en la esfera de la literatura religiosa. No es superfluo mencionar de paso que contienen preciosos extractos de obras más antiguas perdidas hoy.
Para nuestro presente estudio, los trabajos históricos de Eusebio son de la mayor importancia. La Crónica, escrita por él, según parece, antes de las persecuciones de Diocleciano, contiene un resumen histórico de Caldea, Asiría, los hebreos, los egipcios, los griegos y los romanos y da tablas cronológicas de los sucesos históricos más importantes. Por desgracia no nos ha llegado sino a través de una traducción armenia y, fragmentariamente, mediante una adaptación latina de San Jerónimo. Así, no tenemos idea exacta de la forma y contenido del original, ya que las traducciones que nos han llegado no han sido vertidas del original griego, sino de una adaptación aparecida a poco de la muerte de Eusebio.
La más sobresaliente obra de Eusebio es su Historia eclesiástica, que abarca diez libros comprendiendo el período transcurrido desde la época de Cristo a la victoria de Constantino sobre Licinio. Según sus propias expresiones, no se propone describir las guerras y victorias de los generales, sino más bien “recordar en términos imperecederos las guerras más pacíficas hechas en nombre de la paz del alma, y hablar de los hombres que ejecutan valerosas acciones por la verdad más que por su país, por piedad más que por sus amigos más queridos.” (1) Por tanto, bajo la pluma de Eusebio, la historia de la Iglesia es la historia de los mártires y las persecuciones, así como de los horrores y atrocidades que las acompañaron. La abundancia de los documentos que utiliza Eusebio nos obliga a ver en su obra una de las fuentes más importantes de la historia de los tres primeros siglos de la era cristiana. Recientemente se ha discutido muy a fondo el problema del valor de Eusebio en cuanto historiador de su propio tiempo, es decir, la importancia de los tres últimos libros de su Historia eclesiástica (VIII-X). (2)
(1) Eusebio, Hist. ect., inir. al libro V.
(2) R. Laqueur, Eusebius ais Historiker seine Zeit (Berlín-Leipzig, 1929).
Como quiera que sea, no debemos olvidar que Eusebio fue el primero en escribir una historia del cristianismo, abarcando el tema en todos los aspectos posibles. Su Historia eclesiástica, que le valió gran renombre, fue la base de los trabajos de muchos historiadores posteriores de la Iglesia, los cuales imitaron a Eusebio muy a menudo. En el siglo IV dicha historia se propagó con amplitud en Occidente, merced a la traducción latina de Rufino.
La Vida de Constantino, escrita por Eusebio más tarde, ha sido muy diversamente interpretada y apreciada por los sabios. No se debe incluirla tanto entre las obras puramente históricas como entre las panegíricas. Constantino está en ella presente siempre como el elegido de Dios: es un nuevo Moisés predestinado a conducir el pueblo de Dios a la libertad. Según Eusebio, los tres hijos de Constantino simbolizan la Santísima Trinidad. Constantino es el verdadero bienhechor de los cristianos, quienes entonces alcanzaron el elevado ideal que nos les cabía soñar en los años precedentes. Tal es la idea general del libro de Eusebio. Para no romper la armonía de su obra, Eusebio deja aparte los lados sombríos de la época, no señala los hechos desgraciados de su tiempo y, por lo contrario, da libre curso a su pluma para ensalzar y glorificar a su héroe. Sin embargo, utilizando su trabajo con precaución se puede conocer, de manera muy interesante, el período constantiniano, sobre todo por el elevado número de documentos oficiales que se hallan allí y que fueron probablemente insertados en la primera versión.
Juzgando en conjunto la obra de Eusebio de Cesárea, ha de reconocerse que, a pesar de su mediocre talento literario, Eusebio fue uno de los mayores eruditos cristianos de la Alta Edad Medía y un escritor que influyó poderosamente la literatura cristiana medieval.
Todo un grupo de historiadores prosiguió la obra empezada por Eusebio. Sócrates de Constantinopla llevó su Historia eclesiástica hasta el año 439. Sozomeno, originario de los alrededores de Gaza, escribió otra Historia eclesiástica que llegaba hasta el mismo año 439. Teodoreto, obispo de Ciro y originario de Antioquía, redactó una historia semejante comprendiendo el período entre el concilio de Nicea y el año 428, y, en fin, el arriano Filostorgio. cuyos trabajos sólo conocemos por los fragmentos que han subsistido, expuso los acontecimientos, desde su punto de vista arriano, hasta el 425.
La vida intelectual más intensa y rica de la época se encuentra, tomo ya lo hemos advertido, en Egipto y especialmente en Alejandría.
En la vida literaria del siglo IV y comienzos del V hay un hombre que presenta un caso interesante y extraordinario: el obispo y filósofo Sinesio de Cirene. Descendiente de una muy antigua familia pagana, educado en Alejandría e iniciado después en los misterios de la filosofía neoplatónica, se convirtió del platonismo al cristianismo, casó con una cristiana y llegó, en sus años últimos, a ser obispo de Ptolemaida. A pesar de todo, Sinesio debía sentirse probablemente más pagano que cristiano. Ya hemos mencionado de pasada su viaje a Constantinopla y su tratado sobre las obligaciones imperiales. No fue esencialmente un historiador, aunque haya dejado una cantidad muy importante de materiales históricos en sus 156 epístolas, las cuales reflejan sus brillantes cualidades de filósofo y orador. Esas epístolas se convirtieron más adelante en modelos de estilo para la Edad Media bizantina. Sus himnos, escritos en estilo y metro clásicos, muestran la originalidad de la mezcla de los conceptos filosóficos y las creencias cristianas de Sinesio. Aquel obispo-filósofo comprendía que la cultura clásica, que tan cara le era, se aproximaba gradualmente a su fin. (1)
(1) V.. Agustín Fitzgerald, The Letters of Synesius of Cyrene (Londres, 1925), p. 11-69.
En el curso de la larga y ruda lucha entre ortodoxos y arríanos, se distinguió la brillante personalidad del niceano Atanasio, obispo de Alejandría, que dejó muchos escritos consagrados a las controversias teológicas del siglo IV. También escribió una vida de San Antonio, es decir, de uno de los creadores del monaquismo oriental, pintando a este último sistema como el ideal de la vida ascética. Tal obra ejerció gran influjo en el desarrollo del monaquismo. El siglo V produjo al historiador más grande del monaquismo egipcio, Paladio de Helenópolis, originario del Asia Menor y conocedor perfecto de la vida monástica egipcia merced a los diez años que pasó aproximadamente en los monasterios de Egipto. Bajo la influencia de Atanasio de Alejandría, Paladio expuso también los ideales de la vida monástica, introduciendo en su obra un cierto elemento de leyenda. Cirilo, obispo de Alejandría y enemigo implacable de Nestorio, vivió también en aquel período. En el curso de su vida férvida y borrascosa, escribió considerable cantidad de epístolas y sermones que ciertos obispos griegos de una época posterior aprendieron de memoria. Dejó también un número de tratados dogmáticos y de obras de polémica y exégesis que constituyen una de las principales fuentes de la historia eclesiástica del siglo V. Según su propia confesión, sólo poseía una educación oratoria insuficiente y no podía gloriarse de la pureza ática de su estilo.
Otra figura muy interesante de la época es la filósofa Hiparía, asesinada por el fanático populacho alejandrino a principios del siglo V. Era mujer de belleza excepcional y tenía extraordinarios talentos intelectuales. Merced a su padre, famoso matemático de Alejandría, le eran familiares las ciencias matemáticas y la filosofía clásica. Adquirió gran renombre con su notable actividad docente. Entre sus discípulos hubo hombres como Sinesio de Cirene, quien menciona a Hipatía en varias de sus cartas. Una fuente habla de cómo, “envuelta en su manto, tenía la costumbre de andar por la ciudad y exponer a los oyentes de buena voluntad las obras de Platón, Aristóteles u otro filósofo.”
La literatura griega floreció en Egipto hasta 451, fecha de la condena de la doctrina monofisita por el concilio de Calcedonia. Siendo aquella doctrina la religión oficial de Egipto, la decisión del concilio fue seguida de la supresión del griego en las iglesias y su substitución por el copto. La literatura copta que se desarrolló a continuación, ofrece alguna importancia, incluso en el campo de la literatura griega, ya que ciertos trabajos griegos perdidos nos han sido conservados en traducciones coptas.
El período que estudiamos asistió al desarrollo de otro género literario: el de los himnos religiosos. Los autores de himnos cesaron poco a poco de imitar los ritmos clásicos y aplicaron otros, propios, que no tenían nada de común con los antiguos y fueron durante mucho tiempo calificados de prosa. Sólo en una época relativamente reciente se ha explicado en parte esa versificación. Los himnos de tal período contienen tipos diversos de acrósticos y rimas. Por desgracia se conocen muy poco los himnos religiosos de los siglos IV y V, y la historia de su evolución gradual en este primer período permanece para nosotros muy obscura. No obstante, no cabe duda de que ese desenvolvimiento fue vigoroso. Mientras Gregorio el Teólogo seguía, en la mayor parte de sus himnos poéticos, la versificación antigua, las obras de Romanos el Méloda (es decir, el autor de himnos), que, según se ha demostrado, aparecieron en el siglo VI, bajo el reinado de Anastasio I, fueron todas escritas en versos nuevos, utilizando acrósticos y rimas.
Los sabios han discutido mucho la cuestión de si Romanos vivió en el siglo VI o a comienzos del VIII. Esas discusiones se fundan en una alusión que se halla en su breve Biografía, donde menciona su llegada a Constantinopla en el reinado del emperador Anastasio. Durante mucho tiempo ha sido imposible determinar si se trataba de Anastasio I (491-518) o de Anastasio II (714-715) – Hoy, tras prolongado estudio de la obra de Romanos, el mundo científico está de acuerdo en reconocer que se trata del período de Anastasio I. (1)
Romanos fue el mayor poeta de Bizancio. Aquel “Píndaro de la poesía rítmica,” (2), fue autor de un número considerable de himnos soberbios, entre ellos el famoso de Navidad: Hoy la Virgen ha dado nacimiento al Cristo. (3)
(1) A. A. Vasiliev, En que época vivió Romanos el Melada (Vizantiiski Vremennik, tomo VIII (1910), p. 435-478 (en ruso). P. Maas, Die chronologie der Hymnen des Romanos (Byzant. Zeitschrift, t. XV (1906), p. 1-44.
(2) Krumbacher, Geschichte der byzantinischen Litcratur, p. 663.
(3) M. G. Camelli ha consagrado especialmente un artículo a este himno: L’lnno peí la Nativtta di Romano it Melode (Siudí Bizantini (Roma, 1925), p. 43-58).
http://www.diakonima.gr/2009/09/23/historia-del-imperio-bizantino-9/
Continuación de la (7)
La Política Religiosa de Anastasio.
Reformas Interiores.
A pesar de la promesa hecha al patriarca de Constantinopla de no introducir innovación alguna en la Iglesia, Anastasio, en su política religiosa, empezó por favorecer al monofisismo y a poco se alineó abiertamente al lado de los monofisistas. Esta actitud fue acogida con alegría por Egipto y Siria, donde el monofisismo estaba muy extendido. Pero en la capital las simpatías monofisistas del emperador suscitaron gran conmoción, y cuando Anastasio ordenó que, a ejemplo de Antioquía, se cantase el Trisagio (“Santo, Santo, Santo, Señor de los ejércitos”), añadiendo las palabras “que fue crucificado por nosotros,” es decir, “Dios Santo, Santa y única Potencia, Santa y única Divinidad inmortal, crucificado por nosotros, ten piedad de nosotros,” se produjeron en Constantinopla graves desórdenes. ”Acusado de monofisismo, y bajo la amenaza de ser destronado, el emperador hubo de excusarse en el circo.” (1)
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(1) Lot, La fin du Moyen Age, p. 255.
Una de las consecuencias de la política religiosa de Anastasio fue el levantamiento de Vitaliano, en Tracia. Al frente de un ejército inmenso, compuesto de hunos, búlgaros y acaso eslavos, y apoyado por una flota considerable, Vitaliano marchó sobre la capital. Su fin. esencialmente político, consistía en deponer al emperador; pero declaró a todos que se alzaba para defender a la oprimida Iglesia ortodoxa. Tras lucha larga y cruenta, la rebelión fue aplastada. Este levantamiento no tuvo una importancia mínima en la historia de Bizancio. Según Uspenski, “al conducir por tres veces bajo los muros de Constantinopla su heterogéneo ejército, y al obtener del gobierno enormes sumas de dinero, Vitaliano reveló a los bárbaros la debilidad del Imperio y las grandes riquezas de Constantinopla, y los habituó a movimientos combinados por tierra y mar.” (1)
La política interior de Anastasio, aun no estudiada y apreciada lo suficiente en las obras históricas, está señalada por una actividad intensa que se fijó en los problemas más importantes de la vida económica y financiera del Imperio.
Una de sus más importantes reformas financieras consistió en la abolición del odiado “crisargirio.” Este impuesto, pagado en oro o plata, se llamaba en latín “lustralis collatio,” o, con nombre más completo, “lustralis auri argentive collatio.” Desde principios del siglo IV alcanzaba a todos los oficios y profesiones del Imperio, sin exceptuar los sirvientes, los mendigos, las prostitutas, etc. Es posible que incluso afectase los instrumentos de trabajo y el ganado doméstico de las mujeres; caballos, mulos, asnos, perros… Las clases pobres eran las más castigadas por aquel impuesto. Oficialmente debía cobrarse cada tres años, pero de hecho la administración le daba un carácter arbitrario e irregular. Las frecuentes exacciones desesperaban a veces a la población. (2) Anastasio, sin considerar los grandes ingresos que el fisco obtenía con aquel impuesto, lo suprimió en definitiva y quemó públicamente todos los documentos relativos a él.
La gente acogió con júbilo tal abolición. Un historiador del siglo VI dice que para describir la grandeza del favor imperial “ haría falta la elocuencia de Tucídides e incluso un estilo aun más grave y bello.” (3) Una fuente siríaca del siglo VI describe en estos términos la alegría que acompañó a la promulgación del edicto en la ciudad de Edesa: “La ciudad entera se regocijaba; todos, pequeños y grandes, se habían puesto vestidos blancos; se llevaban antorchas encendidas e incensarios llenos de incienso humeante; se iba, entonando salmos e himnos de gracias al Señor y loando al emperador, a la iglesia de San Sergio y San Simón, donde se comulgó. Luego se volvió a la ciudad y durante toda la semana se celebró una alegre fiesta, y se decidió que esta fiesta se celebrara todos los años. Todos los artesanos descansaban y manifestaban su júbilo, se bañaban y festejaban en el patio de la iglesia grande y en todos los pórticos de la ciudad.”
El producto del impuesto abolido ascendía en Edesa a 140 libras de oro cada cuatro años.(4)
La abolición satisfizo sobre todo a la Iglesia, porque aquel impuesto, al gravitar sobre los ingresos de las prostitutas, sancionaba legalmente el vicio.(5)
(1) F. I, Uspenski, Historia del Imperio bizantino, t. I, p. 353.
(2) V. el articulo de Sceck en Pauly-Wissowa, t. IV (1901), p. 370-76 (Collatio lustralis).
(3) Evagrio, Hist. ecles., III, 39, cd. Bidez-Parmenticr. p. 137. E. W. Brooks, en la Cambridge Medieval History, t. í, p. 484, llama a ese impuesto a tax on all kinds of stock and plant in trade, y Bury (t. I, p. 441), the tax on receipts.
(4) Crónica de Josué el Estilita, redactada en siríaco el año 507 de J.C. y trad. al inglés por W. Wright (Cambridge, 1882), cap. XXXI, p. 22.
(5) Bury, t. I, p. 443.
Naturalmente, la supresión de tal tasa privó al Tesoro de una renta considerable, pérdida compensada en breve con la creación de un nuevo impuesto, la “crisotelia” (χρυστέλεια), “impuesto-oro,” o impuesto en metálico en vez de en especies. Probablemente fue una contribución territorial cuyos ingresos destino Anastasio al sostenimiento del ejército y que gravitó también pesadamente sobre las clases pobres. De suerte que la reforma financiera consistió antes en un reparto más regular de la carga de los impuestos que en una desgravación. (1) La reforma financiera más importante quizá de las aplicadas por Anastasio, fue la abolición—hecha a propuesta de su hombre de confianza, el sirio Marino, prefecto del Pretorio — del sistema según el cual las corporaciones de las ciudades (“curiae”) eran responsables de la recaudación de los impuestos, que gravaban las municipalidades. Anastasio confió esa tarea a funcionarios llamados “Vindices,” probablemente designados por el prefecto del Pretorio. El nuevo sistema de recaudación acreció considerablemente las rentas imperiales, pero fue modificado por los sucesores de Anastasio.
El problema de las tierras incultas parece haber sido bajo Anastasio más angustioso que nunca. Durante su reinado, toda la carga de los impuestos suplementarios, tanto los correspondientes a los contribuyentes imposibilitados de pagar como los adscribibles a las tierras improductivas, recaía sobre los propietarios rurales, que de este modo pasaban a ser responsables del total de las contribuciones devengadas al Fisco. Esos impuestos suplementarios, llamados en griego epibolé (επιβολή), es decir, “el suplemento,” la “supertasa,” eran una institución muy antigua, que se remontaba a la época ptolemaica. Estaban llamados a ser percibidos con particular rigor bajo Justiniano el Grande. (2)
Hay un edicto de Anastasio que ofrece particular interés para la historia del colonato: el que declara que un labrantín libre que hubiese vivido treinta años en el mismo lugar se convertía en colono, o sea, en hombre afecto a la gleba, sin por eso perder su libertad personal ni su derecho de poseer.
La época de Anastasio estuvo señalada también por una trascendental reforma monetaria. El 498 se creo la gran “follis” de bronce, con sus subdivisiones. La nueva moneda fue bien acogida, sobre todo entre los ciudadanos pobres. porque la moneda de cobre en circulación, además de haberse hecho escasa, era de mala ley y no llevaba indicado su valor. Las nuevas piezas se acuñaron en las tres fábricas que bajo Anastasio funcionaban en Constantinopla, Antioquía y Nicomedia. La moneda de bronce creada por Anastasio persistió siendo la moneda imperial típica hasta mediados del siglo VII (época de Constantino IV.(3)
(1) E. W. Brooks, en Cambridge Medieval History, t. I, p. 484. — E. Stein, Studicn zur Geschichte des byzantinischen Reiches, p, 146 (Stuttgart, 1919).
(2) Sobre el epibolé consúltese a F. Dolger, Beitrage zur Geschichte der byzantinischen Finanzverwaltung besonders des 10 und 11 Jahrhunderts (Leipzig-Berlin, 1927), p. 128-133. G. Ostrogorsky, Un tratado bizantino sobre los impuestos (Estudios dedicados a la memoria de N.. Kondakov, Praga, 1926, p. 114-15, en ruso). Id., Die landliche Steuergemeináe des byzantinischen Reiches im X Jahrhundert (Vierteljahrschrtft für sozial-und Wirtschafts geschichte, t. XX (1927), p. 35-27). En esas tres obras se hallará una excelente bibliografía sobre el epibolé.
(3) V. W. Wroth, Catalogue of the Imperial Byzantine Coins in the Brttish Museum (Londres, 1008), t. I, p. XTII-XIV, LXXVIII. Bury, t. I, p. 446-47. M. Soutzo, Los orígenes del sestercio y del miliarense y su continuidad hasta los tiempos bizantinos. El sistema monetario de Anastasio (Boletín de la Sección Histórica de la Academia Rumana, t. XIII (1927) P• 57-58}.
Entre las reformas humanitarias de Anastasio debe incluirse su edicto prohibiendo los combates entre hombres y fieras en los circos.
Aunque Anastasio concediese a menudo exenciones de impuestos a muchas provincias y ciudades, especialmente en el Oriente devastado por la guerra pérsica; aunque, por otra parte, realizara un importante programa de construcciones, como la Muralla Larga, el acueducto, el faro de Alejandría, etc., el gobierno, a fines del reinado de Anastasio, disponía de reservas en metálico bastante considerables. El historiador Procopio, quizá con alguna exageración, las computa en 320.000 libras de oro (unos dos mil millones de pesetas oro). (1) La economía de Anastasio desempeñó importante papel en la múltiple actividad de su segundo sucesor, Justiniano, el Grande. La época de Anastasio sirvió de brillante introducción a la de Justiniano.
(1) Procopio, Historia Arcana, 19, 7-8, ed. Haury, 1906, p. 121. La Vida de Daniel el Estilita revela una completa falta de codicia en Anastasio, ed. Delehaye, c. 91, p. 206; Les saints stylitcs, p. 86. V. X. Baynes, en la English Histoñcal Review, 40 (1925), 402.
Conclusión General.
El principal interés de la época que empieza con Arcadio y termina con Anastasio (395-518), reside en las cuestiones nacionales y religiosas que se plantean entonces y en los sucesos políticos que se desarrollan en ese período, siempre en íntima ligazón con los procesos religiosos. La tiranía que los germanos — o, más exactamente los godos— implantaron en la capital, amenazó al fin del siglo IV al Estado entero y se complicó, además, con las tendencias arrianas de los godos. La amenaza cesó de existir al comienzo del siglo V, bajo Arcadio, y fue aniquilada por completo, tras una postrera rebelión ya mucho menos grave, a mediados del siglo V y bajo León I. A fines del mismo siglo se levantó al norte del Imperio la amenaza de los ostrogodos, pero gracias a Zenón se volvió hacia Italia. Así, el problema germánico se resolvió, en la parte oriental del Imperio, a favor del gobierno.
La “pars orientalis” logró solucionar también, en la segunda mitad del siglo V, otro problema nacional, menos angustioso en verdad: el de la preponderancia isáurica. Respecto a las incursiones de los pueblos septentrionales —búlgaros y eslavos — conviene recordar que, en la época que estudiamos, esos pueblos no hacían más que comenzar sus invasiones de las fronteras imperiales, y no cabía predecir el importante papel que los eslavos, y más tarde los búlgaros, llegarían a desempeñar en la historia bizantina. El período de Anastasio no debe ser mirado en ese sentido, sino como una introducción a la penetración de los eslavos en la Península Balcánica.
El problema religioso reveló en esa época dos aspectos sucesivos: uno, ortodoxo, antes de Zenón; otro, monofisista, bajo Zenón y Anastasio. La actitud de Zenón, favorable a la doctrina monofisista, y las simpatías declaradas de Anastasio por el monofisismo, deben ser examinadas desde un punto de vista a la vez religioso y político. A fines del siglo V, la parte occidental del Imperio, a pesar de su unidad teóricamente reconocida, se había desgajado de Constantinopla. En Galia, en España, en África del Norte, se habían formado reinos bárbaros nuevos. En Italia gobernaban jefes germánicos. A fines del siglo V se fundó allí un estado ostrogodo. Tal situación explica que las provincias orientales — Egipto, Palestina, Siria — pasasen a tener una importancia esencial para la “pars orientalis” del Imperio. El gran mérito de Zenón y de Anastasio consiste en que advirtieron el sentido en que se trasladaba el centro de gravedad de su Imperio y procuraron, dándose cuenta de la importancia vital que tenían para el Imperio las provincias orientales, estrechar los vínculos de éstas con la capital.
Como esas provincias, Egipto y Siria sobre todo, habían, en su mayor parte, abrazado al monofisismo, sólo se abría un camino para el gobierno del Imperio: hacer la paz a toda costa con los monofisistas. Esto explica la imprecisión y la obscuridad consciente del Henótico de Zenón, primer paso en la ruta de la reconciliación con los monofisitas. No dando ese ensayo el resultado perseguido, Anastasio decidió seguir una política monofisita franca. Aquellos dos emperadores fueron políticos más clarividentes que los basileis de la época sucesiva. Pero tal tendencia monofisista chocó con la ortodoxia reinante en la capital, en la Península de los Balcanes, en la mayor parte del Asia Menor, en las islas y en ciertos lugares de Palestina. La ortodoxia fue igualmente defendida por el Papa, quien, a raíz del Henótico, rompió sus relaciones con Constantinopla. La política y la religión entraban en pugna y ello explica las turbulencias internas, de la época de Anastasio. Éste, mientras vivió, no pudo restablecer la deseada paz y concordia en el Imperio. Sus sucesores habían de arrastrar al Estado por vías muy diferentes. Pero el espíritu de separatismo de las provincias orientales empezaba a manifestarse ya.
Así, pues, hubo conflictos harto violentos, suscitados por las diversas nacionalidades, cada una de las cuales obedecía a móviles muy diferentes. Los germanos y los isáuricos se esforzaban en obtener la supremacía política; los coptos egipcios y la población siria buscaban el triunfo de sus conceptos religiosos.
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Continuación de la (6)
El Cuarto Concilio Ecuménico.
Marciano (450-457) y León (457-474).
Teodosio murió sin dejar descendencia. Su hermana Pulquería, aunque ya entrada en años, consistió en casar con el tracio Marciano, que fue proclamado emperador. Marciano era un soldado capaz, pero modesto. Sólo se le elevó al trono a instancias de Aspar, un jefe militar alano de origen y cuya influencia era grande.
El problema godo, que a fines del siglo IV y principios del V llegó a ser realmente peligroso para el Estado, se había resuelto, como vimos, en favor del gobierno, en tiempos de Arcadio. Sin embargo, el elemento gótico del ejercita bizantino seguía ejerciendo cierta influencia en el Imperio, aunque en una escala bastante reducida. A mediados del siglo V, el bárbaro Aspar, apoyado por los godos, hizo un esfuerzo para resucitar la antigua supremacía de éstos. Por algún tiempo lo logró. Dos emperadores, Marciano y León I, fueron elevados al poder merced a los trabajos de Aspar, a quien sólo sus tendencias arrianas impedían llegar en persona al trono. La capital empezó a expresar descontento contra Aspar, contra su familia y, en general, contra la influencia bárbara en el ejército. Dos hechos acrecieron la tensión existente entre los godos y los moradores de la capital.
La expedición marítima organizada contra los vándalos del África del Norte — quienes, según la Vida de San Daniel el Estilita, querían apoderarse de Alejandría — fracasó por completo, no sin implicar grandes gastos y dificultades a León I, que la dirigió. La población acusó de traición a Aspar, que se había opuesto a la expedición contra los vándalos, germanos de igual origen que los godos. (1) Aspar obligó a León a conferir el rango de cesar a uno de sus hijos, es decir, a darle la más alta dignidad del Imperio. El emperador decidió librarse de la influencia germánica. Lo consiguió con ayuda de los belicosos isáuricos, en aquel momento acantonados en gran número en la capital. Aspar fue muerto con parte de su familia, y ello asestó el golpe de gracia a la influencia germánica en la corte de Constantinopla. A causa de esta matanza se dio a León I el nombre de “Makelles” (Matarife). F. I. Uspenski ve en semejante suceso una etapa trascendental en el sentido de la nacionalización del ejército y del debilitamiento de la preponderancia bárbara entre las tropas, y concluye que ello bastaría para justificar el apelativo de “Grande” que se da a veces a León. (2)
(1) Se hallarán más detalles sobre la expedición contra los vándalos en la Vida de San Daniel el Estilita, Delehaye, c. 56, p. 175. Les saints stylites, p. 55. N. Baynes, ob. cit.página 399.
(2) F. I. Uspenski, Historia del Imperio bizantino, t. I, p. 330 (en ruso).
Al principio del reinado de Marciano, los hunos, tras haber sido una amenaza tan terrible para el Imperio, se trasladaron de la región del Danubio central hacia el occidente de Europa, donde después, en Galia, se libró la famosa acción de los Campos Cataláunicos. A poco, Atila murió y su enorme Imperio disgregóse. Así desapareció para Bizancio el peligro huno en los últimos años del reinado de Marciano.
Éste había heredado de su predecesor una situación religiosa muy difícil. Los monofisitas triunfaban. El emperador, partidario de los dos primeros concilios ecuménicos, no podía admitir ese triunfo. En 451 convocó un cuarto concilio ecuménico en Calcedonia. Este concilio tuvo importancia capital para toda la historia ulterior. Asistieron un número grande de eclesiásticos. El Papa se hizo representar por legados.
El concilio condenó las disposiciones del “Latrocinio de Efeso” y depuso a Dióscoro. Luego elaboró una nueva fórmula religiosa que rechazaba por completo la doctrina de los monofisistas y concordaba en pleno con las opiniones del Papa de Roma. El concilio reconocía “un Cristo único en dos naturalezas, sin confusión ni alteración, división o separación.” Los dogmas aprobados por el concilio de Calcedonia confirmaban solemnemente las principales definiciones de los dos primeros concilios ecuménicos, que se convirtieron así en base de la enseñanza religiosa de la Iglesia ortodoxa.
Las decisiones del concilio de Calcedonia fueron también de gran importancia política para la historia de Bizancio. El gobierno bizantino, oponiéndose abiertamente al monofisismo en el siglo V, se enajenó las provincias orientales de Siria y Egipto, donde la mayoría de la población era monofisista. Los monofisistas persistieron siendo fieles a sus doctrinas religiosas, incluso después de las decisiones del 451, y rehusaron todo compromiso. La Iglesia egipcia abolió el uso del griego en sus Oficios y los celebró desde entonces en lengua indígena (copta). Estallaron turbulencias religiosas en Jerusalén, Alejandría y Antioquía, como consecuencia, de la aplicación forzada de las decisiones del concilio, promoviéndose graves sediciones populares que revistieron carácter nacional y exigieron para ser reprimidas, no sin efusión de sangre, el concurso de las autoridades militares y civiles. La represión no resolvió tampoco el problema. Tras los conflictos religiosos, más agudos cada vez, comenzaban a manifestarse los disentimientos nacionales, sobre todo en Siria y Egipto. Gradualmente, las poblaciones indígenas de Egipto y Siria concibieron y desearon la idea de separarse de Bizancio. Los disturbios religiosos de las provincias orientales y la composición de los moradores de esos países crearon las condiciones que, en el siglo VII, facilitaron el paso de aquellas ricas y civilizadas comarcas primero a manos de los persas y luego de los árabes.
Debe notarse también la importancia del canon 28° del concilio de Calcedonia, que provocó un activo cambio de correspondencia entre el emperador y el Papa. Aquel canon no fue reconocido por el Papa, pero sí fue generalmente aceptado en Oriente. Tratábase del rango del patriarca de Constantinopla respecto al Papa de Roma, cuestión ya resuelta por el canon 3.° del segundo concilio ecuménico. El canon 28° del concilio de Calcedonia confirmaba la decisión del concilio precedente, y daba “privilegios iguales al muy santo trono de la Nueva Roma, estimando con razón que la ciudad que se honra con la presencia del Gobierno imperial y del Senado y goza de privilegios iguales a los de la antigua Roma imperial, debe, en materia eclesiástica, ser igualmente exaltada y tener rango inmediatamente después de ella.” (1) Además, el mismo canon concedía al arzobispo de Constantinopla el derecho de dar la investidura a los obispos de las provincias del Ponto, de Asia y de Tracia, habitadas por pueblos de tribus diversas. “Baste recordar — escribe F. I. Uspenski— que esos tres nombres abarcaban todas las misiones cristianas del Oriente, de la Rusia meridional y de la Península Balcánica, y todas las adquisiciones del clero oriental en las regiones. Tal fue, al menos, la opinión de los canonistas griegos posteriores, que defendieron los derechos del patriarca de Constantinopla. (2) Esta es, en pocas palabras, la importancia histórica, de un alcance ‘Universal, del canon 28°.” (3) Por este breve resumen se aprecia que Marciano y León I fueron emperadores de espíritu estrictamente ortodoxo.
(1) Mansi, Amplissima Collectio Conciliorum (Florencia, 1762), t. VII, p. 445.
(2) Uspenski, Historia del Imperio Bizantino, t. I, p. 276 (en ruso).
(3) Obsérvece que el canon 28. se limitaba a posponer Alejandría y los demás patriarcados al de Constantinopla (lo que tanto había de contribuir a fortalecer el monofisismo en Asia y África), sin alzar la menor objeción acerca de la primacía indiscutible de Roma; tan explícitamente reconoció el concilio la potestad de la Sede apostólica, que solicitaba de ella la confirmación de éste como de los restantes cánones. Es más, Calcedonia marca el momento en que más explícitamente se inclinó el Oriente ante el magisterio de Roma en materia de fe y de disciplina (Vid. P. Battifol. Le siege apostolique, París, 1924, p. 618). (N. del R.)
Zenón (474-491). Los Isauricos. Odoacro y Teodorico el Ostrogodo. El Henótico.
A la muerte de León I (474). le sucedió su nieto León, niño de seis años. León II murió el mismo año que su abuelo, después de haberse asociado al Imperio a su padre, Zenón (474-491)- Bajo éste, a la antigua influencia germánica substituyó en la corte otra nueva influencia bárbara, la de los isáuricos, raza salvaje a la que pertenecía el emperador por su origen. Los isáuricos ocupaban los mejores puestos y las dignidades más elevadas de la capital. Pero pronto advirtió Zenón que entre sus propios compatriotas había conjuraciones contra él, y, dando muestras de gran decisión, ahogó la revuelta en las montañas de la misma Isauria, donde hizo demoler la mayoría de las fortalezas. Sin embargo, la influencia isaúrica en el Imperio persistió hasta la muerte de Zenón.
La época de Zenón fue señalada en Italia por graves acontecimientos. En la segunda mitad del siglo V, la influencia de los jefes de las compañías germánicas había crecido mucho. Llegó el momento en que pudieron hacer y deshacer a su albedrío emperadores de Occidente. En 476, uno de esos jefes bárbaros, Odoacro (Odovacar), derribó al último emperador de Occidente, el joven Rómulo Augústulo, y se apoderó del trono de Italia. No obstante, quiso legitimar su nombramiento y, en nombre del Senado romano, envió una embajada a Zenón, asegurándole que Italia no necesitaba un monarca distinto y que su emperador debía ser Zenón. Al mismo tiempo, Odoacro pedía a Zenón eme le confiriese la dignidad de patricio romano, dándole, por delegación, el gobierno de Italia. La petición fue otorgada y Odoacro se convirtió en legítimo señor de Italia. Hasta hace cierto tiempo, se ha considerado el año 476 como el de la caída del Imperio romano de Occidente, pero esto es falso, porque en el siglo V no existía aún un Imperio romano de Occidente diferente al de Oriente. Había habido, como antes, un Imperio romano gobernado por dos emperadores, uno en la zona occidental y otro en la oriental. En el año 476 hallamos que sólo hubo un emperador: Zenón, el de la “pars orientalís.”
Odoacro, dueño de Italia, se conducía de una manera cada vez más independiente. Zenón no lo ignoraba. Pero no le pareció oportuno marchar contra él en persona a la cabeza de sus tropas y decidió castigarle por medio de los ostrogodos. Éstos, a partir de la disgregación del Imperio de Atila, vivían en Panonia, desde donde, conducidos por su rey Teodorico, ejecutaban incursiones devastadoras en la Península Balcánica, amenazando la misma capital del Imperio. Zenón logró desviar la atención de Teodorico hacia las ricas provincias de Italia. Así daba dos golpes con una piedra, desembarazándose de sus peligrosos enemigos del norte y resolviendo, con ayuda de una fuerza extranjera, las dificultades suscitadas por el indeseable gobernador de Italia. En cualquier caso, Teodorico era menos peligroso en Italia que en los Balcanes.
Teodorico marchó sobre Italia, batió a Odoacro, se apoderó de Ravena, principal plaza fuerte del vencido, y, a la muerte de Zenón, fundó en la Península Itálica un reino ostrogodo con capital en la misma Ravena. La Península Balcánica se había desembarazado definitivamente de los ostrogodos.
El principal problema interior durante el reinado de Zenón fue el religioso, que siguió provocando trastornos en todo el Imperio, a causa de las diversas corrientes nacidas en la Iglesia. Egipto, Siria, parte de Palestina y del Asia Menor, seguían firmemente adeptas del monofisismo. La rigurosa política ortodoxa de los dos predecesores de Zenón no había sido aprobada en las provincias orientales. Los jefes de la Iglesia se daban perfecta cuenta de la gravedad de la situación, y el patriarca de Constantinopla, Acacio—que al principio alabara las decisiones del concilio de Calcedonia,— así como el patriarca de Alejandría, Pedro Mongo, sentíanse muy deseosos de hallar una salida conciliadora a una situación tan difícil. Propusieron, pues, a Zenón hacer un esfuerzo para reconciliar a los adversarios mediante concesiones recíprocas. Zenón, aceptando la propuesta, publicó el 482 el edicto de unión o Henótico (ένωτικον), que fue dirigido a las iglesias de la jurisdicción del patriarca de Alejandría. El fin principal del edicto era no ofender a los ortodoxos ni a los monofisistas sobre la cuestión de la unión en Jesucristo de las dos naturalezas, divina y humana. El Henótico reconocía como imprescriptibles los principios religiosos desarrollados en los dos primeros concilios ecuménicos y confirmados en el tercero; anatematizaba a Nestorio y Eutiques y a sus partidarios, y declaraba que Jesucristo era “de la misma naturaleza que el Padre en su naturaleza divina y también de la misma naturaleza que nosotros en su naturaleza humana,” pero a la vez evitaba emplear las expresiones “una naturaleza” o “dos naturalezas” y pasaba en silencio la declaración del concilio de Calcedonia respecto a la unión de las dos naturalezas en el Cristo. El concilio de Calcedonia sólo era mencionado una vez y en estos términos: “Y aquí anatematizamos a todos aquellos que han sostenido, ahora o en otro momento, en Calcedonia o todo otro sínodo, toda otra opinión diferente.” (1)
(1) Evagrio, Htist. ecl., III, 14, ed. Bidez-Parmentier, Londres, 1898, p. 113. Crónica siria, atribuida a Zacarías de Mitilene, V, 8, raduc-ción de Hamilton y E. W. Brooks (Londres, 1899), p. 123.
El Henótico parecía en principio tender a una unión con los disidentes pero al cabo no satisfizo ni a los ortodoxos ni a los monofisistas. (1) Los primeros no podían aceptar las concesiones hechas a los monofisístas y los otros consideraban éstas como insuficientes, dado lo impreciso de las expresiones del Henótico. Con ello, el Henótico aportó nuevas complicaciones a la vida religiosa de Bizancio, aumentando el número de las sectas. Parte del clero hizo suya la idea reconciliatoria, y mantuvo el edicto de unión, mientras los extremistas del lado ortodoxo y los del monofisista se negaban a todo compromiso. Los ortodoxos intransigentes fueron llamados “Akoimetoi,” o “Veladores.” En efecto, en sus conventos se celebraban Oficios de manera ininterrumpida, de modo que ellos habían tenido que distribuirse en tres “equipos.” Los monofisistas extremistas fueron llamados “Akephaloi” o “Sin Cabeza,” puesto que no reconocían la autoridad del patriarca de Alejandría, que había aceptado el Henótico. El Papa de Roma protestó también contra el Henótico. El mismo Papa examinó con detenimiento los males que afligían al clero oriental, descontento del edicto; luego estudió el edicto de unión en sí mismo y decidió excomulgar y anatematizar al patriarca de Constantinopla, Acacio, en un concilio reunido en Roma. Acacio replicó dejando de nombrar al Papa en sus oraciones. Éste fue, hablando en puridad, el primer cisma real entre las Iglesias de Occidente y Oriente, y se prolongó hasta 518, fecha de la exaltación de Justino I. Así, la escisión política de las partes oriental y occidental del Imperio, ya acusada en el siglo V con la fundación de los reinos bárbaros de Occidente, se agravó más en el reinado de Zenón a causa del cisma religioso. (2)
(1) Sabido es que los monofisitas, al menos en el siglo VI, renegaban por igual de Nestorio y de Eutiques. V. J. Maspero, Plistoria de los patriarcas de Alejandría (París, 1923), páginas 1-3.
(2) Se hallará un entusiástico retrato de Zenón en la Vida de San Daniel el Estilita, C. 91, p. 205-206, y Les saints stylites, p. 85. Bayncs en The Engüsh Historical Review, 4° (1925) P- 402.
Anastasio I (491-518). La Guerra Pérsica. Las Incursiones Búlgaras y Eslavas.
Las Relaciones con Occidente.
A la muerte de Zenón, su viuda, Ariadna, fijó su elección en un hombre de bastante edad (61 años), llamado Anastasio, originario de Dyrrachium y que ejercía en la Corte el empleo harto humilde de silenciario. (Llamábase “silentiarius” a los ujieres que permanecían en las puertas durante las reuniones del Consejo imperial o las audiencias del emperador.) Anastasio no fue coronado emperador sino después de firmar una declaración donde se comprometía a no introducir novedad alguna en la Iglesia. El patriarca de Constantinopla, partidario convencido del concilio de Calcedonia, insistió en obtener esta garantía.
El primer problema que Anastasio hubo de resolver fue el de los isáuricos, que habían adquirido bajo Zenón tanto poder. Su situación privilegiada irritaba a los moradores de la capital. Al descubrirse que, a la muerte de Zenón, habían organizado una conjura contra el nuevo emperador, Anastasio resolvió a obrar y lo hizo con celeridad. Les quitó los cargos importantes que ocupaban, les confiscó sus bienes y los arrojó de la capital. Esta medida fue seguida de una lucha extremamente larga y difícil y sólo tras seis años de combates fueron los isáuricos sometidos por completo en su país de origen A muchos de ellos se les deportó a Tracia. Anastasio rindió al Imperio un gran servicio al resolver por completo la cuestión isáurica.
Entre los hechos de la historia exterior son de notar, de una parte, la larga e infructuosa guerra contra Persia, y de otra, los sucesos de la frontera danubiana, que debían tener consecuencias muy graves para la historia ulterior. Después de la partida de los ostrogodos hacia Italia, la frontera del norte sufrió, durante el reinado de Anastasio, incursiones devastadoras de los búlgaros, los getas y los escitas.
Los búlgaros, que invadieron las fronteras bizantinas en el siglo V, eran, como vimos, un pueblo de origen húnico (turco). Su nombre aparece por primera vez en la Península Balcánica durante el reinado de Zenón, en conexión con las emigraciones ostrogóticas al norte del Imperio bizantino.
En cuanto a los nombres, asaz poco precisos, de getas y escitas, ha de recordarse que los cronistas de la época no estaban bien informados sobre la composición etnográfica de los pueblos del norte, por lo cual es probable que esos términos se aplicaran a agrupaciones heterogéneas. Los historiadores consideran verosímil que ciertas tribus eslavas entren en tal apelativo.
Teofilacto, escritor bizantino del siglo VII (1) llega a identificar por completo a los getas con los eslavos. Así, durante el reinado de Anastasio los eslavos inician sus incursiones en los Balcanes, a la vez que los búlgaros. Según un historiador, “jinetes géticos” devastaron Macedonia, Tesalia, el Epiro y llegaron hasta las Termópolis. (2) Ciertos sabios opinan que los eslavos penetraron en la Península Balcánica en un período más remoto. El sabio ruso Drinov, por ejemplo, apoyándose en el estudio de los nombres geográficos y de personas en la Península, coloca los principios de la colonización eslava en la zona de los Balcanes a fines del siglo II de J.C. Hoy esta teoría ha sido abandonada. (3)
Las invasiones de búlgaros y eslavos bajo Anastasio no tenían importancia grande: aquellas bandas de bárbaros volvían a sus lugares de procedencia después de haberse entregado al pillaje entre la población bizantina. Pero semejantes incursiones fueron precursoras de las grandes invasiones eslavas que hubo en los Balcanes en el siglo VI, bajo el reinado de Justiniano.
A fin de proteger la capital contra los bárbaros nórdicos, Anastasio hizo construir en Tracia, cuarenta kilómetros al oeste de Constantinopla, la “Muralla Larga,” que iba del mar de Mármara al mar Negro, “haciendo — dice una fuente — de la ciudad una isla en vez de una península.” (4)Pero aquel muro no justificó las esperanzas que se habían fundado en él, porque en virtud de su edificación acelerada y de las brechas que en él abrieron los temblores de tierra, no constituyó un obstáculo serio ni impidió a los enemigos acercarse a la capital. Las modernas fortificaciones turcas de Chataldya, elevadas casi en el mismo lugar, son en cierto modo una reedición de la obra de Anastasio, de la que aun hoy existen algunos vestigios.
(1) Theophylacti Simocattae, Historia, III, 4, 7, ed. De Boor (1887), p. 116. V. Bury, tomo I, p. 434-436.
(2) Marcelino Comilis, Chronicon, ad annum 347, ed. Mommsen, Chronica Minora (1893), tomo II, p. 100.
(3) Drinov, La ocupación eslava en la Península Balcánica (Moscù, 1873), (en ruso).
(4) Evagrio, Hist. ecl., III, 38, ed. Bidéz Parmentier, p. 136..
En la Europa occidental estaban en vías de producirse nuevos e importantes cambios. Teodorico se había hecho rey de Italia. En el lejano noroeste, Clodoveo había fundado un reino franco antes de que Anastasio ascendiese al trono. Aquellos dos reinos estaban establecidos en territorios pertenecientes al emperador romano, que era, de hecho, bizantino. En rigor, no cabía hablar de una dependencia verdadera del lejano reino franco a Constantinopla, pero, ante los ojos de los pueblos sometidos, el poder de los conquistadores debía, para ser legitimado, recibir una confirmación oficial en las orillas del Bósforo. Así, cuando los godos proclamaron rey de Italia a Teodorico, “sin esperar — dice un cronista contemporáneo — las instrucciones del nuevo príncipe,” (1) es decir, de Anastasio, Teodorico pidió a este último que le enviase las insignias del poder imperial, devueltas antes a Zenón por Odoacro.
Tras largas negociaciones y previo el envío de varias embajadas a Constantinopla, Anastasio reconoció a Teodorico como soberano de Italia, y el godo se hizo así monarca legítimo a los ojos del pueblo. (2) Pero los sentimientos arríanos de los godos impedían un acercamiento más íntimo entre ellos y los representantes populares de Italia.
A Clodoveo, rey de los francos, Anastasio le envió un diploma confiriéndole el título de cónsul. Clodoveo lo recibió con gratitud.(3) No era, por supuesto, más que un consulado honorífico, que no implicaba el ejercicio de las funciones inherentes a aquel grado. Pero para Clodoveo tenía, con todo, una gran importancia. La población romana de la Galia consideraba al emperador de Oriente como la encarnación del poder supremo, y único que podía dispensar todos los demás poderes. El diploma de Anastasio demostró a la población gala la legitimidad del poder que Clodoveo ejercía sobre ella. Clodoveo pasaba a ser una especie de virrey de Galia, que teóricamente pertenecía al Imperio romano. Estas relaciones del emperador bizantino con los reinos germánicos demuestran que a fines del siglo V y principios del VI la idea de un Imperio único era muy fuerte todavía.
(1) Anónimo Valesiano, par. 57, ed. Gardthausen (1875), p. 295, en el II vol. de su ed. de Amiano Marcelino; ed. Mommscn, Chronica Minora, t. I, p. 322.
(2) V. J. Sundivall,.-Abhandlugen zur Gescliichte des ausgehcnden Rómertums (Hdsingfors, 1919), p. 190-239.
(3) Grcgorii Turonensis, Historia Francorum, II, 38 (XXVIII); ed. por H. Omont y G. Collón, rev. por Poupardin (París, 1913), p. 72.
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Continuación de la (5)
Las Disputas Religiosas y el Tercer Concilio Ecuménico.
Los dos primeros concilios ecuménicos habían establecido definitivamente el punto de que Cristo era a la vez Dios y hombre. Pero esta solución no satisfacía a los espíritus ávidos de verdad religiosa, los cuales comenzaron a discutir de qué manera convenía entender en Jesús la unión de la persona humana y la substancia divina, y sus relaciones recíprocas. El fin del siglo IV y vio nacer en Antioquía una doctrina según la cual no existía unión completa de las dos naturalezas en Jesucristo, demostrando a continuación la plena independencia de la naturaleza humana en Jesucristo, tanto antes como después de su unión con la naturaleza divina. Mientras semejante doctrina no rebaso un círculo restringido de personas, no motivó grandes turbaciones en la Iglesia. Pero a contar del día en que la sede episcopal de Constantinopla fue ocupada por Nestorio, partidario convencido de aquella doctrina, las circunstancias cambiaron. El nuevo patriarca quiso imponer la doctrina de Antioquía a toda la Iglesia. Nestorio que era célebre por su elocuencia, dirigió al emperador, a raíz de su consagración, las palabras siguientes: “Dame, Señor, una tierra limpia de herejes y yo te daré en cambio el cielo; ayúdame a exterminar a los herejes y yo te ayudaré a exterminar a los persas.” (3) Con el nombre de herejes, Nestorio comprendía todos aquellos que no compartían sus opiniones sobre la independencia de la naturaleza humana en Jesucristo. Nestorio no llamaba a la Virgen María “Madre de Dios,” sino “Madre del Cristo,” es decir, “Madre de un hombre.”
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(1) Excerpta de legationibus, ed. C. de Boor, t. I. Berlín, 1903, p. 121-131 (fr. 3). Fragmenta Historicorum graecorum, ed. C. Mullcms, i. IV, París, 1851, p. 77-87.
(2) Se hallará una traducción libre del relato de Prisco, en Bury, t. I, p. 279-288. V. W. Ennslin, Maximinus und seine Begleiter, der Historiker Priskos (Byzantinische-Neugriechische Jahrbücher, t. V, 1926, p. 1 – 9.
(3) Sócrates, Hist. ecl., VII, 29.
Nestorio entabló severas persecuciones contra sus adversarios, y con esto trajo a la Iglesia grandes turbulencias. Se levantaron contra su doctrina el patriarca de Alejandría, Cirilo, y el Papa Celestino, quien, en el concilio de Roma, condenó como herética la nueva doctrina. El emperador Teodosio, deseando poner fin a las disputas de la Iglesia, convocó en Efeso el tercer concilio ecuménico, que condenó el nestorianismo (431). Nestorio hubo de retirarse a Egipto, donde murió.
A pesar de la condenación del nestorianismo, los nestorianos eran bastante numerosos en Siria y en Mesopotamia. El emperador ordenó a las autoridades de aquellas provincias que procedieran contra ellos. El foco principal de nestorianismo era Edesa, donde funcionaba una célebre escuela, difusora de la doctrina de Antioquía. En 489, bajo el emperador Zenón, la escuela fue suprimida y sus profesores y alumnos expulsados. Pero ellos se refugiaron en Persia y crearon una escuela en Nisibe. El rey de Persia acogió de buen grado a los nestorianos, ofreciéndoles su protección. Veía en ellos, en efecto, enemigos del Imperio, de los que podía servirse llegado el caso. La Iglesia persa de los nestorianos o cristianos siriocaldeos, tenía a su frente un obispo denominado “Catholicos.” Desde Persia, el cristianismo, en su forma nestoriana, pasó a otros países, se propagó por el Asia central y consiguió muchos prosélitos en la India.
Entre tanto, en la Iglesia bizantina — y en Alejandría sobre todo — había surgido, tras el concilio de Efeso, una nueva corriente nacida y desarrollada por oposición al nestorianismo y en un sentido opuesto. Los partidarios de Cirilo de Alejandría, quien atribuía preponderancia a la naturaleza divina de Jesucristo, llegaron a la conclusión de que la naturaleza humana de Jesús desaparecía en su naturaleza divina, es decir, que Jesucristo no tenía más que una naturaleza divina. Tal doctrina recibió el nombre de “monofisismo” y sus partidarios fueron llamados monofisistas (del griego μόνος, solo, y φύσις, naturaleza). El monofisismo hizo muy grandes progresos bajo el patriarca de Alejandría, Dióscoro, y el archimandrita de Constantinopla, Eutiques, monofisistas convencidos. El emperador aceptó la doctrina de Dióscoro, viendo en él al heredero de Cirilo de Alejandría. Pero el patriarca de Constantinopla y el Papa León I el Grande se opusieron a la nueva doctrina. A instancias de Dióscoro, el emperador, en 449, reunió en Efeso un concilio que ha pasado a la historia con el nombre de “Latrocinio de Efeso.” El partido alejandrino de los monofisistas, con Dióscoro a su cabeza, presidiendo el concilio, hizo reconocer, empleando medios violentos contra los asistentes, la doctrina de Eutiques, es decir, el monofisismo. Ésta pasaba a ser la doctrina ortodoxa y sus adversarios quedaban condenados. El emperador ratificó las disposiciones del concilio y le reconoció la calidad de ecuménico. Semejante solución no podía devolver la paz a la Iglesia. Una muy grave crisis religiosa desgarraba, pues, el Imperio a la muerte de Teodosio II (450), quien dejaba a su hijo el cuidado de resolver el problema monofisista, tan importante para la historia posterior de Bizancio.
La época de Teodosio II no sólo es interesante por los turbulentos sucesos, tan grávidos de consecuencias, de la historia religiosa, sino también por otras características que se refieren a la vida interior del Imperio.
La Escuela Superior de Constantinopla. El Código de Teodosio.
Las Murallas de Constantinopla.
La creación de la Escuela Superior de Constantinopla y la publicación del Código de Teodosio son dos episodios capitales en la historia de la civilización bizantina.
Hasta el siglo V, Atenas había sido el foco principal de la enseñanza de las ciencias paganas en el Imperio romano. Poseía una famosa escuela filosófica. Allí acudían de todas partes los sofistas, es decir, los profesores griegos de lógica, metafísica, y retórica, unos para demostrar sus conocimientos y su arte oratorios, otros con miras a conseguir una buena colocación como profesores. Estos profesores vivían en parte de la caja imperial y en parte del tesoro de diversas ciudades. En Atenas, además, las lecciones particulares y las conferencias estaban mejor remuneradas que en otros sitios.
El triunfo del cristianismo en el siglo IV dio un golpe considerable a la escuela de Atenas. Por ende, la vida espiritual de esta ciudad quedó trastornada a fines del mismo siglo por las invasiones visigóticas en Grecia. Después de partir los godos, la Escuela de Atenas se halló despoblada. Los filósofos eran menos numerosos. Finalmente, la escuela pagana de Atenas recibió un golpe aun más sensible con la creación por Teodosio II de la Escuela Superior cristiana, o Universidad de Constantinopla.
Desde que Constantinopla se había convertido en capital del Imperio, muchos retóricos y filósofos habían acudido a aquella capital, de manera que ya antes del reinado de Teodosio II existía de hecho una especie de Casa de Altos Estudios. Profesores y estudiantes eran invitados a encaminarse a Constantinopla, y afluían de África, de Siria y de otros lugares. San Jerónimo observaba en su Crónica (360-362): “Evancio, el más sabio de los gramáticos, murió en Constantinopla y para “El Código De Teodosio” substituirle se hizo acudir de África a Carisio.” (1) Así, el historiador más reciente de la materia expresa la opinión de que bajo Teodosio la universidad no fue fundada, sino reorganizada. (2)
(1) San Jerónimo, Chronicon. (Migne, Patr. lat., XXVII, col. 689-690). V. H. Usener, Vier lateinische Grammatiker, Rheinisches Museum, t. XXIII (1868), p. 492.
(2) V. Fr. Fuchs, Die Hóheren Schulen von Konstantinopel in Mittelalter (Leipzig-Berlin. 1926), p. 2.
En 425, Teodosio publicó un edicto disponiendo la creación de una Escuela superior. El número de profesores se fijaba en treinta y uno. Debían enseñar gramática, retórica, derecho y filosofía. La enseñanza debía darse parte en latín y parte en griego.
El edicto declaraba que habría tres retóricos (“oratores”) y diez gramáticos que enseñarían en latín, y cinco retóricos o sofistas (“sophistae”) y diez gramáticos que enseñarían en griego. Además, se preveía una cátedra de filosofía y otra de jurisprudencia. Aunque la lengua del Estado siguiese siendo la latina, la creación de cátedras en lengua griega indica claramente que el emperador empezaba a comprender los derechos indiscutibles de ese idioma en la capital. El griego era, en efecto, la lengua más corrientemente hablada y mejor comprendida en toda la “pars orientalis” del Imperio. Es interesante notar que el número de retóricos de lengua griega superaba en dos al de retóricos de lengua latina. La nueva universidad fue establecida en un edificio especial, dotado de vastas salas de conferencias. Los profesores no tenían el derecho de dar lecciones particulares, debiendo consagrar todo su tiempo y atención a la enseñanza en la universidad. Recibían un sueldo fijo, pagado por el Estado, y podían alcanzar situaciones muy elevadas. El nuevo foco de enseñanza cristiana de Constantinopla iba a revelarse como un rival muy peligroso para la Escuela pagana de Atenas, más en decadencia cada vez. Pronto ¡ la Escuela superior de Teodosio II fue el foco en torno al cual se agruparon las mejores fuerzas espirituales del Imperio.
También bajo Teodosio II se publicó el más antiguo compendio de constituciones imperiales que ha llegado hasta nosotros. Hacía mucho tiempo que se sentía la profunda necesidad de efectuar tal compilación. Numerosas constituciones no compiladas se habían perdido o caído en olvido, de donde salían un gran desorden en los asuntos públicos y muchas molestias para los jurisconsultos. Conocemos la existencia de dos compilaciones jurídicas de época anterior a Teodosio: el Codex Gregorianus y el Codex Hermogenianus, probablemente llamadas así por los nombres de sus autores, Gregorio y Hermógenes, a propósito de los cuales no sabemos nada. La primera de ellas data de la época de Diocleciano y probablemente contiene las disposiciones promulgadas desde Adriano a Diocleciano. La segunda, compuesta bajo sus sucesores en el siglo IV, comprende las constituciones promulgadas desde Adriano a Diocleciano. La segunda, compuesta bajo sus sucesores en el siglo IV, comprende las constituciones promulgadas desde fines del siglo III hasta las inmediaciones del año 360. Esas dos compilaciones no han llegado hasta nosotros y sólo las conocemos por fragmentos insignificantes que se han conservado. Teodosio II concibió la idea de publicar, sobre el modelo de las dos compilaciones precedentes, una compilación de las disposiciones promulgadas por los emperadores cristianos, desde Constantino a él mismo, ambos incluidos. Tras ocho años de trabajos, la comisión convocada por el emperador publicó el Codex Theodosianus, en lengua latina. Este código se publicó en Oriente el año 438, y a poco fue introducido también en Occidente. El Código de Teodosio se divide en dieciséis libros, divididos a su vez en cierto número de títulos (“tituli”). Cada libro trata de una parte del gobierno: administración, asuntos militares, religiosos, etc. En cada título los decretos se clasifican por orden cronológico. Las disposiciones publicadas después de la aparición del Código fueron llamadas “Nuevas” o “Novelas” (“leges novellae”).
El Código de Teodosio tiene gran importancia desde el punto de vista histórico. En primer lugar es la fuente más preciosa que poseemos para estudiar la historia interior de los siglos IV y V. Pero, como abraza igualmente el período en que el cristianismo se convirtió en religión de Estado, tal compilación de leyes puede considerarse también como un resumen de la obra de la nueva religión en la esfera jurídica y de las modificaciones que aportó a la práctica del derecho. Ese Código, así como las compilaciones precedentes, sirvieron de base a la legislación justiniana. En fin, el Código teodosiano, introducido en Occidente en la época de las invasiones germánicas, ejerció, con los dos códigos anteriores, las Novelas posteriores y algunos otros monumentos jurídicos de la Roma imperial (las instituciones de Cayo, por ejemplo), una gran influencia, directa e indirecta a la vez, sobre la legislación bárbara. La famosa “Ley romana de los visigodos” “Lex Romana Visigothorumn,” destinada a los subditos romanos del reino visigótico, no es sino una abreviación del Código teodosiano y las otras fuentes que acabamos de mencionar. Por eso la “Ley romana de los visigodos” se denomina también “Breviario de Alarico” (Brevíarium Alaricianum), del nombre del resumen publicado por el rey visigodo Alarico II a primeros del siglo VI. Este es un ejemplo de influencia directa ejercida sobre la legislación bárbara por el Código de Teodosio. Pero más grande aun fue la influencia indirecta que ejerció por intermedio del referido Código visigodo. En la Alta Edad Media, siempre que se alude a la Ley romana, es invariablemente la “Ley romana de los visigodos” y no el verdadero Código teodosiano lo que se cita. Durante todo ese período, y hasta la época de Carlomagno incluso, la legislación de la Europa occidental fue influida por el Breviario de Alarico, que se convirtió en la principal fuente de derecho romano en Occidente. También la ley romana, en esta época, influye en la Europa occidental, y no a través del Código de Justiniano, que sólo se propagó en Occidente mucho más tarde, hacia el siglo XIII. Tal hecho ha sido a veces olvidado por los eruditos, y así hasta un historiador tan eminente como Fustel de Coulanges ha podido declarar: “la ciencia ha demostrado que las compilaciones legislativas de Justiniano estuvieron en vigor en Galia en la Alta Edad Media.” Pero la influencia de aquel Código fue aún mayor, porque parece que el “Breviario” de Alarico desempeñó cierto papel incluso en la historia de Bulgaria. Tal es, al menos, la opinión del sabio croata Bogisic, cuyos argumentos han sido desarrollados y confirmados por el sabio búlgaro Bobtchev. A creer a estos dos historiadores, el Breviario de Alarico fue enviado por el Papa Nicolás I al rey búlgaro Boris, quien había expedido al Papa una delegación, el año 866, pidiéndole que mandase a Bulgaria las “leyes del mundo” (“Leges mundanae”). Contestando a esta petición, el Papa, en su “Responsaad Consulta Bulgarorum,” envió a los búlgaros, según sus propios términos, (das venerables leyes de los romanos” (“venerandae Romanorum leges”), que los dos sabios antedichos consideran precisamente haber sido el Breviario de Alarico. (1) Claro que. aun de ser así realmente, no debemos exagerar la importancia de ese Código en la vida de los antiguos búlgaros, porque, muy pocos años después de tal suceso, Boris rompió con la Curia romana y se aproximó a Constantinopla. Pero el mero hecho de que el Papa enviase a Bulgaria el “Breviarium” basta para señalar el papel que éste desempeñaba en la vida europea del siglo IX. Todos estos ejemplos indican bastante la mucha influencia y gran difusión del “Codex Theodosianus.”
(1) Bogisic, Pisani zakoni na slovenskom jugu. U Zagrebu (1872), p. 11-13 (en croata). S. Bobtchev, Historia del antiguo derecho búlgaro (Sofía. 1910, p. 117-120 (en búlgaro)
Entre los grandes acontecimientos de la época de Teodosio II, debemos indicar la construcción de las murallas de Constantinopla. Ya Constantino el Grande había rodeado la ciudad con un muro. Pero en la época de Teodosio II la población había rebasado con mucho aquel cinturón, Era indispensable proveer nuevas medidas para defender la capital contra los ataques de sus enemigos. La suerte de Roma, tomada por Alarico el 410, fue una seria advertencia para Constantinopla. que también se vio amenazada, en la primera mitad del siglo V, por los salvajes hunos.
Había entre quienes rodeaban a Teodosio hombres enérgicos y con talento bastante para resolver aquel difícil problema. Las murallas se construyeron en dos veces. Durante la primera infancia de Teodosio, Antemio, prefecto del pretorio, que era entonces regente, hizo construir (413) un muro flanqueado de numerosas torres, que iba del mar de Mármara al Cuerno de Oro. algo más al oeste que la muralla de Constantino. El nuevo muro de Antemio, que salvó a la capital de la ofensiva de Atila, existe aun hoy al norte del mar de Mármara, hasta las ruinas del palacio bizantino conocido con el nombre de Tekfur-Serai. Tras una violenta sacudida sísmica que destruyó la muralla, Constantino, prefecto del pretorio, la reparó, construyendo, además, ante ella, otro muro con numerosas torres, rodeado de un foso ancho y profundo, con agua. De modo que por el lado de tierra Constantinopla tenía una triple línea de fortificaciones: los dos muros, separados por una especie de plataforma, y el profundo foso que se abría al pie del muro exterior. Bajo la administración de Ciro, prefecto de la ciudad, se construyeron nuevas murallas, éstas al borde del mar. Las dos inscripciones, visibles hoy todavía en los muros, que se refieren a ese período, y que son una griega y otra latina, mencionan la actividad constructiva de Teodosio. El nombre de Ciro está asociado también a la organización del alumbrado nocturno en las calles de la capital. (1)
Teodosio II murió el año 450. A pesar de su debilidad y de su falta de capacidades de estadista, su largo reinado presenta un interés considerable para la evolución ulterior del Imperio, sobre todo desde el punto de vista de la historia de la civilización. Gracias a una juiciosa elección de sus altos funcionarios. Teodosio logró obtener resultados muy grandes. La Escuela Superior de Constantinopla y el Código de Teodosio quedan como monumentos imperecederos en la historia de la civilización del primer cuarto del siglo V. Los muros elevados en aquel período hicieron inexpugnable a Constantinopla durante varios siglos. N.H. Baynes escribe: “En cierto sentido, los muros de Constantinopla fueron para Oriente los cañones y la pólvora que faltaron a Occidente y por cuya falta el Imperio cayó.”(2)
http://www.diakonima.gr/2009/09/18/historia-del-imperio-bizantino-6/
Continuación de la (4)
Los Problemas Nacionales y Religiosos en el Siglo V.
El Interés de este período reside esencialmente en su modo de afrontar el doble problema nacional y religioso. Por “problema nacional,” o “problema de las nacionalidades,” entendemos la lucha de éstas entre sí en el interior del Imperio, así como los conflictos con los pueblos que atacaban desde el exterior.
Parece que el helenismo debiera haber desempeñado en la “pars orientalis” el papel de una fuerza unificadora en medio de una población tan dispar; pero de hecho no fue así. No obstante, su influjo se había ejercido en Oriente hasta el Eufrates y hasta Egipto desde la época de Alejandro de Macedonia y sus sucesores. Alejandro había visto en la creación de colonias uno de los mejores medios de implantar el helenismo: se le atribuye la fundación de más de setenta ciudades en Oriente. En cierta medida, sus sucesores continuaron esta política. Los límites extremos de la helenización estaban, al norte, en Armenia; al sur hacia el mar Rojo; al este en Persia y en Mesopotamia. El helenismo no había rebasado estas provincias. El principal centro de civilización helenística era la ciudad egipcia de Alejandría. A lo largo de lodo el litoral mediterráneo, y sobre todo en Asia Menor, Siria y Egipto, la civilización helénica se había impuesto a las demás. De esos tres países, acaso Asia Menor fuera el más helenizado. Hacía muchos siglos que sus costas estaban cubiertas de colonias griegas, desde donde la influencia helena había irradiado, aunque no sin dificultades, hacia el interior del país.
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La helenización de Siria era menos profunda. La masa de la población no se hallaba familiarizada con la lengua griega y seguía hablando sus idiomas indígenas, el sirio y el árabe. Un sabio orientalista escribe que “si incluso en una ciudad tan cosmopolita como Antioquía, el hombre del pueblo hablaba el arameo (es decir, el siriaco), cabe con buena razón suponer que en el interior de la provincia el griego no era la lengua de las clases instruidas, sino sólo de los que la habían estudiado especialmente.” (1) Se puede hallar la prueba palmaria de que la lengua indígena Siria estaba profundamente implantada en Oriente, en la “Colección de leyes siriorromana del siglo V.” (2)
(1) Th. Noldeke, Ueber Mommsem’s Darstellung der romischen Herrschaft una romischen Politik in Oriente (Zeitschrift der morgenlándischen Gesellschaft, t. XXXIX (1885). Página 334).
(2) Bruns und Sachau, Syrisch-Romischcs-Rcchtsbuch aun dcm funften Jahrhitnáert Leipzig. 1880.
El manuscrito sirio más antiguo que de esa colección nos ha llegado está compuesto a principios del siglo VI, y por consecuencia antes de Justiniano. Ese texto sirio, probablemente escrito en la parte nordeste de Siria, es una traducción del griego. El original griego no ha llegado a nosotros, pero puede deducirse por algunas indicaciones que fue redactado hacia el 570. Como quiera que fuese, la traducción siria vio la luz casi en seguida de la aparición del texto original. Además del texto sirio, poseemos las versiones árabe y aramea de tal colección legislativa, que, según todas las probabilidades, es de origen eclesiástico, ya que analiza con profusión de detalles los artículos del derecho conyugal y sucesorial y hace resaltar osadamente los privilegios del clero. Pero aquí no nos interesa tanto el fondo de la colección tomó su gran difusión y corriente aplicación en Oriente, en los territorios comprendidos entre Armenia y Egipto, según lo prueban las numerosas y diversas versiones de estos documentos, así como lo que de ellos han tomado los escritores sirios y árabes de los siglos XIII y XIV. Más tarde, cuando la legislación justiniana se hizo, de modo oficial, obligatoria en todo el Imperio, el Código imperial pareció demasiado voluminoso y harto difícil de comprender para las provincias orientales, y en la práctica se siguió empleando la colección siria, que reemplazó al “Codex.” Cuando, en el siglo VIII, los musulmanes ocuparon las provincias orientales, aquella legislación siria tuvo igual difusión bajo el dominio mahometano. Que tal compendio legislativo fuera traducido al sirio en la segunda mitad del siglo VI, muestra con claridad que la masa de la población no conocía aún el griego ni el latín y estaba muy afincada a la lengua indígena siria.
En Egipto, a pesar de la existencia de un foco de civilización de irradiaciones universales, como lo era Alejandría, el helenismo no había afectado tampoco sino a la clase superior dirigente, laica o eclesiástica. La masa de la población seguía hablando la lengua indígena copta.
Estos motivos no fueron los únicos que obraron en el siglo V. El gobierno encontraba dificultades en las provincias orientales, no sólo a causa de las diferencias de nacionalidades y razas, sino también porque una aplastante mayoría de la población sirio-egipcia, y parte de la del Asia Menor oriental, eran profundamente afectas al arrianismo y sus ramificaciones sucesivas. Así, la cuestión de las nacionalidades, ya compleja en sí, se agravó en el siglo V con un problema religioso.
En las provincias occidentales del Imperio de Oriente, es decir, en la Península Balcánica, en la capital y en la parte occidental del Asia Menor, el problema importante de este período fue el problema germánico, que amenazaba, como se ha visto más arriba, la misma existencia del Imperio. A mediados del siglo V, después de que el problema godo se hubo resuelto, hubo motivos para creer que los salvajes isáuricos iban a ocupar en la capital el puesto de los godos. En la frontera oriental, la lucha contra los persas continuó con algunas interrupciones, mientras en la frontera septentrional de los Balcanes empezaban las devastadoras invasiones de un pueblo de origen único o turco: los búlgaros. (1)
(1) Sobre el origen de los búlgaros primitivos, v. V. Zlatarski, Historia de la edad búlgara (Sofía, 1918), t. I, p. 23 y sigs. (en búlgaro), y 1.. Xiederle, Manuel de l’antiquité slavc (París, 1933), t. I, p. 100.
Arcadio (395-408) — los Favoritos.
Arcadio tenía sólo diecisiete años cuando subió al trono. No poseía la experiencia ni la fuerza de voluntad requeridas por su elevada posición. Pronto se halló bajo el dominio completo de sus favoritos, que monopolizaron todo el poder, haciendo pasar a primer plano sus intereses propios y los de sus partidarios. El primer favorito que tuvo influjo sobre el emperador fue Rufino, que, viviendo Teodosio, había sido preceptor de Arcadio. Rufino no tardó en ser asesinado. Dos años después, pasó a ser favorito el eunuco Eutropio, quien ejerció influencia exclusiva sobre el emperador y alcanzó la cúspide de los honores después que hizo casar a Arcadio con Eudoxia, hija de un general franco del ejército romano. El hermano menor de Arcadio, Honorio, que había recibido el Occidente, tenía a su lado, como consejero designado por su mismo padre, al valeroso general Estilicón, tipo perfecto del bárbaro germano romanizado, que había prestado grandes servicios al Imperio luchando contra sus propios compatriotas.
La Resolución del Problema Gótico.
Bajo el reinado de Arcadio, la principal cuestión que se planteó al Imperio fue la germánica.
Los visigodos, establecidos en el norte de la Península de los Balcanes, estaban entonces mandados por un nuevo jefe: el ambicioso Alarico el Balto. Al principio del reinado de Arcadio entraron en Mesia, Tracia y Macedonia e incluso amenazaron la capital. Merced a la intervención diplomática de Rufino, Alarico abandonó la idea de marchar sobre Constantinopla. La atención de los godos se volvió a Grecia. Alarico atravesó Tesalia y por las Termopilas invadió la Grecia central.
En esta época, la población de Grecia, en conjunto, no estaba contaminada todavía, y era, poco más o menos, la que conocieran Pausanias y Plutarco. “La lengua, la religión, las leyes y las costumbres de los antepasados — dice Gregorovius — permanecían casi invariables en ciudades y campiñas. Si bien el cristianismo había sido reconocido oficialmente como la religión dominante; si bien el culto de los dioses, prohibido por el gobierno, estaba condenado a desaparecer, no por ello la Grecia antigua llevaba menos el sello moral y artístico del paganismo (gracias a los monumentos de la antigüedad, que había conservado.)” (1)
(1) Gregorovius, Geschichte der Stadt Athen, t. I, p. 35.
En su marcha a través de Grecia, los godos devastaron y saquearon la Beocia y el Ática. Ocuparon el puerto de Atenas — el Pireo, — pero, por suerte, no pasaron a Atenas misma. El historiador pagano del siglo V, Zósimo, se hace eco de una leyenda según la cual Alarico, al acercarse con su ejército a las murallas de Atenas, vio erguirse ante él, armada de punta en blanco, la diosa Atenea y, en pie ante los muros, el héroe troyano Aquiles. Atemorizado por tal aparición, Alarico abandonó la idea de atacar Atenas. (1) Por lo contrario, el Peloponeso sufrió terriblemente. Los visigodos saquearon Corínto, Argos, Esparta y varías otras ciudades. Estilicón avanzó para libertar a Grecia. Desembarcó con su ejército en el istmo de Corinto y así cortó a Alarico la retirada. No obstante, el jefe godo se abrió, con grandes dificultades, camino hacia el norte, y alcanzó el Epiro. El emperador Arcadio no titubeó en honrar al devastador de sus provincias con la elevada dignidad de “magister” del ejército de Iliria (“magíster militum per Illyricum”). Tras esto, Alarico dejó de amenazar el Oriente y dedicó toda su atención a Italia.
El peligro gótico no se hacia sentir sólo en la Península Balcánica y en Grecia. El predominio de los godos se manifestaba todavía, sobre todo a partir de Teodosío el Grande, en la capital, donde los grados más altos del ejército y gran número de elevadas funciones civiles habían pasado a manos de los germanos.
Al subir Arcadio al trono, era el partido germánico el que ejercía más profunda influencia en Constantinopla. A su cabeza estaba el godo Gainas, uno de los generales más valerosos del ejército imperial. En torno suyo se agrupaban los militares, en especial los de origen godo, y los representantes del partido germánico de la capital. El punto débil del partido consistía en lo religioso, pues ya hemos visto que los godos, en su mayoría, eran arríanos. El segundo partido que desempeñó papel importante en los años primeros del gobierno de Arcadio fue el del eunuco Eutropío, el poderoso favorito. Habíase rodeado Eutropio de ambiciosos y aventureros que perseguían ante todo la satisfacción de sus apetitos personales y para ello se servían de Europio. Gainas y Eutropio no podían entenderse. Ambos aspiraban al poder.
Los historiadores advierten la existencia de un tercer partido, hostil por igual a los germanos y a Eutropio. Este último partido, al que se habían unido los senadores, los funcionarios y la mayoría de los miembros del clero, puede ser considerado como una oposición que se levantaba, en nombre de la idea cristiana y nacional, contra la influencia creciente de los bárbaros y los heréticos. Naturalmente, el favorito, grosero y ávido, no podía despertar simpatías en este tercer partido, el jefe más sobresaliente del cual era Aureliano, prefecto de la ciudad. (2)
(1) Zósimo, V, 6, ed. Mendelsohn, p. 222-223.
(2) V. J. B. Bury, History of the Later Román Empirc (Londres, 1923), t. I, p. 127.
Entre los contemporáneos, hubo varios que comprendieron el grave peligro que la influencia germánica podía acarrear al Imperio. El gobierno mismo llegó a presentir el huracán.
Poseemos un documento de altísimo interés que nos muestra de manera vivida el estado de ánimo de cierto medios respecto al problema germánico. Hablamos del tratado de Sinesio Sobre el poder imperial, o, como a veces se traduce, (περί βασιλείας). Este tratado quizα fuera presentado al propio Arcadio. Sinesio (370-413), originario de Cirene, ciudad del África del Norte, era un neoplatónico instruido que se convirtió al cristianismo. En 399 se encaminó a Constantinopla para solicitar del emperador algunos desgravámenes de impuestos en favor de su ciudad natal. Más tarde de vuelta a su patria, fue elegido obispo de Ptolemaida, en África del Norte. Durante los tres años de su estancia en Constantinopla, Sinesio se dio perfecta cuenta del peligro que hacían correr los germanos al Imperio, y compuso el tratado a que hemos hecho referencia, que se puede calificar, con expresión de un historiador, de “manifiesto antigermano del partido nacional de Aureliano.” (1) “Bastará el más ligero pretexto — escribía Sinesio — para que los armados (esto es, los bárbaros) tomen el poder y adquieran supremacía sobre los ciudadanos libres.
(1) B. Bury, ob. cit., t. I, p. 129, ed. 1889; t. I, p. 83.
Entonces los civiles deberán combatir contra hombres experimentados al más alto punto en el arte militar… Es preciso ante todo apartar (a los extranjeros) de las funciones superiores y quitarles sus títulos de senadores, porque lo que en la antigüedad pasaba a los ojos de los romanos como el colmo de los honores, se ha convertido en una cosa abyecta para los extranjeros. Nuestra ineptitud para comprender me sorprende en muchos casos, pero sobre todo en éste. En toda casa, por mediocre que sea, se puede encontrar un esclavo escita (es decir, godo); ellos son cocineros, despenseros… Escitas también los que llevan sillas pequeñas a la espalda y las ofrecen a quienes quieren reposar al aire libre. ¿No es hecho digno de provocar sorpresa en el mayor grado ver a los mismos bárbaros rubios, peinados a la moda eubea, que en la vida privada llenan el papel de domésticos, darnos órdenes en la vida pública? El emperador debe depurar el ejército; lo mismo, en un montón de granos de trigo, separamos la paja y cuanto puede ser nocivo al buen grano… Tu padre, por exceso de clemencia, trató (a esos bárbaros) con dulzura e indulgencia; él les dio el título de aliados; él les concedió derechos políticos, honores; él generosamente les donó tierras. Pero no han comprendido y apreciado como convenía la nobleza de este trato. Han visto en ello una debilidad por nuestra parte, y eso les ha inspirado una arrogancia insolente y una jactancia inaudita… Recluta a nuestros nacionales en mayor numero, eleva nuestro ánimo, fortifica nuestros propios ejércitos y cumple lo que el Estado ha menester… Hay que emplear perseverancia. Que esos bárbaros trabajen la tierra, como en la antigüedad los mesenios, que después de haber abandonado las armas sirvieron de ilotas a los lace- demonios, o bien que se vayan por el mismo camino por el que vinieron y que anuncien a las tribus de la otra orilla del río que los romanos no tienen ya la misma dulzura y que entre ellos rige un emperador joven, de noble corazón.” (1) La significación profunda de este notable documento, contemporáneo de los sucesos de que se trata, reside en la última recomendación de Sinesio. Éste comprende el peligro que amenaza al Imperio por parte de los godos y propone que se los aleje del ejército, que se recluten tropas nacionales y, tras esto, que se convierta a los bárbaros en labradores. Si no lo aceptan, que se limpie del ellos el territorio romano, arrojándolos al otro lado del Danubio, o sea devolviéndolos a su punto de origen.
(1) Sinesio, Opera Περι Βασιλειας, p. 14-15; Migne, Patr. Gr., LXVI, 1095-1097-V. Bury, ob. cit., t. 1, p, 129-130; A. Fitzgcrakl, The Letters of Synesius of Cyrene (Londres, 1926), p, 23-24.
El jefe más popular del ejército imperial, el godo Gainas, no podía soportar con calma la influencia exclusiva de Eutropio. Pronto se le presentó ocasión de obrar. En aquella época, los godos instalados por Teodosio el Grande en Frigia (Asia Menor), se sublevaron a las órdenes de su jefe Tribigildo, y asolaron el país. Gainas, enviado contra el rebelde, se alió a éste en secreto. Ambos se ayudaron entre sí e infligieron una derrota a las tropas imperiales enviadas contra Tribigildo. Éste y Gainas, dueños ambos de la situación, exigieron al emperador que destituyera a Eutropio y se lo entregase. El favorito tenía contra él a Eudoxia, la mujer del emperador, y al partido de Aureliano. Así acorralado, Arcadio hubo de ceder y desterró a Eutropio (399). Pero tal medida no contentó a los godos victoriosos, que forzaron al emperador a que llamara de nuevo a Eutropio a la capital, le entregase a la justicia y le hiciera ejecutar. Tras esto, Gainas exigió al emperador que se abandonase uno de los templos de la capital a los godos arríanos, para que éstos pudiesen celebrar allí su Oficio. Contra este proyecto se alzó Juan Crisóstomo (“Boca de Oro,” llamado así por sus cualidades como brillante orador que era) obispo de Constantinopla. Gainas, sabedor de que el obispo tenía a su lado no sólo la capital, sino lo más de la población del Imperio, no insistió.
Instalados en la capital, los godos, en cierta manera, eran árbitros de los destinos del Imperio. Arcadio y la población de Constantinopla comprendieron la mucha gravedad de la situación. Por su parte. Gainas, a pesar de sus éxitos, no logró conservar la preponderancia adquirida. Hallándose una vez ausente de la capital, estalló una revuelta. Muchos godos fueron muertos. Gainas no pudo volver a Constantinopla, y Arcadio, que había recuperado el valor, envió contra él a un godo fiel, el pagano Fravitta, que batió a Gainas cuando éste trataba de pasar por mar al Asia Menor. Gainas se refugió en Tracia, donde fue apresado por el rey de los hunos, quien le hizo cortar la cabeza y la envió como obsequio a Arcadio. Así se conjuró el grave peligro germánico, merced a un germano precisamente: el godo pagano Fravitta, que recibió por aquel gran servicio el título de cónsul. El problema godo quedó, pues, resuelto en el siglo V en ventaja del gobierno. Las tentativas ulteriores de los godos para recobrar la influencia perdida no tuvieron importancia alguna.
Juan Crisostomo.
Sobre aquel fondo de complicaciones germánicas resaltó la poderosa figura del patriarca de Constantinopla, Juan Crisóstomo. (1)
(1) En 1926, Baynes escribía: “Es verdaderamente extraño que no haya aún una biografía de Crisóstomo digna de este nombre” (Alexandria and Conslantinople. A study in ecclesiastical dtplomacy. Journal of Egyptian Archaeology, t. XII (1926). p. 150). Poseemos ahora una detallada biografía de Crisóstomo en dos volúmenes, muy cuidadosamente documentada y debida a un benedictino, el P. Crisóstomo Baur, Der heilige Johannes Chrysostomus und seine Zeit (Muních, 1929-30). No he visto mencionada en ningún sitio la muy detallada biografía de Crisóstomo, provista de abundantes referencias, que se publica en las Obras Completas de San Juan Crisóstomo. traducidas por primera vez al francés bajo la dirección de Jeannin, vol. I, Historia de San Juan Crisóstomo (Arras, 1887, p. 1-532). V. Tambien N. Turchi, La Civiltta bizantina (Turín. 1915), p. 225-367. Este articulo no está mencionado en la bibliografía dada en el libro de Baur, t. I, p. XXXVIII).
Juan, originario de Antioquía, fue discípulo del célebre retórico Libanio. Se proponía seguir una carrera civil, pero abandonó tal proyecto después de su conversión. Entonces se entregó con fervor a predicar en su ciudad natal, donde oficiaba como sacerdote. El favorito Eutropio, a la muerte del patriarca Nectario, fijó su atención sobre Crisóstomo, ya célebre en Antioquía por sus predicaciones. Temiéndose que la población de Antioquía se opusiese a su marcha, Juan fue llevado en secreto a Constantinopla. A pesar de las intrigas de Teófilo, obispo de Alejandría, Juan fue consagrado obispo y ocupó la sede patriarcal de Constantinopla el año 398. La capital recibió con él un orador notable y valeroso, uno de esos hombres excepcionales cuyas prácticas están acordes con sus principios. Predicador de una moralidad severa, adversario de un lujo excesivo, Juan, convencido niceísta, halló entre sus ovejas muchos enemigos. Entre ellos figuraba la emperatriz Eudoxia, amante del lujo y los placeres y a quien Juan, en sus prédicas públicas, colmaba de reproches, comparándola a Jezabel y a Herodíadas. (1) Juan adoptó una actitud enérgica ante los godos arríanos que, como vimos, exigían, por intermedio de Gainas, una iglesia para su Oficio. Juan rehusó categóricamente y los godos hubieron de seguir contentándose con la iglesia que se les había otorgado extramuros de la ciudad. Pero Juan se interesó vivamente por la minoría ortodoxa goda. Les cedió una iglesia en la ciudad, los visitaba a menudo y, ayudado por intérpretes, conversaba con ellos.
Su firme religiosidad, su intransigencia con todo aquello que se apartara del mensaje evangélico, su elocuencia severa y persuasiva acrecieron progresivamente el número de sus enemigos. Arcadio sufrió la influencia de los tales y se pronunció abiertamente contra el patriarca Juan, quien se retiró al Asia Menor. Las turbulencias populares que produjo el alejamiento del amado pastor, obligaron al monarca a volver a llamarle. Pero no duró mucho la paz entre el patriarca y el gobierno. La inauguración de un estatua de la emperatriz proporcionó a Juan materia para un nuevo sermón cáustico, en el que censuró los vicios de aquella mujer. Entonces fue privado de su cargo y sus partidarios perseguidos. En el 404 se le desterró a Cúcusa, ciudad de Capadocia, donde llegó tras largo y difícil viaje. “Era — dice el mismo Juan — el lugar más desierto de todo el Imperio.” (2) Tres años después llegó una nueva orden de destierro contra Juan, al que ahora se enviaba a las lejanas riberas orientales del mar Negro. Encaminándose allí, murió (407), quien antes de morir pronunció las siempre recordadas palabras: Todo sea para la gloria de Dios. Tal fin tuvo uno de los más eminentes representantes de la Iglesia de la Alta Edad Media. Dejó tras él un rico legado literario y teológico a través de sus tratados y homilías, donde se halla una pintoresca descripción de la vida intelectual, social y religiosa de su época. Defensor obstinado y convencido de los ideales de la Iglesia apostólica, no temió oponerse a las exigencias arrianas del poderoso Gainas. Juan Crisóstomo quedará siempre como uno de los más altos ejemplos morales que la humanidad haya nunca visto. “Era — se ha dicho — implacable para el pecado y lleno de piedad para el pecador.” (3)
La intervención del Papa y del emperador de Occidente, Honorio, en favor del perseguido Juan y sus partidarios, no tuvo éxito alguno. (4)
Arcadio murió en 408. Su hijo y sucesor, Teodosio, sólo tenía siete años. Eudoxia, esposa de Arcadio y madre de Teodosio, había muerto también en aquella época.
(1) Ha sido puesta en duda la autenticidad de algunos de esos sermones. V. Seeck. Geschichte des Untergangs der antiken Welt (Berlín, 1913), t. V, p. 365 y 583; P. C. Baur, ob- cit., t. II (1930), p. 144-145, 196, 237. Bury, ob. cit., t. I, p. 155.
(2) Johannis Crysostomus, epístola 234. Migne, Patr. Gr., LII, 739.
(3) A. Puech, Saint Jean Cfirysostome et Íes moeurs de son temps (París, 1891), p. 332.
(4) Actualmente se pone en duda la autenticidad de una fuente extremamente seductora que describe las relaciones de la emperatriz y Juan y da una idea general de la vida de la corte bajo Arcadio: Vita Porphyrii episcopi Gazensis, por Marco Diácono. V. H. Grégoire y M. A. Kugener: La vie de Porphyre, évéque de Gaza, est-elle autentique? (Rcvue de l’Université de Bruxeltes, t. XXXV (1929-30), p. 53-66). Se encontrarán largos extractos de esa Vita en Bury, t. I, p. 142-148. Baur considera la Vita… como una de las fuentes más dignas de confianza. El problema requiere más amplias investigaciones. (Que ya han sido realizadas con éxito por los citados profesores de Bruselas Grégoire y Kugener, en su edición y traducción de la Vita…, París, 1930.) (N. del R.)
Teodosio II el Joven (408-450).
Según el testimonio de algunas fuentes, Arcadio, en su testamento, nombró al rey persa Yezdigerdes I tutor de Teodosio, por temor a que los ciudad de Constantinopla quitasen su trono al último. Parece que el rey de Persia habría cumplido a la letra sus obligaciones y, por intermedio de un agente suyo, protegido a Teodosio contra las intrigas de quienes le rodeaban. Varios eruditos rechazan la autenticidad de este relato, pero otros no ven en él nada inverosímil. Ejemplos análogos se encuentran en otros períodos de la historia y no hay buenas razones para rechazar la posibilidad. (1)
(1) J. B. Bury, t. II. p. 2, n. I.
Las amistosas relaciones que existían a la sazón entre los dos Imperios explican la situación excepcionalmente favorable del cristianismo en Persia durante el reinado de Yezdigerdes I. La tradición persa, reflejando el sentir de los magos y de los nobles, le llama “Apostata,” “Malvado,” amigo de Roma y los cristianos y perseguidor de los magos. Las fuentes cristianas le celebran, en cambio, por su dulzura y magnificencia, y hasta dicen que estuvo a punto de convertirse al cristianismo. En realidad, Yezdigerdes I, como Constantino el Grande, tenía ciertas miras políticas y apreciaba la importancia del elemento cristiano de su Imperio con relación a sus planes. En 409, los cristianos fueron formalmente autorizados a adorar en público a su Dios y restaurar sus templos. Ciertos historiadores llaman a ese decreto el edicto de Milán de la Iglesia cristiana asiría. (1)
El año 410 se reunió en Seleucia un concilio donde se organizó la Iglesia cristiana de Persia. El obispo de Seleucia (Ctesiphon) fue elegido jefe de aquella Iglesia. Ostentaba el título de “Catholicos” y debía morar en la capital del Imperio persa.
Los miembros del concilio hicieron la siguiente declaración: “Suplicamos todos unánimemente a Nuestro Señor misericordioso que aumente los días del victorioso e ilustre rey Yezdigerdes, rey de reyes, y prolongue sus años de generaciones en generaciones y de edades en edades.”(2)
(1) V. J. Labourt, Le christianisme dans l’Empire perse sous la dynastie sassanide (segunda ed., París, 1904), p. 93. W. A. Wigram, An Introduction lo History of te Aesyrían Church (Londres, 1910), p. 89.
(2) Sinodicón Oriental, o Colección de sínodos nestorianos, publicada, traducida y anotada por J. B. Chabot (Notices et extraíts des manuscrits de la Bibliothéque natíonale, t. XXXVII, página 258, 1902).
Los cristianos no gozaron mucho tiempo de esta libertad. Ya en los últimos años del reinado de Yezdigerdes se reanudó la persecución.
Teodosio, desprovisto de talentos de estadista, se interesó poco por el gobierno. Durante su reinado se mantuvo, por decirlo así, al margen de los asuntos públicos. Tenía verdadera pasión por la vida retirada, vivía en su palacio como en un convento y consagraba considerable tiempo a la caligrafía, copiando con su bella escritura manuscritos antiguos. Pero se rodeó de hombres llenos de talento y energía que contribuyeron mucho al nombre de su reinado, el cual se distinguió por importantes acontecimientos en la vida interior del Imperio. Así, la ciencia moderna ha dejado de ver en Teodosio II un hombre falto en absoluto de voluntad y talento.
Durante toda la vida de Teodosio fue ejercida sobre él una influencia particular por su hermana, la piadosa Pulquería, que tenía espíritu de estadista. Gracias a ella, Teodosio casó con la hija de un filósofo ateniense, Atenais, quien se dio en el bautismo el nombre de Eudocia. Eudocia había recibido en Atenas una excelente instrucción; poseía verdadero talento literario y nos ha legado cierto número de obras que tratan de materias religiosas principalmente, pero donde se halla también un eco de los hechos políticos contemporáneos.
Bajo Teodosio, la “pars orientalis” del Imperio no tuvo que sostener choques tan temibles como la “pars occidentalis,” que atravesaba por entonces una crisis aguda debida a las invasiones germanas. El jefe visigodo Alarico tomó Roma, la antigua capital del Estado romano pagano, suceso que produjo intensa impresión en los contemporáneos. En la Europa occidental y el África septentrional se formaron sobre el territorio romano los primeros estados bárbaros. En la “pars orientalis,” Teodosio tuvo que luchar contra los salvajes hunos, quienes invadieron el territorio bizantino y llegaron, en sus devastadoras, incursiones, al pie de las murallas de Constantinopla. El emperador hubo de pagarles una importante suma y cederles territorios al sur del Danubio. Las relaciones pacíficas que se establecieron a continuación con los hunos, motivaron el envío de una embajada al gran campamento huno de Panonia. Al frente de la embajada iba Maximino. Un amigo de éste, Prisco, que le acompañó a Panonia, ha dejado una relación completa de la embajada y una descripción interesante de la corte de Atila y de los usos y costumbres de los hunos. (1) Tal descripción es particularmente interesante en el sentido de que puede ser considerada un relato, no sólo de la vida de los hunos, sino de las costumbres de los eslavos del Danubio medio, a quienes los hunos habían sometido. (2)
http://www.diakonima.gr/2009/09/17/historia-del-imperio-bizantino-5/

La fiesta de la Natividad de Cristo es celebrada de manera análoga a la de la Fiesta de Pascua de Resurrección. Un ayuno de cuarenta días precede la fiesta, con días preparatorios especiales que anuncian el pronto nacimiento del Salvador. Así en el día de San Andrés (30 de noviembre) y el día de San Nicolás (6 de diciembre), se cantan himnos que anuncian el nacimiento del Señor que luego acontecerá.
Prepárate tú, oh pesebre, pues se aproxima la oveja, llevando a Cristo en sus entrañas. Adórnate, tú, oh caverna, para recibir a quien por su palabra cambió nuestra animalidad, a nosotros todos los terrenales.
Oh pastores, velad y dad testimonio del temible milagro; y vosotros oh magos, llegando de Persia, traed sus regalos al Rey, oro, incienso y mirra. Pues se aproxima la Virgen, llevando a Cristo en sus entrañas y clamando: ¡Cómo fuiste plantado en mí, y cómo has crecido de mí, oh Dios y Salvador mío!. (Himno Vespertino de la Fiesta de San Nicolás)
En la víspera de la Navidad por la mañana, se celebran las Horas Reales y la Divina Liturgia de San Basilio con Vísperas. Durante estos oficios, se leen las profecías del Antiguo Testamento, con especial énfasis la profecía de Miqueas que anuncia que Belén será el lugar natal del Salvador, y las profecías de Isaías acerca de la venida del Mesías y cómo será Él.
Por tanto, el Señor mismo os dará señal; He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emmanuel. (Isaías 7,14)
Dios está con nosotros. Tomad consejo, y será anulado; proferid palabra, y no será firme; porque Dios está con nosotros. (Isaías 8,10)
Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre Eterno, Príncipe de paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite. (Isaías 9,6-7)
Se da comienzo a la Vigilia de la Navidad con las Completas Mayores, con la solemne entonación de “Dios con Nosotros” y las palabras de la profecía de Isaías. En el oficio de Completas también se cantan el Tropario y el Kontakion de la fiesta, junto a otros himnos que glorifican el nacimiento del Salvador. También se rezan las especiales y largas letanías de intercesión con la solemne bendición de los cinco panes, trigo y vino, de los cuales los fieles participan, y el aceite con que son ungidos. Se realiza esta parte de la vigilia en todas las grandes fiestas, y se llama artoklasia, una palabra griega que quiere decir “el partir del pan”.[1]
Al inicio de Matutinos de la Navidad, que junto al oficio de Completas forman la Vigila de la Navidad, se leen los seis salmos matinales introducidos como siempre por el versículo: Gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. (Lucas 2,14). En los oficios litúrgicos de la Navidad, generalmente se cantan estas palabras con gran solemnidad, más que en los oficios diarios del resto del año. El oficio de Matutinos prosigue como de costumbre. La lectura del Evangelio es de San Mateo (1,18-25), y habla del nacimiento de Cristo. Todos los himnos y versos lo glorifican y celebran:
Cristo ha nacido, glorifícale. Cristo ha venido del cielo, ven a su encuentro. Cristo está sobre la tierra, elévense. Canta al Señor, toda la tierra. Canten con alegría, oh pueblos. Pues Él ha sido glorificado.
(Primera Oda del Canon de la Navidad)
La Divina Liturgia de la Navidad comienza con salmos de glorificación y alabanza. Durante la Pequeña Entrada con el Evangeliario, libro de los Santos Evangelios, se cantan el Tropario y el Kontakion de la fiesta. El versículo de la carta a los Gálatas (3,27)[2] nuevamente reemplaza el Trisagion. La lectura de la Epístola es tomada de la Carta de San Pablo a los Gálatas.
Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama, ¡Abba, Padre! Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo. (Gálatas 4,4-7)
La lectura del Evangelio es el conocido relato de la Natividad de Cristo tomado del Evangelio según San Mateo (2, 1-12), y la Divina Liturgia prosigue como de costumbre. Luego sigue una celebración especial de dos días, dedicada a María la Theotokos y a San Esteban, el Primer Mártir. Se extiende este periodo de regocijo en la Iglesia hasta la Epifanía, y durante este tiempo se cantan una y otra vez los himnos de la Navidad, y no se acostumbra ni a arrodillarse ni a hacer ayuno.
En la Iglesia Ortodoxa, se refiere formalmente a esta fiesta como la Natividad según la Carne de Nuestro Señor, Dios y Salvador Jesucristo. Por lo tanto en la Navidad celebramos la Encarnación del Hijo de Dios, Aquel que junto al Padre y el Espíritu Santo es verdaderamente Dios desde toda la eternidad. Así cantamos en la Iglesia:
Hoy una Virgen da a luz al Eterno, y la tierra ofrece una caverna al Inaccesible. Ángeles y pastores le glorifican, y los magos siguen a una estrella. Hoy ha nacido por nosotros un Niño: el Eterno Dios. (Kontakion de la Natividad de Cristo)
Durante los primeros cuatro siglos de la historia de la Iglesia, la Natividad de Cristo no se celebraba sola, sino juntamente con la Epifanía, como una gran fiesta única de la aparición de Dios sobre la tierra, en forma del Mesías de Israel. Más tarde se comenzó a celebrar la Natividad como tal en el día 25 de diciembre, para desviar la atención de la fiesta pagana del Sol Invencible que se celebraba en ese día. La fiesta de la Natividad del Señor fue establecida por la Iglesia en forma consciente, en su esfuerzo de vencer a la falsa religión de los paganos. Así, descubrimos que el Tropario de la Fiesta polemiza en contra de la adoración del sol y de las estrellas, y llama a todos a adorar únicamente a Cristo, el Verdadero Sol de Justicia (Malaquías 3,20), quien es adorado por todos los elementos de la naturaleza.
Tu nacimiento, oh Cristo Nuestro Dios, ha hecho resplandecer sobre el mundo la luz de la sabiduría. Porque los que adoraban las estrellas aprendieron de la estrella a adorarte a Ti, el Sol de Justicia, que desde las alturas viniste. Oh Señor, Gloria a Ti. (Tropario)
Entonces, la fiesta de la Natividad de Cristo es la celebración de la salvación del mundo mediante el Hijo de Dios quien se hizo hombre por nosotros a fin de que, mediante Él, podríamos llegar nosotros mismos a ser deificados por la obra santificadora del Espíritu Santo.
http://www.iglesiaortodoxa.cl/la_natividad_de_cristo1.htm